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El Fantasma de la Ópera

(%=Image(2279737,»L»)%) Uno de los estrenos más importantes del universo
artístico europeo de los últimos tiempos es la puesta
en escena del híbrido operístico-musical de Andrew
Lloyd Weber «El Fantasma de la Ópera». En seis mil
presentaciones ha sido apreciado por 70 millones de
espectadores. ¿Qué explica este éxito? «El Fantasma de
la Ópera» tiene boga porque su drama alcanza a todos,
más que un fantasma de una vida bufa y trágica, es el
fantasma que alguna vez interpretamos en la vida. La
obra dirigida por Harold Prince recrea personajes que
vemos en la cotidianidad. El Fantasma es un ser
marginal, vive rechazado, oculto. Todos lo ven y nadie
lo mira. Es de alguna manera el Sy interpretado por
Robin William en la mediocre película «One Hour Photo»
de Mark Romanek (Conocido en el mundo hispánico como
«Retrato de una Obsesión»), y con él todos los que
anhelamos un mundo propio. El hombre solitario que
vive ansiando una vida normal, con una familia que
solo conoce por sus fotografías. Su sueño más profundo
es algún día formar parte de esa familia de ilusión.

Es el exiliado por excelencia, el desterrado en su
propio país, el extraviado en su mundo interior,
atrapado por ser diferente. El inmigrante sin papeles.

El solitario que busca compañía y sus actos productos
de la tentación. Es la fascinación que surge del que
vive de carestías. La provocación nace al contemplar,
nos advierte Hannibal Lecter en «The Silence of the
Lambs».

Él le habla a ella, desde la oscuridad, como un Cyrano
de Bergerac, el primer monstruo talentoso y simpático
de la literatura de Edmond Rostand. La enamora en la
penumbra, su voz la pone en trance. El cazador
cibernético, chateador por excelencia, el de los
buenos conversadores y seguidores de relaciones a
ciegas. El amor a la distancia, ese ¿Quién será? ¿Cómo
será? Mantienen la ilusión, la ensalzan en ella.

¿Quién puede enfrentarse al príncipe de ensueño? A
este caballero idealizado. Después de todo al caer el
velo, al rodar la máscara solo queda el hombre. ¿Quién
es este monstruo del que me enamoré? Es el príncipe
convertido en sapo que reclama todos los días un
agigantado público femenino.

Se desvive enamorado por ella, amenaza a la hija de
Carlota, la Prima Donna del teatro. Raoul, buen mozo,
atractivo. Al descubrir junto con el público a la
prometedora Christine le propone matrimonio. Es el
arribista, el encunado que todo lo logra por carta
natal, apellido o buen porte, aquel oportunista que se
hace de la obra ajena. Quien saborea lo que otros
siembran y cultivan con paciencia. El jefe que
maldecimos, el político frecuente, el Berlusconi de la
humanidad. El Fantasma puede matar, pero no asesina
por convicción ni placer, es su única herramienta, el
miedo. Es un terrorista del amor. En la obra solo hay
grises argumentales. Nadie es demasiado noble, ni
demasiado villano. Aunque el Fantasma no es presentado
solo como un ser atormentado por sus diferencias, sino
que es arrogante y materialista, lo que contradice su
sensibilidad e ideario primigenio: Buscar la felicidad
pura, por buscar la felicidad a toda costa, cueste lo
que cueste. Es el mercenario burlesco que pide un
palco. Madame Giry , la maitressa del ballet, una
secretaria que sabe de los romances y sirve de
matrona, entrega la nota esbirra, en la que exige un
salario. Como los cupos de la mafia o de los
terroristas modernos, vende él su abstinencia
criminal. Causa humor y rechazo moral. El fenómeno
tiene clase, gusta de la ópera. Primero avisa,
amenaza. «Un desastre más allá de la imaginación»
luego CNN televisa los aviones de Bin Laden. Es la
obra siniestra de Stevenson, «El Extraño Caso del Dr.

