José Vivenes: Actuantes del destino
Para José Vivenes el arte debe crear una vinculación con la realidad, que provoque reflexiones sobre nuestro aberrante devenir, a esto responde su proyecto “La Balsa de Bello Monte”, inspirada por su pasión por comprender la involución ciudadana, al generarse un salto atávico a lo que él llama: “oscurantismo animalista”. Caracterizado por un proceso deconstructivo de la sociedad , que ha convertido los sueños de la razón en apocalíptica pesadilla. Se materializaron al fin, los fervientes deseos milenaristas, de los partidarios del socialismo. Lograron transformar la Pequeña Venecia en una gigantesca jaula de acero.
El venezolano existe en un espacio-tiempo dominado por el temor. Es la psiquis del hombre nuevo, que engendró la revolución, en su negación del liberalismo, creando una sociedad donde la descripción de George Orwell del totalitarismo, en su novela “1984”, (1949) se acerca trágicamente a nuestra realidad, donde la iconografía patria y la historia se reescribe día a día. Y el lema del Gran Hermano: «La guerra es la paz, La libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza», es parte de nuestra cotidianidad. Esta mordaz crítica al totalitarismo se transformó en una alegoría del presente, por el dominio de los antivalores sembrados por el régimen, una humanidad fanatizada cual zombis que recuerdan la serie post-apocalíptica “The Walking Dead”.
La realidad ha demostrado lo equivocada que estaba la de izquierda latinoamericana en sus proyectos políticos revolucionarios, y particularmente la venezolana que ignoró la Perestroika (1985), la caída del Muro de Berlín (1989), y las actuales transformaciones de China, y la dictadura de los Castro. Actuar de espalda a este devenir, es resultado de la incapacidad de pensamiento crítico, creativo y activo de esta generación, y delata su verdadero objetivo: la permanencia en el Poder, siguiendo la tradición caudillista. Así, la dictadura del partido, se afirma en el país y en Santiago León de Caracas, tras el telón de fondo de una soterrada guerra civil, que devora decenas de venezolanos con cada tic.-tac. Ante este panorama nos llama la atención José Vivenes, en su exposición Actuante, 2016 es un iceberg que revela metáforas visuales de ésta: la cruda verdad.
Retratos:
El artista con su obra confronta al otro con sus retratos creados sobre planos de Caracas, para crear un expresionismo de individuos atormentados que viven y mueren masivamente, no por la peste como en el medioevo, sino por la muerte violenta, y por el silbido de bala. Estas formas en tinta chinta gritan su temor y su angustia en el silencio del papel a través de sus deformes gestos, mientras las abstractas manchas, se lanzan sobre los rostros de estos retratos, como eco del fogonazo de la muerte, que se materializa en dibujos como Pensamiento producido en el seno de esta sociedad que va lentamente siendo conquistada, 2017. Podría ser este personaje un ícono de los horrores que han vivido los 250.000 asesinados por muerte violenta en los últimos diez años.
Entre estos dibujos destaca el expresionismo de Actuante, 2016 rostro que muestra entre sombras trazos y manchas, elementos visuales que proyectan la angustia del venezolano. La composición de esta serie se presenta como una ofrenda propiciatoria al monstruoso Kraken, metáfora que podría haber descripto Tomas Hobbes (1508-1679), en su célebre libro “Leviatán” (1651), entre pinceladas de grises y negros que parecieran tormentas oceánicas que invaden a la sociedad, imagen eficaz de la degeneración que se está dando en todos los niveles de nuestra sociedad. Estos retratos afirman la individualidad perdida, la ausencia del sentido de la vida, que provocan la conversión del sujeto en objeto, que pasa de ser actuante, a ser un poseído. Este sentido, encuentra eco en la serie de ensamblajes La Palabra se convirtió en sinónimo de innovación radical, 2017, cabezas realizadas en papel y engrudo, con sombreros que recuerdan la inquisición, y objetos rituales de la santería como el elegua, religiosidad utilizada por los dictadores caribeños para ejercer e internalizar en la sociedad su Poder.
