Economía

Venezuela ante la crisis internacional

Hemos venido siguiendo con mucho detenimiento el debate que se ha suscitado en nuestro país en torno a la crisis financiera originada en los Estados Unidos, la cual no solo se ha universalizado en lo que se refiere a la repartición de sus secuelas por todo el mundo, si no que ya se está expandiendo –como era previsible- a la economía real, presagiando la inminencia de una recesión, probablemente, acompañada con una buena dosis de inflación, lo cual configuraría el fenómeno denominado como estanflación.

Por supuesto, en un primer momento ese debate estuvo orientado hacia la identificación de las causas que explicaran la crisis para luego centrarse, como también se podía esperar, en los efectos que acarrearía sobre la economía internacional y la forma de cómo éstos podrían proyectarse sobre la economía nacional. Gradualmente, los análisis presentados se han ido decantando hasta llegar a tocar lo que en nuestro concepto constituye el núcleo de la problemática que eventualmente podríamos enfrentar los venezolanos, cual es el impacto de la desaceleración de la economía mundial sobre los precios del petróleo y cómo repercutirían éstos sobre la evolución futura de la economía nacional.

En ese contexto, no dejaron de sorprendernos algunas afirmaciones que trascendieron en los medios de comunicación, algunas de ellas muy publicitadas, las cuales oscilaron desde la debacle del capitalismo hasta la bancarrota económica de Venezuela. Se registraron desde opiniones que parecían ignorar que las medidas de inspiración keynesiana –aunque en rigurosa teoría no puedan catalogarse como tales- aplicadas por las autoridades estadounidenses para atender la emergencia financiera no son ajenas al sistema capitalista, hasta aquellas que vienen postulando la adopción de un programa de ajuste ortodoxo –al estilo del FMI postmoderno- para hacer frente a los desequilibrios macroeconómicos que se presentarían en el país. Nunca posiciones más alejadas de la realidad. Ni la crisis actual va a acabar con el capitalismo ni Venezuela va a quebrar.

No se trata de desconocer que la crisis haya golpeado duramente al sistema de mercado, pero tampoco es válido extremar los pronósticos negativos acerca de la evolución económica del país. Se trata de ubicar el tema en su justa dimensión por más apasionamiento que pudiese estimular el debate ideológico implícito en las interpretaciones que merezca la evolución de los acontecimientos en el contexto de la crisis que enfrenta el sistema económico internacional o la arista política que pudiera exhibirse al presentarse esa crisis, precisamente, en momentos cuando nos aprestamos a participar en el proceso electoral regional pautado para el día 23 del próximo mes.

Apelando de nuevo a Keynes, quien haría célebre la frase “en el largo plazo estaremos todos muertos”, es ineludible centrar la discusión en el corto o, tal vez, inmediato plazo en torno a los efectos de la crisis sobre la economía venezolana que, tarde o temprano se harán presentes y de los cuales difícilmente podamos escapar como consecuencia del proceso de mundialización en que está inmerso el país. Y, como es lógico, el centro de esa discusión se constituye en torno a los precios del petróleo como variable determinante de cualquier análisis que pudiese desarrollarse. Sería ingenuo ignorar que alrededor del 94% del ingreso anual de divisas y que cerca del 50% del ingreso nacional está íntimamente relacionado con la evolución de esos precios en el mercado internacional.

Desde el año 2004, cuando se iniciara la escalada de los precios, diversos autores -e, incluso, voceros calificados del Gobierno Nacional- sostuvimos que ese crecimiento encontraba su explicación en movimientos especulativos antes que en impactos resultantes de la contracción de la oferta combinada con la expansión de la demanda de hidrocarburos, como en efecto también se verificó en algunas economías emergentes, en especial, China e India. Estudios recientes realizados por diversas agencias especializadas concluyen que por cada barril físico efectivamente vendido se adquirían de 5 á 7 barriles “de papel”, es decir, compras futuras. Caído el mercado bursátil, contraído el crédito y primando la desconfianza, los especuladores colocaron sus títulos a precios mucho mas bajos de los esperados para el futuro, pero con suficiente margen de ganancia. He allí la clave para entender la problemática presente en esta materia, la cual es perfectamente extrapolable al resto de los productos básicos.

