El Editorial

Romper puentes

La fractura del viaducto número uno es – más que la crónica de una muerte anunciada- el símbolo de una época. Desde ya hace algunos años ha prevalecido, en Venezuela, un espíritu de destrucción de todos los puentes, los que nos enlazaban con nuestro pasado y los que nos enlazan a todos como nación, que son, en cierta manera, la garantía de futuro.

En la Venezuela de la era democrática, post Pérez Jiménez, se cometieron numerosas desaciertos, sin embargo fueron muchos los aciertos, entre otros, haber incorporado a vastos sectores de la población ,hasta entonces excluidos, a la conducción del país. Si esto no fuera cierto, nos preguntamos, ¿de donde salieron la gran mayoría de los oficiales de las fuerzas armadas?, ¿de donde provenían una gran parte de los principales dirigentes políticos?. Ciertamente no de una burguesía acomodada sino, para usar una expresión típica de esa época- de las entrañas del pueblo-.

Hoy quedan pocos puentes en pie, y vemos como lamentablemente la distancia que separa entre si a los venezolanos se va agrandando. Y no nos referimos a lo que separa a los partidarios del gobierno con los que no lo son, sino también a lo que separa a todos de todos. Hoy luce difícil tender puentes ya que al hacerlo se corre el riesgo cierto de ser acusado, por tirios y troyanos, de ser una quinta columna. Y esto es así tanto en el seno de la oposición con la relación entre los defensores del abstencionismo y los partidarios del “participacionismo” , pero lo mismo ocurre en el oficialismo entre los que creen en una línea dura e intransigente y los que piensan que hay espacio para el diálogo, al menos con algunos sectores de la oposición.

La pregunta que queda en el aire es ¿ Cómo se pueden resolver los problemas sociales del país sin un mínimo de consenso? ¿ Cómo pueden crearse nuevos empleos productivos en un clima de confrontación permanente? ¿ Cómo puede establecerse un clima de paz y de armonía en el país, cuando la diatriba, el insulto y la descalificación son norma que emanan del vértice del Estado?

Si no aprendemos a escuchar las voces del silencio, es probable que nos callen los gritos de un país desgarrado. ¿Acaso no hemos aprendido nada de las lecciones de la historia?, ¿la memoria de lo ocurrido en la España de los años treinta no es suficientemente elocuente para hacernos reflexionar? ¿Acaso no nos damos cuenta que cuando el péndulo se desplaza aceleradamente hacia un extremo se corre el peligro que con la misma a velocidad se vaya hacia el otro extremo?

Tal vez sea la hora de escuchar al refranero popular cuando dice “ ¿ Quién vio sembrar y al mismo tiempo segar? Cuando tú me estás hablando, yo, que te escucho, estoy segando”

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