El dibujo Desapercibidos, 2017, la figura humana se presenta dominada entre la vorágine de la oscuridad, y en Personalidad de un sujeto, 2016, este clima toma un giro que acentúa el expresionismo al brotar de la negrura, la huella dorada de una mano extendida, no como gesto estético ritual propia de las cuevas de Altamira, sino como un gesto de angustia ante la presencia de un arma blanca, que se ha convertido en elemento común de esta violencia incontrolable, que se percibe en cada rincón del país. Estas atmósferas responden a uno de los planteamientos centrales del artista, y es que la sociedad venezolana vive un proceso de medievalización, es éste uno de los lineamientos centrales del pensamiento de Umberto Eco (1932-2016) , que se da tanto en nuestros sectores populares, como a todo lo largo del país por la fragmentación del espacio y las nuevas fronteras afirmadas por las bandas armadas, la narco guerrilla, los colectivos, las autodefensas de las urbanizaciones indican que se está evolucionando hacia estructuras similares a las que se dieron en el feudalismo. El paramilitarismo del régimen, y los colectivos hacen islas dentro de la sociedad, son una nueva capa de inquisidores contemporáneos manipulados por los obispos de esta ideología con rasgos de religión, no visten trajes negros y enarbolan cruces, sahumerios y oraciones sino vestimentas militares, entre ropajes rojos con los oraciones-slogan de esta religión de estado, como es ¡Hasta la Victoria siempre Patria o Muerte!, ¡Ganar como sea!, ¡El Show debe continuar!..
Para transmitir visualmente este sentido, el artista recubre de pinceladas doradas, asociadas a lo sacro y negras, al oscurantismo, objetos figurativos sobre mapas topográficos con un gestualismo pictórico que llega al extremo de pintar con las manos. En esta serie, estos colores cubren las torres de petróleo, armas de fuego, íconos patrios, héroes independentistas..; transmiten la idea de que aún estamos atrapados en la utopía del Dorado. A esto responde el dibujo Excremento del diablo, 2016 donde es delineada una dorada torre de petróleo, cubierta por manchas negras, para transmitir al otro la cruda realidad de que el venezolano no ha sabido aprovechar esta riqueza, cómo diría don Arturo Uslar Pietri “No se ha sembrado el petróleo”, esto ha deformado al venezolano a niveles exponenciales gracias al socialismo, que mantiene a través del populismo una economía de puerto y la estructura de un país minero.
Esta pobreza entre riqueza, se materializa en los dibujos de cornucopias doradas, por donde deberían emanar los frutos de la tierra, como en el escudo nacional, en lugar de ello son dominadas por torrentes dorados como expresión de la alquimia de la miseria. Como se evidencia en el dibujo Diptongo para un hiato de país, 2017, donde la cornucopia está representada con trazos espontáneos delgados y dorados, donde no se ven caer los frutos que produce nuestra generosa tierra y, en su lugar, dos ratas devoran los restos del festín de la boliburguersía. Está develando Vivenes metáforas de una sociedad que abandonó los valores que se estaban tratando de sembrar en cuarenta años de democracia, tan simples como que la riqueza es producto del trabajo, y no de la viveza; destacar el criterio de excelencia y no el de militancia, el de innovación y no el de sumisión, sentidos morales que están representados en estas ratas que se alimentan de despojos. El símbolo de la cornucopia ha trasformado su sentido y su significación. En la antigüedad, los frutos que brotaban de los cuernos de la abundancia lo hacían por la parte superior, y estaban asociados a deidades griegas como Baco y Ceres, vinculadas a la fertilidad y a los instintos primaverales. Pero esto fue mutando, y en términos simbólicos se dio un cambio del lugar por donde brotaban los frutos, que paso de la parte superior a la inferior, entre los siglos XVII y XVIII, y estos frutos que brotaban y caían asumieron connotaciones vinculadas a la libertad, la felicidad pública y la prudencia política como generadora de riquezas de las naciones. Estas cornucopias que parecieran desmaterializarse por la rapidez de la pincelada, como ocurre en Episteme Moderno, 2017, asumen estas valoraciones en la iconografía del artista.
Cerdos y cochinos antropomórficos:
Vivenes utiliza el cochino como uno de los animales metafóricos para representar, la pérdida de valores promovida por el régimen como la intolerancia, la violencia, la censura, la sumisión, el bachaqueo, la escasez, el temor, la traición, el fanatismo en sus dibujos trazados en tinta china sobre mapas topográficos de Caracas, realizados con pinceladas rápidas y precisas, y haciendo uso de la mancha para crear una tensión entre la figuración y la abstracción. El cerdo se hace presente en esta serie en piezas como El Mito en su Exégesis, 2017, y el Símbolo antecede al Mito, 2017, dibujos que se convierten en un punto de reflexión, vinculado a la crítica de la novela de George Orwel (1903-1945) Rebelión de la Granja (1945), donde un cerdo se convierte en el tirano, y su especie en la clase dominante para deformar los valores de igualdad, que motorizaron la rebelión. Critica al socialismo y al estalinismo, que se convierte en universal por sus mordaces señalamientos. Planteamiento que tiene vigencia en los regímenes que se fundamentan en este sistema ideológico de raíz marxista.
