El Editorial

¿Por qué no se consolida un frente único opositor?

Esa pregunta se la hacen muchos, tanto en Venezuela como en el resto del mundo.

Si existe un país donde sobran circunstancias que justificarían una unidad superior de todas las expresiones opositoras a un régimen perverso y decadente, es sin duda Venezuela.

Pero, sin embargo, esa unidad de esfuerzos detrás de un único vector que la concentre y tenga la fuerza suficiente para derrumbar algo que está carcomido por dentro y por fuera, no se logra por infinidad de pequeñas razones.

Por un lado, y tal vez la más preponderante, está la convicción de algunos notorios dirigentes políticos, de que cada uno de ellos es la mejor opción y, por lo tanto, no tienen porque someterse a los mecanismos previstos en nuestra Constitución y materializados en los acuerdos suscritos por la única entidad reconocida mundialmente, la Asamblea Nacional. Mientras estos pre candidatos y, para satisfacer la retórica puesta de moda por el chavismo, las precandidatas, no terminen de entender que solo en la unidad está la fuerza y que el tiempo, hoy, no es de quien tenga más o menos méritos para ser Presidente, sino de aceptar que tiene que existir alguien que lidere el pelotón para lograr lo que todos, o al menos una inmensa mayoría desea, que no es otra cosa que el cese de la usurpación y el establecimiento de un régimen de transición que pueda convocar a elecciones libres y supervisadas por la comunidad internacional.

Solo cuando eso se logre será el momento histórico en que los hombres y mujeres interesados en ser Presidente de la nueva Venezuela podrán medirse y el pais decidirá el rumbo más conveniente para su definitiva recuperación.

Sin embargo, no solo esos son los que atentan contra la unidad superior. Hay otros personajes políticos menores que no tienen posibilidad de convertirse en Presidentes por medio de elecciones no amañadas, que juegan a inventar fórmulas intermedias y acomodaticias que alguien definió un día como gatopardistas, que consistirían en hacer algunos cambios formales para que en esencia todo siga igual, salvo para ellos que lograrían conformar, al igual que en Nicaragua, la legítima pero sumisa oposición.

Esta segunda opción, que no insiste en el cese inmediato de la usurpación, no tendría vida si ocurre lo que planteamos al principio, que no es otra cosa sino que aquellos que aspiran a mandar algún día nuestro país entiendan que solo lo lograrán si siguen el rumbo, acertado o no, ya fijado por nuestra Asamblea Nacional.

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