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Fernando Mires : Para Antonio Prieto (homenaje y despedida)

Cuando ya no me quieras
Bolero que cantaba Antonio Prieto (1926-2011)
(Letra: A. Castilla)

Cuando ya no me quieras
no me pidas cariño
no me tengas piedad, compasión
ni temor

Si me diste tu olvido
no te culpo ni río
ni te doy el disgusto
de mirar en mi dolor

Partiré canturreando
mi poema más viejo
contaré a todo el mundo
lo que tú me quisiste

Y cuando nadie escuche
 mis canciones ya viejas
 detendré mi camino
en un pueblo lejano
y allí moriré

Él, Antonio Prieto, después que ya no lo quieran, no se iba a matar ni volver loco. Simplemente partiría canturreando. Fue su decisión. Y así nos enteramos que Antonio Prieto cantaba a través de la voz de un poeta, cantara poemas o boleros, lo que en algunos casos -y éste es uno de ellos- es lo mismo, pues un bolero es un sentimiento triste que se canta. Yo al menos, no he escuchado ningún bolero alegre.

El cantante de boleros será siempre un trovador de la tristeza, como Antonio Prieto lo era. Esa es quizás la gran similitud que se da entre la poesía (y los boleros) y la filosofía: Ambas son formas del pensamiento que surgen del amor que no se tiene y que se busca.

Es cierto que la filosofía es amor por el saber y la poesía, amor por el ser. Pero como nadie puede saber sin ser ni tampoco puede ser sin saber, las diferencias entre poesía y filosofía son más bien tenues. Quizás esa es una de las razones que explica por qué la mayoría de los filósofos ha escrito poemas aunque sólo la minoría de los poetas ha escrito filosofía. En fin, poetas y filósofos -que Dios los cuide y los guarde- tienen siempre una coartada para escapar de la desesperación.

Muchos poemas y boleros han sido escritos después de un amor terminado. Poemas y boleros tienden a alimentarse de los restos carcomidos de amores que fallecen, de las carroñas del alma, de los últimos vestigios de una relación que agoniza. Después que se han ido los buitres, del cadáver sólo quedan los huesos. Después de ser escrito un poema, o cantado el bolero, del amor sólo queda su recuerdo. Los recuerdos son los huesos del amor. Duros de roer son también, los recuerdos.

Sin embargo, la parte central de la hipótesis de este bellísimo bolero se encuentra al final. Ocurre lo mismo en muchos textos filosóficos cuyo centro está en el fin. Y al final del bolero declara Antonio Prieto, que cuando nadie más escuche sus canciones él irá a morir a un pueblo lejano. Y en gran parte, ésa, su decisión de ir a morir a otra parte como hacen los elefantes, no carece de lógica, sobre todo si se tiene en cuenta que el sentido de toda canción es que sea escuchada. Una canción que no se escucha ha perdido su razón de ser. Después de la canción no escuchada no espera nada al cantante, nada; nada que no sea irse a otra parte para aguardar su muerte. A un pueblo lejano, por ejemplo. ¿Dónde está ese pueblo lejano? Hay que suponer que ese pueblo está más cerca de la muerte que de la vida. Allí fue a morir Antonio Prieto. Esa fue su decisión.

Ese, el pueblo lejano, al estar más cerca de la muerte que de la vida no será lejano cuando Antonio Prieto llegue a habitarlo. En cambio, si lo será el pueblo desde donde cantaba. Eso quiere decir que el pueblo desde donde cantaba era su pasado y el pueblo adonde fue a morir era su futuro. En esos momentos en que nos cantaba, su futuro se encontraba en tiempo presente, y ese presente era su pasado en el tiempo futuro. Luego, ese pueblo del futuro cantado en tiempo presente existe no sólo en una dimensión espacial sino también temporal. Pero, como Antonio Prieto, al igual que todos nosotros, avanza en el tiempo, tenemos que convenir que el pueblo lejano será después de cada segundo un poco más cercano. Eso lleva a concluir que Antonio Prieto se encontraba situado entre dos pueblos. El pueblo del futuro que es cada segundo que pasa más cercano y el pueblo del presente que es cada segundo que pasa más lejano hasta el punto de que en un momento no determinado, el pueblo cercano será el lejano y el pueblo lejano el cercano. Ahora, ese vivir “entre dos pueblos” se parece mucho a la visión lacaniana relativa a “una vida entre dos muertes”: La de donde venimos, y la de adónde iremos. Pero más se parece a esa “vida en las dos ciudades” de la que nos hablaba San Agustín, visión cristianizada de las dos ciudades que ya habían anunciado los estoicos: la de la vida y la del pensamiento.

