El Editorial

El diálogo que no fue

Todos llaman al diálogo. Todos aparentemente lo desean, pero no hay manera de que se establezca la comunicación porque estamos en un país de sordos.

Sordo es el gobierno por considerar que la discusión de sus propuestas es sinónimo de una conspiración; sorda es la oposición por considerar que toda idea generada por el gobierno es, a priori, sospechosa.

Este diálogo de sordos nos está aproximando aceleradamente a un desenlace fatal, de consecuencias inimaginables en la consecución de la paz y la seguridad de la nación. El año que viene se vislumbra crítico, pues difícilmente se podrán cumplir con las metas presupuestarias establecidas por el gobierno. El precio del petróleo, en función del cual se hace el cálculo de los ingresos fiscales, muy probablemente no se corresponderá con la expectativa oficial de alcanzar un promedio de 18 dólares el barril, considerado en el presupuesto para la cesta venezolana. Además, la decisión de la OPEP de reducir la producción traerá como consecuencia que Venezuela produzca menos, a menor precio.

Pero más grave aún es que no sólo ha habido un diálogo de sordos, sino que ahora las partes parecen haber decidido suspender toda intención de dialogar. La confrontación es el único lenguaje a la vista, y obedece a las reglas del juego impuestas en la cascada de la jerarquía estatal. Pero, de la confrontación sólo puede surgir violencia y más violencia. La confrontación de monólogos excluyentes es un ejercicio inútil, el diálogo es fructífero cuando existe la apertura al cambio en las acciones y en las ideas propias, que lleve a la construcción de proyectos comunes a toda la nación.

En las circunstancias actuales, el diálogo verdadero solo puede aparecer como consecuencia de un espíritu de tolerancia, de aceptación de la diversidad y de la pluralidad de intereses en la sociedad venezolana. A todas luces le corresponde al Gobierno dar muestras claras de que su intención de buscar acuerdos, más allá de un mero recurso táctico, y debe estar dispuesto a abrir el debate sobre aspectos polémicos como lo son la ley de tierras, de hidrocarburos y un plan de emergencia nacional. Si el diálogo no se establece, Venezuela tendrá que ajustarse a las consecuencias de la exacerbación de la intolerancia, y por lo tanto, de un clima de mayor violencia, posible detonante de un cuadro de represión. Esperamos que la sangre no llegue al río y que los venezolanos conservemos la sensatez suficiente para encontrar soluciones a los gravísimos conflictos que enfrentan a la sociedad venezolana.

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