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El hambre golpea duramente en Ciudad Guayana, por Marcos David Valverde

Marcos David Valverde

Ciudad Guayana.- Roggido Figueredo, trabajador de la Alcaldía de Caroní, conoce ahora lo que según asegura no había conocido en cuarenta y tantos años de vida: el hambre.

Lo dice cuando sale de una feria de hortalizas de Puerto Ordaz, con dos bolsas en la mano: una, con una papa; la otra, con la mitad de un ocumo. Es lo único que va a comer en el día. Una papa. La mitad de un ocumo. No solo él: todo es para él, sus dos hermanos y su novia: esa papa de la bolsita y la mitad de ese ocumo de la otra bolsita. Todo, para cuatro. Lo único del día. Hay que verle la cara.

Figueredo no es un caso aislado de miseria. De hecho, hace algunos años era de clase media baja y, sin aspavientos, se daba el lujo de comer tres veces al día. Pero hoy son más los que dicen que esa trilogía desayuno-almuerzo-cena es solo un recuerdo: el hambre golpea en la que una vez se llamó el “polo de desarrollo”, la muestra significativa de la siembra petrolera, la ciudad planificada de Venezuela.

Ni tan guerra

En Ciudad Guayana, el hambre ya ha tenido sus repercusiones. En un barrio de San Félix llamado Brisas del Sur, en el mismo que colinda con la vía hacia Upata (es decir, por donde llegan los productos importados de Brasil que escasean en Venezuela, principalmente, pasta, aceite, margarina y harina de trigo), murieron por desnutrición dos niños entre julio y agosto.

Los anaqueles, ahora cubiertos a medias con productos brasileños, tampoco han sido los silenciadores del hambre en el estado por la razón de que las regulaciones estatales de precios no tienen alcances sobre ellos. De modo que medio kilogramo de pasta cuesta 1100 bolívares; la margarina, 2 mil; el azúcar, mil 700. Y así.

Es lo que ve la gente de sueldo mínimo y escasas posibilidades, como Figeredo, cuando le toca ir a la calle a ver qué puede comprar para comer. O para llenar la barriga ese día. Lo dice con su papa y su mitad de ocumo para cuatro.

“Mira, esto me costó mil bolos. Es un milagro que podamos comer cuatro bocas. Ayer fue mejor porque llevé unas sardinitas. Lo que más he comido es pura sardina: con verdura, con auyama, con yuca, con papa”, dice.

Cree, con determinación inmancable, que uno de las culpables de sus vacíos estomacales es un pregón persistente de Nicolás Maduro: “La guerra económica, que se ve bastante por la cantidad de bachaqueros”.

-¿Pero no cree que hay una responsabilidad del Gobierno?

-Yo digo que en parte sí es la guerra económica. ¿Cómo es posible que una harina PAN cueste 200 bolívares y te la vendan en 2 mil? Claro, en Mercal pasa lo mismo: yo hace poco tuve que pagar 6 mil bolívares por una leche y los guardias nacionales y los policías se prestan para esa sinvergüenzura. No velan por el ciudadano. Yo soy chavista, pero con la situación que vive uno el pueblo está pasando hambre. ¿En qué te beneficia una bolsa de comida cada 15 o 20 días? Hoy, si acaso, estoy haciendo una comida al día.

Contrastes citadinos

Ciudad Guayana es una productora fecunda de escenas que desvelan la situación el hambre. “¿Me puedes regalar un poquito de jamón para meterle a estos panes?”, pregunta, de la nada, un anciano en una panadería. Si no, están los indígenas waraos que, en los semáforos, mendigan comida o dinero. No importa lo que sea. O están los niños vendedores que en las esquinas ofrecen desde frutas hasta matamoscas.

En el hospital Doctor Raúl Leoni, del barrio  Guaiparo, una de las encargadas del área pediátrica confirma que el 50 por ciento de los ingresos durante agosto fue por desnutrición. Solo que los informes médicos informan sobre consecuencias y no sobre la causa: el hambre.

“Estoy comiendo menos, le voy a decir. Por ejemplo, la harina PAN es algo diario para uno y no se consigue fácilmente. Antes comprábamos pollo en 200; ahorita, un bueno pollo cuesta ocho o nueve mil. Y uno se comía un pollo en un día; ahora, es uno en ocho días”, detalla, desde su negocio –una bodega-, Lusmila Miranda.

En el otro extremo que Figueredo, no cree que haya guerra económica capaz de generar lo que les pasa hoy en día  a los venezolanos: todo es responsabilidad del Gobierno: “el abastecimiento que debe haber en comida no lo tenemos. No es el hecho de que vengan los barcos, es el hecho de que no hay producción.  En eso estamos 30 millones de personas”.

Todo incluye a ese millón de habitantes de Ciudad Guayana. Todo incluye a las decenas que, a diario, comían basura en el botadero municipal de Cambalache y, ahora clausurado, se trasladaron hasta el vertedero de Cañaveral, en las afueras del municipio. Todo en el estado cuyo gobernador, Francisco Rangel Gómez, ha dicho que “aquí nadie está pasando hambre”.

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