Una de esas ciudades, según Agustín, es la ciudad de Dios, visión que no tiene que ver con ninguna idea teocrática del santo filósofo, como muchos piensan, sino con la coexistencia de dos tiempos. El tiempo de nuestra ciudad, que es finito, y el tiempo eterno de la ciudad de Dios.

Como en Agustín, el otro pueblo, el que nos espera según Antonio Prieto, está más cerca de la muerte que de la vida. Al igual también que en Agustín, Antonio Prieto -en la medida que ambos piensan en ese otro pueblo o en esa otra ciudad-  tanto pueblo como ciudad son no sólo “lugares” y “momentos” sino también condiciones del espíritu, “modos de ser” en la vida. La diferencia entre ambos es, por tanto, una sola; pero es gravitante. San Agustín era optimista y Antonio Prieto era pesimista, lo que no extraña, pues Antonio Prieto cantaba boleros y hay muy pocos boleros optimistas.
De acuerdo al optimismo agustino, la ciudad de Dios, porque es la de Dios, es la del amor pleno. En cambio, para Antonio Prieto, el pueblo lejano –aquel donde fue a morir- es un pueblo sin amor y con muy poca vida; es, al fin, el pueblo que habitamos después de la muerte.

Quizás está de más decir que aquello que separa al gran filósofo del gran cantante es que la filosofía del primero es teológica y la del segundo puramente filosófica. Y como es sabido, la “filosofía filosófica” termina con la muerte. No es casualidad tampoco que una de las obras más destacadas de Soren Kierkegard se titule “Tratado de la desesperación”, donde el filósofo para escapar a la desesperación la convierte en objeto de estudio filosófico. Lo mismo hizo Antonio Prieto: él iba canturreando sus poemas más tristes para no desesperar. Más aún: contaba a todo el mundo cuánto ella lo quiso. Y eso significa que Antonio Prieto, como ocurre con la mayoría de los poetas, sean estos buenos o malos, tenía la intención de publicar sus poemas.

La vida de Agustín no termina como la de Antonio en un pueblo lejano; su amor, tampoco. Por el contrario, la vida en el pueblo, o la ciudad lejana, comienza sin terminar jamás. Esa es la razón por la cual Antonio Prieto sentía su viaje hacia el pueblo lejano no como un exilio sino como un destierro. En cambio, el viaje de Agustín es un éxodo hacia la ciudad de Dios que es el equivalente cristiano de “la tierra prometida” de los judíos, la que se encontraba no sólo en la geografía sino también en el espíritu de cada ser.
Para que se entienda mejor lo que quiero decir, debo precisar algunas diferencias: todo exilio es un destierro, pero no todo destierro es un exilio.

En ambos casos somos arrancados de nuestra tierra, pero en el primero, el del exilio, busco y a veces encuentro, protección, ayuda, abrigo. En el segundo, soy arrojado literalmente a otra tierra que no es la mía. Para decirlo de modo algo bíblico: Adán y Eva fueron expulsados del paraíso y sufrieron un destierro, mas no un exilio. Caín fue desterrado de la tierra que lo vio nacer a vagar por el mundo, tanto en su mundo externo como interno, y también heredó de sus padres el destierro. El destierro es un castigo por una culpa (la culpa de ser como somos). El exilio en cambio, es la ayuda que recibimos desde otras tierras para que en ellas habitemos y sigamos siendo lo que somos. ¿Y el éxodo?

El éxodo es ida y regreso a la vez. A través del éxodo huimos de donde no nos quieren y regresamos al lugar que nos pertenece, nuestra propia patria, la que nos ha sido prometida, los pueblos y las ciudades de Dios donde hay quienes nos esperan con amor para que allí vivamos para siempre. El éxodo es un viaje a través de la esperanza que tiene cada ser para continuar siendo. El que nos lleva al exilio o al entierro es, en cambio, un viaje a través de la desesperación. El viaje de Antonio es el de la condición humana. El de Agustín el de la condición divina. El des-tierro de Antonio Prieto terminará en su en-tierro. El de Agustín está antes y después de la tierra que habitamos. El de Antonio Prieto y el de nosotros es un viaje hacia la muerte. El de Agustín es un viaje hacia la vida eterna. ¿Cuál de esos dos viajes será el más verdadero?

Yo no lo sé.
Lo que sí sé, y no sé por qué, es que en ese pueblo lejano, Antonio Prieto seguirá cantando boleros.

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