Economía

El agua tibia de las reformas

Cuando a comienzo de los años noventa, se difundió el conjunto de propuestas que se recogieron en el llamado Consenso de Washington, algunos se perfilaron en la línea de impulsar la estabilización antes de iniciar los cambios estructurales. Otros, en cambio, plantearon las dificultades de perfilar tales definiciones, mientras se debía, contrariamente, atender las particularidades de las distintas naciones en desarrollo. De estas últimas se trataba, pues aunque la liberalización, que estaba en la base de Consenso señalado, refería la dinámica mundial, en realidad se focalizó en las naciones en desarrollo.

La sistematización llamada Consenso de Washington fue atribuida a J. Willianson. Este economista, ya cercano el final de los años noventa evalúo la difusión y uso que se la había dado al termino. Sin embargo, para comienzos del siglo XXI sigue usándose la sistematización que recoge tal expresión, como conjunto de políticas que resume las propuestas de los organismo internacionales para propender a la liberalización y a la transformación de variadas naciones en desarrollo. En tal sentido, debe resaltarse el rechazo categórico que en determinados ambientes se ha venido presentando en cuanto a la misma. Una expresión muy significativa en tal línea, corresponde al Ministro de hacienda de Gran Bretaña y fue citada por el Secretario General de la UNCTAD, Rubens Ricupero, en el discurso de clausura de la reunión tenida por esta institución en febrero del año en curso en la ciudad de Bangkok. Dijo al respecto el ministro Gordon Brown: “necesitamos apartarnos del Consenso de Washington vigente en los años 80, una criatura de su tiempo que limitó nuestros objetivos de crecimiento y empleo, y la cual suponía que mediante la liberalización, la desregulación, la privatización y el control de los precios, los mercados privados adjudicarían recursos para el crecimiento de una manera más eficiente”.

Lo cierto es que, en el contexto internacional, si bien se mantiene la preeminencia de políticas atinentes a la liberalización y al libre mercado, en distintos ámbitos e instituciones se han venido asumiendo correcciones e incorporando el vasto espectro que brindan las particularidades regionales y nacionales. En el caso del Banco Mundial, como hemos señalado en otras notas, es este un camino por el que se viene transitando desde hace varios años. Es de esta vasta problemática, que derivan un conjunto de ideas sobre las cuales se ha arribado a acuerdos o consensos y que algunos presentan como si estuviesen descubriendo el agua tibia. Veamos, de seguidas, tres que son fundamentales.

La primera, atañe a la estabilidad macroeconómica. Se ha avanzado considerablemente en el desplazamiento de la búsqueda de la estabilidad por si misma por la precisión de las políticas para alcanzar los equilibrios deseados. La consecución de estos últimos debe permitir alcanzar altas tasas de ahorro, una más adecuada canalización e incremento de la inversión y un mejor uso de la capacidad productiva instalada. En Venezuela, en particular, es realmente trascendental la contracción que ha habido en cuanto a la inversión privada en los últimos lustros. Pero, por otra parte, esto ha permitido, como hemos anotado en otro lugar, generar una trampa para los países de América Latina y el Caribe, que, en este caso, es la de los planes de ajuste y estabilización. Estos últimos han creado -o se ven influidos por- una repetición permanente de elaboración y ejecución de los mismos sin que, necesariamente, se vea afianzado el crecimiento o aumentada la equidad. Se ha pensado por periodos, por ejemplo, que determinadas economías se encuentran estabilizadas y, posteriormente, vuelven a situaciones de crisis y de necesidad de ejecutar nuevos planes. En algunos casos, incluso, la recuperación se ve afectada por nuevas situaciones de crisis. Esto ha llevado, en nuestra opinión, a la desatención de la elaboración de estrategias de crecimiento y desarrollo.

En segundo lugar, se encuentra el gran punto de la apertura y la liberalización comercial y económica. En el campo de la apertura comercial, como es conocido, se trata de lograr una mejor inserción de las naciones latinoamericanas en los mercados internacionales, que esté consustanciada con el desarrollo de la competitividad. En sentido general y para variados países, esto remite a la dimensión de las negociaciones, las cuales brindan el escenario de articulación con las políticas nacionales de los distintos países -aun dado el escenario de la globalización-. En el campo de la liberalización económica en general, y lo que está en su base que es la expansión de la economía de mercado, se mantiene la atención -incluso aumentada- a problemas como las muy modernas y dinámicas crisis financieras-cambiarias y a la continuación de la pobreza, sobre todo -aunque no únicamente- en las naciones en desarrollo.

En tercer lugar, se tiene la sempiterna discusión de hasta donde mercado o Estado. Más concreto aun, puede señalarse que en buena parte de los casos se ha abandonado la idea de que el Estado, a través de empresas estatales o publicas, pueda modular significativamente el crecimiento y el desarrollo -estando implícitos, además, altos costos fiscales-. Contrariamente, hay un buen consenso sobre que debe dársele un espacio fundamental al sector privado y al mercado. En cuanto a este último, deben desarrollarse políticas amigables o de apoyo al mismo (market friendly). Queda siempre la idea -por lo demás justificada- de que, por una parte, esta dicotomía no ha sido problema para las naciones desarrolladas, sin significar esto que el Estado haya dejado de estar presente en el proceso económico y, por la otra, que variadas economías de las llamadas de reciente industrialización, han tenido procesos económicos con una alta participación del Estado.

En fin, para comienzos del siglo XXI, aun con los consensos, hay todavía mucho que andar en el campo de las reformas.

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