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Embajador de la República, un reconocimiento a la excelencia

Durante mi reciente viaje a Caracas tuve la oportunidad de conversar con varios de mis colegas en la Cancillería sobre el Proyecto de Ley del Servicio Exterior, actualmente bajo la consideración del Congreso Nacional.

En términos generales estoy de acuerdo con el texto que ha sido propuesto. En mis conversaciones con los interesados en el tema, así como con algunos senadores, me permití hacerle al Proyecto un par de observaciones. Mis observaciones fueron aceptadas y se incorporarán eventualmente al Proyecto. La observación más importante se refiere al sistema de sueldos de nuestro Servicio Exterior y a la necesidad de hacerlo equivalente al de la Organización de la Naciones Unidas.

En 1989 la Cancillería instrumentó un régimen de sueldos basado en el sistema que aplica esa Organización Mundial. Se puso fin con ello a un sistema anacrónico y desigual. Sin embargo, no se siguió avanzando en la modernización del sistema ni en la debida actualización continua que estos asuntos requieren, lo cual es algo esencial para asegurar la operatividad del sistema. En efecto, con el enunciado del sistema en el articulado de la Ley y su posterior reglamentación, nuestro Servicio Exterior contará con un régimen de sueldos cónsono con el decoro que el Cuerpo Diplomático de un país tener en el exterior.

El ambiente institucional que percibí para esta Ley fue altamente favorable; algunas observaciones que se me hicieron me parecieron correctas y sé que serán tomadas en cuenta en las discusiones que aún faltan por llevarse a cabo en la Cámara de Diputados y en el Senado mismo. Pero también debo confesar que algunas de las criticas que le han sido formuladas al Proyecto por parte de algunos colegas, pocos en el servicio activo y los que más ya jubilados, me parecieron de poca monta y sin profundidad alguna. A dos de ellas quisiera referirme. Quiero no por su importancia, sino por el carácter tremendista de una y la incomprensión de la otra. En efecto, ambas han creado un revuelo por algo que no toca a la sustancia de la Ley y que, por ello se puede empañar el trabajo y el esfuerzo que se ha hecho para modernizar la normativa que rige los destinos de nuestro Servicio Exterior.

La primera crítica se refiere a que para ser admitido al concurso de oposición de acceso al Servicio, el aspirante debe ser venezolano por nacimiento, y no simplemente venezolano como dice el Proyecto. Esta crítica, tal vez bien intencionada, y que obedece a problemas que el país ha confrontado, puede crear -por incluir un tema sensible en otras áreas del acontecer nacional e internacional- un ambiente desfavorable y terminar teniendo un carácter sensacionalista, falto de serenidad y de rigor científico, que es lo que se busca a través de un debate sobre la Ley. En nuestro caso, y como diplomático, debemos ser los primeros en tener una visión amplia de lo que es el mundo moderno y ser los primeros en luchar en contra de discriminaciones odiosas en cualquiera que sea el área en que estas se presenten. No desearía extenderme en el tema, pero sí dejar sentado que en atención a los requisitos que exige la Ley para presentar el concurso, no creo que una persona que llegó al país lo más probable de muy niño, y de joven hizo de Venezuela su Patria, se le niegue la posibilidad de ser diplomático de carrera aunque pueda, por otro lado, ser designado Embajador por el Ejecutivo Nacional .

La segunda crítica se refiere a la figura del Embajador de la República. El Proyecto establece este rango honorífico con miras a premiar aquellos embajadores que hayan tenido durante su carrera méritos extraordinarios. Mi opinión es totalmente favorable a la creación de esta figura, ya que de esa forma la futura Ley permite al país reconocer la excelencia. Apoyo esta investidura para aquellos embajadores que, por la calidad de su trabajo y los servicios prestados al país, se hagan en el futuro merecedores de dicha distinción. Las condiciones para lograr ese rango, y los requisitos exigidos por la Ley, velarán sobre el proceso para que no intervengan en él factores extraños a la designación más justa y objetiva posible.

Las críticas que escuché sobre este asunto parecen provenir de personas que tal vez sólo quieran descalificar ese honor porque, en su fuero interno, saben a ciencia cierta que nunca hubieran logrado o nunca lograrán esa designación. Este rango, con títulos diferentes, existe en varios países del mundo. Estoy seguro que en estos países no lo ve como una discriminación hacia otros embajadores, sino como un objetivo y un estímulo para todos y una gran satisfacción para aquellos que logran recibir semejante honor.

Un Servicio Exterior moderno debe basarse en el principio de la excelencia. Este principio se alimenta e incrementa en función de la sana competencia entre sus componentes. La superación en el desempeño del servicio viene dada por el trabajo y la profesionalidad y no por apoyos políticos o elementos de otra índole ajenos a la Carrera. La competencia profesional debe comenzar desde el mismo ingreso en la Carrera con una puntuación que se inicia en la Academia Diplomática y que continúa a través de todos los rangos del curso de los honores. Se tiene que estar consciente que no todos los que ingresan al Servicio Exterior van a llegar a ser embajadores; sólo llegarán a ese alto nivel aquellos los que a través de los años y los diferentes rangos vayan acumulando méritos basados en su trabajo y su profesionalismo.

En mi caso particular, debo decir que a mediados de 1966 fui nombrado, como funcionario en comisión, Tercer Secretario en nuestra Delegación en Ginebra, y a finales de ese mismo año solicité permiso al Despacho para ir a Caracas a presentar el Concurso de oposición para el ingreso a la Carrera. Tuve conciencia de que de esa forma silenciaría a aquellos que eventualmente habrían dicho que era diplomático por los contactos políticos que tenía y por la influencia de mi padre.

Presenté, aprobé el concurso y volví, ya como funcionario de carrera, al mismo puesto en Ginebra. Tuve varios destinos en los distintos rangos -tanto en el servicio interno como en el exterior- y luego, con mi designación en Australia, tuve el honor de ser -en la historia de nuestro Servicio Exterior- el primer funcionario de carrera, ingresado por Concurso, que llegaba al rango de Embajador. Posteriormente fui prestado por la Cancillería al Sistema de Naciones Unidas, ya que había resultado electo por unanimidad Secretario General de la Asociación de Países Exportadores de Hierro. Luego de un tiempo como Embajador a la orden del Despacho ejercí las jefaturas de Misión en Santiago, en Londres y en la actualidad en Buenos Aires.

Durante mi carrera he tenido y aún tengo que competir con profesionales de carrera de altísima calidad: con los de mi promoción, lo que encontré en la Cancillería y los que entraron en ella posteriormente. Pienso seguir compitiendo por la dignidad profesional del oficio, ya que estoy seguro que, tanto ellos como yo, queremos que nuestro país haga el honorífico reconocimiento de designar a los que sobresalen por su excelencia,
Embajador de la República.

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