Al producirse la reducción del precio del petróleo, comienza a cundir el pánico entre los analistas venezolanos que los lleva a pronosticar la debacle de economía nacional, tesis compartida por analistas internacionales que recurrentemente la han anunciado, pero que fueron incapaces de proyectar la crisis en los Estados Unidos. Lo que es peor, muchos de ellos son funcionarios de instituciones financieras que debieron ser rescatadas por otras entidades privadas o que para sobrevivir se encuentran a la espera de los fondos procedentes del programa de salvataje recientemente aprobado por el Congreso norteamericano. Por cierto que todos esos pronósticos coinciden en destacar los futuros déficit fiscal, en cuenta corriente y en la balanza comercial, depreciación del signo monetario y cuanto desequilibrio pueda ocurrírsele al lector. Como no podía faltar, vienen acompañados con el recetario del FMI postmoderno, cuya crisis institucional está siendo engalanada hasta con fragmentos de novelitas rosa.

Así como los analistas hicieron oídos sordos a las explicaciones acerca de los precios petroleros, quizás influidos por el ambiente preelectoral que vive el país también ignoran deliberadamente que Venezuela cuenta con poco menos de 40 mil millones de dólares en reservas internacionales, dispone de varios fondos de inversiones de capitales binacionales, no enfrenta crisis de liquidez y suma recursos suficientes para atender cualquier emergencia, sin que necesariamente se vean afectadas las inversiones sociales y de infraestructura, actividades prioritarias del Gobierno Nacional. Adicionalmente, el futuro del mercado petrolero no se vislumbra tan negativo como han pretendido hacerlo ver. Si bien los precios han bajado sustancialmente (50% desde julio pasado), además de que el petróleo sigue, y seguirá, siendo la materia mas cara en el mercado internacional, la ejecución del plan de salvataje estimulará nuevamente la especulación, la reducción de los volúmenes de producción por parte de la OPEP, el costo de los planes de sustitución o diversificación de las fuentes energéticas y, en lo inmediato, la cercanía del invierno boreal contribuirán a conceder, por lo menos, estabilidad a los precios del petróleo. De allí que el presupuesto nacional para 2009 haya sido calculado con base en una previsión de 60 dólares por barril como precio estimado, previsión que contempla una reducción de la demanda como consecuencia de la contracción económica que paulatinamente se va haciendo cada vez mas notoria.

En materia de gasto, el Gobierno Nacional ha anunciado austeridad. A pesar de que hasta el momento de redactar estas líneas no se conozca la connotación de ese calificativo, es fácil prever que incluirá su ordenamiento y racionalización. Por ahora, esa medida sería suficiente en las condiciones actuales, sin descuidar el monitoreo permanente de la evolución de la crisis y, obviamente, sin descartar la adopción de ciertas medidas de índole cambiario, aunque teniendo en cuenta el impacto inflacionario que acarrearía su instrumentación, así como el efecto contractivo que afectaría el desenvolvimiento económico nacional.

En cuanto a la economía real, a pesar de no atravesar por un momento de máximo esplendor, no muestra signos de decaimiento. Por el contrario, los esfuerzos desplegados por el Gobierno Nacional para apuntalar los sectores productivos están comenzando a rendir sus frutos. Durante el presente año, las cosechas de arroz y maíz blanco registraron excedentes significativos, mientras que la de maíz amarillo se encuentra en el umbral de satisfacer en su totalidad a la demanda nacional. Otros rubros agropecuarios verán disminuidas su participación en las importaciones nacionales, aunque su significación en las compras externas del país seguirá siendo importante. El sector industrial, si bien ha enfrentado dificultades –más vinculadas con factores políticos que económicos-, también es cierto que se han instrumentado una serie de estímulos que progresivamente redundará en una mejoría del comportamiento del sector, sobre todo, en el segmento de la pequeña y mediana empresa, ámbito vital para la creación de puestos de trabajo. El sector servicios se ha venido expandiendo a un ritmo menos que proporcional con relación al año anterior; sin embargo, los subsectores comercial y financiero, por ejemplo, todavía revelan márgenes de beneficio que despertarían la envidia de operadores del mismo sector en otros países latinoamericanos y, por qué no, en algunos países desarrollados.

En síntesis, la situación actual de la economía venezolana, no justifica los adversos pronósticos de los cuales se han hecho eco la mayoría de los medios de comunicación. No obstante reconocer la existencia de algunas vulnerabilidades, las políticas adelantadas en los últimos años nos permitirán enfrentar los embates de la crisis internacional con seguridad y firmeza. Contando con información permanente del desenvolvimiento de la economía internacional y despojándonos de prejuicios ideológicos para adoptar las medidas adecuadas en los momentos que así se requieran, podremos continuar avanzando hacia la profundización del modelo de desarrollo que nos hemos propuesto.

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