Cine

Los zoombies del mundo globalizado en “The dead don’t die”

En la última película de Jim Jarmusch, “The Dead Don’t Die”, escogida para la apertura del Festival Internacional de Cine de Cannes 2019,  el barbudo eremita interpretado por Tom Waits sobrevivirá a la debacle y Tilda Swinton, la enterradora excéntrica con acento escocés, también. Waits fue sumergido en el bosque y Swinton fue recogida por un ovni y transportada con su espada de samurai hacia una galaxia lejana.

Ambos serán probablemente los únicos sobrevivientes de un pueblucho adormilado en un donde sea en EEUU, llamado irónicamente: «Centerville, un lugar realmente agradable». El resto de sus habitantes terminarán comidos por muertos que no mueren, es decir, por zoombies, y condenados a convertirse a su vez en zoombies, caníbales que se irán propagando por todo el país, a la vez que recitan iterativamente los nombres de marcas del mundo globalizado.

Estos seres monstruosos al estilo del éxito musical Thriller (1982), de Michael Jackson, adictos de consumo, resucitan para volver a consumir lo que en vida les gustaba. Una de ellos, una no-muerta a la espera de su funeral resucita en una celda de Centerville pidiendo una copa de Chardonnay. Otros querrán tomar café y más café y unos otros, los más jóvenes, querrán volver a cargar sus celulares y estar conectados a sus cuentas con wifi.  En estas escenas es fácil reír. En las otras, la risa se congela al constatar en el curso de la película que no habrá ningún final feliz y que la tierra y sus habitantes se destruirán unos a los otros en una espiral fatídica.

La canción de country “The Dead Don’t Die”, de Sturgill Simpson, toca tan a menudo que Bill Murray, el flemático sheriff y conocedor histórico de Ghostbuster de Centerville tira el CD por la ventana del auto de policía con el que se dirige a la batalla final, junto a Adam Driver y Cloé Sevigny, también sheriffs.

El director del festival de Cannes, Thierry Frémaux, dijo en la conferencia de prensa  que la película inaugural de Jim Jarmusch es altamente anti-Trump, lo que demuestra que Jarmusch desaprueba la dirección política que EEUU está tomando bajo este Presidente.

Es sabido que Trump niega toda consecuencia ambiental debido al cambio climático. Justamente en la película la producción de energía contaminante del fracking ha producido un desplazamiento de los polos terrestres. Esta es la causa de la irrupción de los no muertos según los noticieros y especiales transmitidos por televisión. Los personajes de la película intuyen que algo malo ha de suceder y que no habrá salida para nadie.

Los zoombies significan aquí una metáfora global que representa todo lo abyecto y malo de la humanidad: el radicalismo de derecha, el racismo, la misoginia, la discriminación de las minorías, la supremacía blanca, la injusticia social, etcétera. Los zoombies que han emergido con la política de Trump y otros muy malos como Salvini en Italia.

El mayor zoombie de “The Dead Don’t Die” es Donald Trump, pero al parecer no hay nadie en la Cámara de Representantes que quiera acabar con él. Es el puro horror de la realidad, de la cual nadie parece poder escaparse.  Es como si Jarmusch  hubiera perdido toda fe en la humanidad.

No es la primera expedición que Jim Jarmusch ha hecho en el género. Desde la perspectiva de sus dos vampiros muestra en su película anterior «Only lovers left alive» (2013), también con Tilda Swinton una visión melancólica de nuestro presente. Los chupasangres son los guardianes de nuestra cultura analógica. Todavía leen libros, escuchan discos y conocen plantas que están en peligro de extinción.

“The Dead Don’t Die” no ofrece soluciones a la invasión de los zoombies y tampoco hacia la autodestrucción de la humanidad, tal como clásicas películas terroríficas lo habrían hecho.  Las únicas dos opciones comentadas al inicio, con Tom Waits y Tilda Swinton serían vivir al margen de la sociedad, avistando el peligro a distancia, y resguardando tan solo el propio pellejo o una visa única al espacio con extraterrestres que quizás esperan que el planeta tierra termine de extinguirse.

“The Dead Don’t Die” no es solamente una lacónica crítica social sino pura distopía que no ayuda a salir del pantano político donde se encuentran buena parte de Europa, América Latina y Asia.

El mensaje es sorprendentemente plano. Los zombies reales somos nosotros mismos, degenerados en no muertos por nuestro consumismo sin sentido y la destrucción sistemática y consecuente de la naturaleza. Al final, pagamos por este estilo de vida con auto-extinción.

Por lo menos pasará una generación hasta que los adolescentes activistas de “Fridays for Future” lleguen al poder en cada uno de sus países, pero quizás ya sea muy tarde para Greta Turnberg y sus congéneres.

“The Dead Don’t Die” se siente como estar en un callejón sin salida cinematográfica.

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