Dentro del budismo, el cerdo simboliza el desenfreno de los deseos, psicología que hereda del hinduismo. Representa por tanto la lujuria, el egoísmo, la sexualidad, la vanidad, la ignorancia, todo aquello que para esta visión del mundo nos encadena a lo más bajo del ser. Y que hace que lo sublime se trasforme en intrascendente, la paz en violencia, el conocimiento en ignorancia. Es la representación del oscurantismo y la bajeza, dinámica vinculada a la parábola bíblica de las perlas echadas a los cerdos, imagen de que las verdades espirituales no deben ser dadas a los indignos de recibirlas; citando a Heráclito, Clemente de Alejandría escribe: ”el cerdo goza en el fango y en el estiércol”, por ello se prohíbe la carne del cochino en el Islam y el judaísmo. Sin embargo entre los vietnamitas, el cerdo es signo de la abundancia, sentido que también es compartido por los egipcios, significados que se alejan del sentido que les transmite Vivenes, usa al cochino para representar la perversión de los ciudadanos en las diversas instituciones del Estado; asume connotaciones negativas, vinculadas a la mitología política de G. Orwell, lo cual reafirma en el ensamblaje Ideales, 2017, donde sobre una tablero de ajedrez , que como juego está relacionado al azar, y es ese el destino incierto que se cierne sobre Venezuela, para reforzar este sentido ubica la pata de una mesa con una rueda que transmite una inquietante sensación de desequilibrio e incertidumbre. En cuyo vértice se encuentra el rostro de un busto de Bolívar, enmascarado con parte de un hocico de cochino. Materializa este ensamblaje, la ignorancia, y la incapacidad de esta generación de héroes de tener un pensamiento crítico ante la filosofía de la Ilustración y el marxismo. Lo que ha llevado a esta joven República a ser incapaz de asumir un destino enraizado en su historia, y no en una quimera.
Ratas humanizadas:
Los roedores son parte de esta iconografía, se adaptan a las circunstancias más extremas de sobrevivencia. Existen en los despojos, en la basura, en los desechos, se caracterizan por su suciedad, desorden, mal olor, habitan lugares oscuros, subterráneos y cloacas como actualmente ha ocurrido con algunos venezolanos. De ahí la presencia de este animal en este lenguaje plástico. Idea que se expresa de manera clara y contundente, en el plano de Caracas, sobre el que son pintadas dos ratas, en la obra Dos cosas unidas en una misma idea, 2016.
Paradójicamente el roedor tiene significaciones opuestas en Asia, pues es considerado un animal de buen augurio, en Japón donde es asociado a la riqueza, y en lugares como China y Siberia es su ausencia signo de inquietud. Pero en Occidente, su simbolismo se asocia a la avaricia, el parasitismo y la miseria; y para Homero, uno de los nombres de Apolo es Sminteo, derivación de la palabra rata, animal que propagaba para los griegos la peste, y destruía las cosechas. Estos significados los asume el artista como símbolos del proceso de demolición de una nación. Tal como se evidencia en la serie de collages de gran formato. Sus significaciones para el artista se encuentran en las afirmaciones que hace en el documental José Vivenes: Actuante, 2017, representan la pérdida de valores, de identidad, de la calidez del venezolano, que se convierte en un ser débil moralmente. Esto se materializa en la obra Irreversible Cotidianidad, 2017, donde un ser antropomorfo, un hombre-rata está sobredimensionado, donde la técnica que empleó el artista se hace eco de los hábitos del roedor, en el uso particular que hace del collage, al pegar lo dibujado, y al secarse arrancarlo violentamente. Para dejar huellas que deja en la superficie de la obra, que parecieran mordiscos de la rata tras roer las etiquetas de papel. Es este un símil de esa capa social o boliburgesía que se ha dedicado a enriquecerse de la corrupción y la destrucción del aparato productivo de Venezuela. Este lenguaje plástico, al hacerse eco de las hábitos del roedor, y del caos que dejan las huellas de sus mordidas de los papeles que roe, dejan presencias o mantos de caos similar a los despojos de la gran población de venezolanos, que se alimentan de los basureros de la calles de las urbes.
