Ani Villanueva: Trascendencia y Oceánida
Los lienzos de Ani Villanueva, expresan una fuerte empatía hacia lo oceánico, ante ellos el espectador se encuentra ante expresiones de belleza y armonía, gracias a la transparencia, al ritmo y la vitalidad de formas que brotan de una de las fuentes originarias de la vida. Muchas de estas piezas están realizadas en módulos, tal como ocurre en Orgánico amarillo y ocre, 2004. Transmitiendo la idea de que en un fragmento del universo se podría encontrar el cosmos, concepción que se eternizará del verbo de William Blake (1757-1827):
Para ver el mundo en un grano de arena,
y el cielo en una flor silvestre,
Abarca el infinito en la palma de tu mano,
y la eternidad en una hora.
La obra se muta así en esencia poética de lo oceánico, tal como se materializa en las masas coralinas de Coralino y Ocre, 200; atmosferas también presentes en los cuadros Alegría en el Mar, 1999 y Coral Azul, 2000; caracterizados por texturas pictóricas logradas con pinceladas delicadas y ondulantes. Piezas que proyectan la fuerza y el vigor marino, a través de formas sinuosas, plenas de vida y una cromática de fuertes contrastes
“La experiencia de vivir, el camino andado y por andar, la introspección, la naturaleza y los seres vivos de toda índole que en ella habitamos son sin duda alguna la máxima fuente de inspiración…” (Ani Villanueva, testimonio, 2010).
La mar, como universo pleno de vida, belleza y trascendencia, es esencial para la obra pictórica, instalativa y su pintura digital. El trópico caribeño ha influido de manera determinante en su vida y obra. En este continente acuático, admira arenas, formaciones coralinas con sus insólitos contrastes de colores y diversidad de formas de vida, desde las flores marinas que se cierran al paso del nadador entre multicolores y multiformes peces, tal como se evidencia en las obras Piel 2, 1999; Pez Ángel, 1999.
La simetría orgánica y cambiante, en que se organizan los cardúmenes poseen una belleza formal, impregnada de un realismo lirico, compuestas en geometrías dinámicas envolventes, atmosferas materializados en cuadros como Corocoros, 1998. En estos cardúmenes pictóricos, convierte este sentir en poesía visual y nos recuerda el presente de una de las latencias de la que depende nuestra vida. Tal como se evidencia en la pintura Bonitos, 1999.
Los paisajes marinos de esta etapa, se acerca al tratamiento que han realizado Hemingway en la novela de E El Viejo y el Mar (1952), donde lo oceánico se humaniza, por la empatía mística hacia la mar de un viejo pescador. Donde se representa esa relación amorosa del pescador artesanal con los peces.
“durante 44 días no pesca nada, hasta que tuvo suerte: un enorme pez espada pica el anzuelo, y tras una batalla difícil de 3 días, en los cuales se pone a prueba la entereza del hombre frente a la naturaleza, logra derrotar al animal más grande que ha visto en sus años de pescador.
El viejo Santiago le clava el arpón y trata por todos los medios volver a tierra con su enorme presa que es más grande que el bote”.
El océano tiene sus propio pulso, impredecible así como los peces, que aparecen y desaparecen dominados por signos climatológicos que pasan desapercibidos al neófito, y por meses se adormece esa energía vital y la mar se convierte en calma oceánica, en pocetas de viento donde el agua semeja un espejo, que sorpresivamente se transforman de un momento a otro en embravecidas superficies, furia que describe como pocos J.Conrad en su novela Tifón (1902):
“Fue algo formidable y veloz, como si un frasco lleno de lluvia se hubiese hecho añicos repentinamente […] Un terremoto, un deslizamiento de tierra o un alud se apoderan del hombre fortuitamente, por así decirlo, sin pasión. Un temporal furioso lo ataca como un enemigo personal, trata de aferrarle los miembros, se adhiere a sus pensamientos, trata de arrancar el espíritu mismo del hombre.”
Clima que en los cuadros de William Turner se manifiesta en la sorpresiva erupción de energía planetaria que palpita en la mar. En su lenguaje se manifiesta estos latidos de lo oceánico, más cuando tiende a la abstracción y aclara la paleta, admirado por John Ruskin uno de los críticos más importantes de la época describió a W. Turner como el artista “que más conmovedoramente y acertadamente puede medir el temperamento de la naturaleza”. Tal como se hace presente en el cuadro Figthin Temaraire, 1839.