Jekill y el Sr. Hyde» No es la lucha del bien y del
mal que los ingenuos creen leer en la obra del célebre
hijo de Edimburgo, es el hombre conciente que apaña el
lado espeluznante, lo disfruta, lo protege, lo libera
desentendiéndose hipócritamente de las consecuencias.

El Fantasma, es la bestia humana perfecta con el cual
todos nos redimimos en la ira y la pasión, en el
fanatismo. Todo los días lo vivimos, lo interpretamos
y nos lo interpretan. Somos también ese Raoul y esa
Christine. Somos los empresarios que ignoran los
peligros y continúan trabajando. Unos valientes porque
no se rinden a la amenaza terrorista de los cupos de
la FARC y de ETA, otros malévolos porque laboran en
condiciones de ruin inseguridad

No hay maldad en el Fantasma

La Obertura es maravillosa, presenta un ser salvaje de
la selva depredada que defiende su existencia con sus
actos desesperados. Esta cerca de hacer la guerra
perfecta que Dios inspira en la Biblia. Sin odio.

Hasta que jura venganza al saberse traicionado.

Representa el amor imposible de dos antípodas. De los
que hay todos los días entre un rico y una pobre,
entre un pobre y una chica rica. Uno vive un universo
de esplendor, el otro en el inframundo. En los
socavones del viejo teatro, en esas catacumbas de
miseria. Ella lo sigue tras el espejo que hay en su
camerino. El camino de su imagen es a otra dimensión
parece decirnos Gastón Leroux, detrás de cada imagen
un mundo oculto, de tras de cada rostro de mujer
bella, el infierno para los que se dejan seducir. El
Fantasma es el Quasimodo del teatro, igual que en «The
Hunchback of Notre Dame» (Universal, 1923), es lo
inverso de su figura. Tanto más monstruoso el
personaje más impecable su alma, aunque este termina
en la incógnita de saberse cruel, abusivo o víctima.

Este enigma también envuelve a la voluble Christine.

Tras llevarla por el lago subterráneo, la acuesta con
dulzura, ella en trance por la declaratoria de amor.

Parece confirmarnos el autor del guión esa visión
retrospectiva y lúdica al despertarla, al hacerla
entrar en conciencia al escuchar los bellos toques que
arranca el enmascarado desde un órgano. Surge en ese
instante un acertijo ¿Podría una criatura de maldad
pura descubrir melodías tan sublimes si su alma no
estuviera llena de sensibilidades y bellezas? El
Fantasma sueña con una oportunidad, la que la vida le
niega y le seguirá negando. El solo desfallece por un
oportunidad de ser conocido. ¿Acaso la vida misma no
es la apuesta por una oportunidad? El paciente por un
transplante, el accidentado que agoniza en el
pavimento, el alumno auscultado por su profesor. ¿Qué
haríamos si.?

El Fantasma es arrojado por la muchedumbre, que impide
la relación, son los que se oponen al amor. Una
relación imposible, más que pasional posesional. Son
los Montescos y Capuletos de la obra de Laemmle. Los
que persiguen al ser diferente. Los que abogan por la
discriminación más pura y radical. Los que ajustician
y en nombre de la ley cometen el más pernicioso
crimen. Arrojado al agua que no lava ni limpia, no lo
transforma, ni blanquea. Es el agua que extermina y
con esa sola acción lo libera. ¿Quién es el monstruo
de la obra? El espectador queda en un mar de aguas
tibias, rodeado de grises. ¿Es Raoul el villano?
¿Christine que nunca dio una oportunidad? ¿Por qué
tendría que dárselas después de todo? Christine es la
perseguida, que como el Moby Dick de Melville, es la
tumba del perseguidor. Es la obsesión insana, la que
debió ser detenida, la apuesta absurda a una relación
sin futuro, tanto como la vida del Fantasma y con él,
la de los idealistas. El final es un himno a la muerte
como fuente liberadora. Es el agua un simbolismo del
paraíso de los suicidas, el refugio final del amor
fugitivo. El agua le ofrece una última promesa, más
alcanzable que el huidizo amor. La paz para un alma
torturada.

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