El Editorial

¿Y los otros presos políticos qué?

Tener presos por motivos políticos no sólo es muestra de canallada y espíritu culpable de cualquier gobierno, sino una auténtica canallada que se da en los regímenes que violentan los derechos humanos como Cuba, Nicaragua, Irán, Corea del Norte, Rusia y, tristemente, Venezuela.

Encarcelar a una persona por sus ideas, y aún peor torturarla, negarle servicios de atención jurídica, mantenerla aislada y sin que pueda ser vista por sus familiares, es uno de los peores símbolos de los regímenes injustos del mundo, una vergüenza para cualquier pueblo que presuma de democracia.

Hace ya años que Venezuela ha caído en esa trama de crueldad, violación de los derechos humanos y espíritu abiertamente contrario a la democracia como concepto y como actitud: hubo casos en los tiempos de la cuarta república, e incluso se habló de tribus jurídicas y de corrupción en el sistema judicial, pero en el casi cuarto de siglo de este régimen de oprobio es un hábito estatal.

No se trata, pues, de regocijarnos o no por la libertad de Miguel Rodríguez Torres, sino de dolernos y avergonzarnos porque los más de 200 presos políticos, civiles y militares, hombres y mujeres que siguen siéndolo.

Y esa vergüenza debería comenzar por quienes regentan el poder en Venezuela.

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