La artista se acerca a esta visión de lo marino en cuadros, ensamblajes e instalaciones donde agrupa elementos diversos en el espacio. Para crear metafóricos océanos primigenios, tal como se plasma en la instalación Manimals, 2002-integrada por nueve piezas de polímeros diferentes- a través de materiales como el óleo, o materiales industriales derivados del plástico.
“Reciclo, ensamblo, amarro, recreo e instalo. Salgo a cazar materiales de la vida cotidiana contemporánea, generalmente plásticos y metales no degradables que sugieren posibilidades que luego se resuelven en el taller…” (Ani Villanueva, testimonio 2010)
Existen vinculaciones entre la obra pictórica, y la etapa minimalista de la artista donde cambió el óleo, y el lienzo por los plásticos de uso industrial y cotidiano como zocates, mangueras, enchufes, apliques…, tramados con alambre o nylon, como ocurre con las mallas Módulo 14, 2010. Sin alejarse del pulso de la mar. La creadora hace uso de estos derivados del petróleo para transmitir al espectador una mirada estética de la vida marina. Ambas propuestas poseen semejanzas estructurales, como es la geometría oceánica evanescente que crea la luz al atravesar las aguas del mar transparente. Es esta una trama dinámica, móvil, cambiante que se asimila a la simetría aritmética que en ocasiones rige la naturaleza, y que tiene anverso y reverso, en la superficie y el fondo del agua, que se corresponde a las formas materiales de esta propuesta y a las sombras que ellas crean, en las mallas en los juegos con la luz a través de las sombras que transmite la obra sobre la pared. Las mallas de plástico, estructuradas en su interior de alambre, proyectan visualmente el fenómeno de la refracción de la luz al atravesar el océano.
Aní plantea una propuesta a través de los polímeros industriales, hace referencia a las cordilleras de plásticos que se están generando en el planeta en las profundidades oceánicas y como en lugar de convertirse en desperdicios se podrían reutilizar y crear belleza, como se plantea en series como las estructuras de platos plásticos unidos en forma de gigantesco collares, que asumen un misterioso esplendor al reflejar la luz que se proyecta sobre ellos, aspecto también presente en la pieza Modulo 16, 2010. Crea así una meta-realidad basada en la serialidad, y se desprende de lo accesorio para crear un tejido con materiales industriales a través de técnicas resultado de la experimentación.
Afirma la artista con su hacer cómo a través de lo simple se puede crear propuestas y atmósferas sublimes, tal como se plasma en el ensamblaje Suspiro, 2006 o las cajas acrílicas estructuradas en su interior con malla plástica, alambre y polímeros, que de acuerdo a como sean observadas por el espectador cambian sus formas; climas presentes en piezas como Fracción 46 Ola, 2009. Esta tensión hace que la obra exprese el cambio, al generar juegos visuales con la realidad y esto no es resultado del azar, pues la artista nos desea comunicar, cómo el entorno se transforma y cambia de acuerdo a la mirada, y visión del mundo que tengamos de ella. Manifiesta así el concepto propio del hinduismo y el budismo de que la realidad es una maia o maya, proyección interior de lo que pensamos y deseamos.
Paralela a esta obra ha ido creando la artista una obra pictórica digital en Fracción 3, 2009 y Azul, 2010 dominada por una geometría sacra, vinculada a rituales y cultos de la fertilidad en India y mándalas, propias de la mística tibetana. También juega con formas de colores contrastantes, que juegan con la repetición, y lo ondulante. Esta serie de pinturas digitales, las ha combinado con las mallas de plástico para generar ilusiones ópticas, y crear una dialéctica entre la gráfica y la trasparencia. Se está ante la búsqueda a través de otro recurso estético de mostrar la noción de ilusión y de continuo cambio de la realidad en que existimos. Espiritualiza la pintura digital reflejando el sentido de trascendencia que tiene su obra plástica y minimalista. El espectador, a través de esta obra, se sumerge en lo trascendente.