Economía

Pobreza por decreto

El capitalismo tiene sin duda muchos defectos aunque no todos los que le
atribuyen el comandante y sus loros. Pero si tuviera alguna virtud ésta es
promover el enriquecimiento, producto del trabajo o del talento, como un
bien deseable al que las personas pueden acceder libremente. El comunismo al
estilo soviético, cubano y por lo que vemos, chavista, procura la igualación
hacia lo peor: como resulta imposible lograr que todos sean igualmente ricos
se busca entonces que sean igualmente pobres. En un país envenenado por
décadas de nuevorriquismo bañado de petróleo, como es Venezuela, la pobreza
general solo puede promoverse -sin que ello cause grandes problemas-
incentivando la envidia. Más que tener aspiraciones a una vida mejor y
trabajar por conseguirla, los esfuerzos están destinados a despojar de sus
bienes a quienes los tienen. Más importante que yo tenga una casa cómoda, un
automóvil último modelo y un buen colegio para mis hijos, es que el otro no
los tenga.

 
De eso está cargado el socialismo del siglo XXI que empieza a ventilarse en
los inicios de 2007. El presidente vitalicio (por próximo decreto) supo
después de ocho años de gobierno, que algunos funcionarios públicos tenían
remuneraciones estrambóticas en comparación con lo que gana la mayoría.

Aumentar el sueldo de los maestros, de los médicos, de los profesores
universitarios y de tantos servidores públicos que apenas sobreviven con sus
salarios, sería imposible porque ¿qué queda entonces para regalar a otros
países y financiar la guerra contra el Imperio? La solución salomónica ha
sido pasar un rasero por todos los salarios de cierta envergadura. Por
supuesto que los mejor remunerados han sido los primeros en adular al
comandante y jefe único: casi le ruegan que no les pague nada pero que los
deje donde hay bastante para meter mano. De manera que abolir de la
corrupción, también por decreto, va a resultar una misión imposible.

 
Por decreto se va a despojar a los propietarios de Radio Caracas Televisión
del canal que han manejado por más de 50 años. Pero como este es un gobierno
participativo y participador, se piensa entregarlo a los empleados para que
lo administren como una cooperativa. Al mismo tiempo sabemos que la Asamblea
Nacional, roja rojita, sumisa sumisita, arrodillada arrodilladita, ha citado
una y otra vez a la ministra de Industrias Ligeras y Comercio para que
explique a cuál desaguadero fueron a parar seis billones de bolívares
destinados en 2006 al programa de cogestión obrero patronal. La ministra no
va porque no le da la gana y el diputado Ricardo Gutiérrez, presidente de la
Comisión burlada, ha dicho: “Se han hecho muchas cosas positivas en el país,
pero hay aspectos negativos que comienzan a pasar: el modelo de cogestión ha
fracasado” (El Nacional, 18-01-07) Imaginamos desde ya lo que dirá el día en
que decida meterle la lupa a las cooperativas.

 
Nada más cómico ha ocurrido en esta semana que el exhorto del Banco Central
de Venezuela a la Judicatura y al Ejecutivo nacional para que impidan que el
precio del dólar paralelo, negro, sucio o como se le quiera llamar, incida
en el aumento general del costo de la vida. Una que dista mucho de ser
economista se queda boquiabierta: ¿acaso esos doctos señores ignoran que el
disparo del dólar, de los precios y de todas las calamidades en puerta, es
consecuencia del discurso presidencial lleno de amenazas? ¿Creen acaso tan
insignes economistas que la confianza en la estabilidad de un país se puede
decretar?
 
Inmediatamente han aparecido los genios que creen que amenazar con cárcel a
los pequeños comerciantes y prohibir la importación de bienes suntuarios, es
la solución. De esa cuerda tenemos un rollo, todavía recordamos los decretos
similares en tiempos del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, cuando
casualmente también nadábamos en petrodólares; luego los del gobierno de
Luis Herrera posteriores al Viernes Negro y más tarde los de Jaime Lusinchi
y de Rafael Caldera II. Nunca nadie pudo definir cuáles bienes eran
suntuarios y cuáles no y uno se encontraba en los supermercados con comidas
exóticas venidas de Laponia o de Timbuktú mientras faltaban (igual que
ahora) alimentos básicos como el azúcar, la leche o los granos. Estos
estaban regulados por decreto y en consecuencia desaparecidos.

 
Uno nunca sabrá si en la mente del presidente vitalicio o quizá inmortal  existe la idea,
aspiración o simple deseo del bienestar colectivo. Es probable que su mentor ideológico
y espiritual, el ahora agonizante Fidel Castro, le haya aconsejado empobrecer a la población
hasta extremos que le impidan rebelarse por una vida mejor simplemente porque desconoce
que esa vida existe. El consejo debe incluir la asfixia a las clases media y alta para que se
vayan del país y así desaparezca toda oposición al régimen. Claro está, todo eso por decreto.

Como la revolución bolivariana devaluó a los astrólogos y videntes nadie puede vaticinar
hasta cuándo y hasta cuánto puede la gente soportar esta decretocracia.  Porque si hay
algo que ni Chávez puede decretar es el aguante y la felicidad.

 

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