La rata en este lenguaje visual, es un arquetipo del venezolano pervertido, deformado por el contexto socio-cultural actual. Al ver el inicio de esta serie en el taller del artista a mediados del 2016, las primeras capas de estas obras de papel eran laberintos, sobrepuestos, cortados sobre el papel que emanaban caos, y oscuridad. Parecían un tributo a Goya. Negaban ante todo el orden, la luz, la armonía, la paz, la empatía social, valores añorados por todo país civilizado. Al terminarlos proyectan un contexto socio-político, que provoca en el otro una reflexión que puede llevar a un cambio de conciencia, que lo convierta en actuante de su destino.
La fotografía en Actuante:
En la Balsa de Bello Monte, hay fotografías referenciales que determinan obras como el cuadro titulada Fauna Social, 2016, está inspirada en una fotografía de la serie Relaciones Paralelas de Luis Brito (1945-2015). Imagen de un pájaro caído, símbolo de la libertad, la ligereza, la espontaneidad, lo lúdico, la gracia golpeado y asesinado por un choque con un objeto de la urbe. El amarillo vibrante propio de la pincelada del artista, contrasta con el cuerpo oscuro del ave, un delgado rastro de sangre se desliza por su cuerpo. Uno de los iconos visuales de Nelsón Garrido, también están presentes en esta figuración metafórica de Vivenes, en las diversas series fotogràficas de este artista centradas en el cochino. Al igua que los ajusticiamientos en Vietcong, fotografiados por Eddie Adams, están presentes como relación, uno de ellos ganador del premio Pulitzer en 1969. Otra imagen vital para acercarse a los secretos estéticos de esta serie, es la Morgue de Bello Monte, del reportero de sucesos Alex Delgado, publicada en el 2010 por el diario El Nacional, que provocó el cierre del periódico, al de igual que el del Tal Cual. Fue evidente la censura. A raíz de ello se prohibió publicar imágenes de violencia explícita en los periódicos, no es casual que esta imagen apocalíptica tenga la atmósfera de la novela de Joseph Conrad (1827-1924), Corazón de Tinieblas. Es de hacer notar que en ese momento, la imagen haya provocado tal impacto, y es ésta una de las fotografías que tiene como referencia de la pieza “Rosario Alfabético”, (2016-2017). La cual tiene a su vez como asociación visual uno de los cuadros más conocidos de Occidente, ícono del Romanticismo la Balsa de la Medusa, 1818, de Gericault (1791-1824), el contenido de la pintura describe a 147 náufragos de los que solo sobrevivieron 15 desaparecidos por el suicidio, el homicidio y el canibalismo.
En este collage, se perciben manos a la deriva, cuerpos sobre cuerpos, desordenados como si estuvieran flotando en el embravecido mar, hinchados, deformados, lanzados cual basura que prefiguran las hambruna silenciada que nos corroe…
Cada una de esta piezas contiene un grito silencioso de indignación. La ironía está presente en las instalaciones, como la de Dimensión Estereotipada, 2017, donde de un carro de juguete, figuras de miniaturas disparan a un pollo. Este humor negro también se materializa en los ensamblajes creados por el artistas, como es el busto fantasmal, hecho con la materia prima de libros apilonados y pegados a los que el creador dio forma con una aserradora, para transmitir esa noción de intoxicación intelectual, de los progresistas o vanguardias de la cultura y la política, y a su vez señalar la ignorancia y pasividad que nos ha llevado a esta revolución bonita. Existe en la muestra otro ensamblaje, donde recrea el artista esta idea desde otra perspectiva, con el apilamiento de la edición de las obras completas de Simón Bolívar pegadas como ladrillos, pues el pensamiento bolivariano se ha convertido en eso, en una realidad inerte y justificadora del totalitarismo, de ahí el bozal de la cabeza del muñeco con forma de zombi, que se ubica en la cúspide de esta escultura. Tienen estos ensamblajes el sentido que le da Anselm Kieffer (1945), a sus instalaciones de libros de plomo, que son guiados por la idea de que la memoria debe preservarse para poder asimilar las tramas de la historia. Pues el olvido es uno de las principales tragedias de nuestro devenir. Pareciera que existimos para olvidar.