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La ciudad plácida de la señora Lia de Bermúdez

Señora Bermúdez usted quiere aprehensar la ciudad desde la óptica de una sensibilidad trasnochada. Aduce la dejadez de su casco central, la desidia de sus supuestos ciudadanos ante el infecto lago, y así entre palabras calmosas, cree que cual personaje metafísico de Cony Méndez la luz vendrá; es decir, Maracaibo será una nota, como dirían los borrachitos gaiteros, hoy mantenidos bien por el Municipio o la Gobernación.

Las ciudades no son entes bucólicos, espacios para el encuentro romántico menos de proyectos idealistas. La ciudad es terreno de contradicciones sociales, bien sabe usted que el caso central de la ciudad fue devorado por sus compañeros de partido, a la cabeza de Hilarión Cardozo; quien siguiendo más que lineamientos del centralismo caraqueño, atizado por los mercaderes del burgo y la iracunda alemana, descendiente de la aristocracia de mostrador,  caso de Kart Nagel, quien en pelea con Omar Baralt; el uno desde la visión de los burgueses de Bella vista y el otro desde la mestiza, indio acomodado con un supuesto coqueteo populista, que ayer era sinónimo de adecos; escamotearon el análisis concreto del reacomodo burgués en la urbe y el estado . Pues bien, había que hacer asepsia en el casco central de la urbe. Los Boburitos eran una afrenta para el profesor de derecho romano, el heredero teutón; hoy refugiado en el Colegio Alemán, la Universidad sin Luz y el Liceo Los Robles; mientras Omar Baralt a poco demostraría que su pelea no era pelea de gallo.

Tal vez la única posición seria fue la de Rutilio Ortega, quien con datos en mano puso al descubierto como la burguesía comercial se apoderó del viejo Saladillo, con la complicidad de la dirigencia copeyana. El desastre estaba consumado: Maracaibo sin memoria espacial; será con el autotitulado zuliano mayor, el Osvaldo Álvarez Paz, con quien comienza usted, por cierto, su etapa de consolidación en su hoy castillo: Centro de Arte Lía de Bermúdez; quien mediante decreto impone ese mamotreto que se llama Calle la Tradición,  la cual poco a poco la va comprando en sus sitios representativos: El Augusto Pradeli, dueño del Hotel El Caribe; un ejemplo de cómo el empresario cultural no es gratuito, si, éste es el hombre que inicio la llamada salita, el paseo a cabello por el Paseo Ciencia y hasta actúo en la película Goligood; le sigue en esa empresa el cuñado de Osvaldito, el Heràclito Montiel, dueño del Zaguan.

 Así los copeyanos en su falsa Mea Culpa aparecerían en la cabeza de un Fernando Chumaceiro, emitiendo desde el Concejo Municipal ordenanzas sobre el patrimonio histórico local, como el de Santa Lucia y hasta un Fondo Editorial Simón Bolívar; puro efectismo para tapar la complicidad del pasado. Incluso llegaron a diseñar unas Jornadas Programáticas Culturales para la Ciudad, lideradas por el saltimbanqui Giovanni Villalobos. Nada se podía esperar del dueño de Café Imperial; mientras el Osvaldo Álvarez Paz seguía emitiendo decretos sobre la educación bilingüe indígena y la educación en historia zuliana; que por ironía fue encargada al ayer marxista sin convicción de Rutilio Ortega; triste personaje que, en la actualidad, tratan de deificar al criminal de Venancio Pulgar.

 El poder económico destruyó todo; no se llevó la trilogía de iglesias como la Catedral, la Santa Bárbara y la Basílica, ya que entiende que a los pueblos para narcotizarlos hay que alimentarlos con la religión, opio de los pueblos; más en el nuestro: orillero, bocón y parrandero, que aun habla un viejo español.

 ¿No se ha preguntado por qué la susodicha comisión de patrimonio nada dijo sobre la demolición de la casa, donde se aposentó Simón Bolívar a su venida a Maracaibo? ¿Por qué en la inquina comercial de demolición del Saladillo, no se llevan el Teatro Baralt? Sencillamente ese sitio fue obra de la aristocracia de mostrador, como diría el seudo marxista Germàn Cardozo Galùe; al punto que son los burgueses de la ciudad, comandado por un tal Baralt- no le me confunda con el intelectual- quien patrocina su creación; y será allí donde los mantuanos marabinos se deleitarán con Gardel y la Libertad La Marque; o bien por qué en ningún momento se ha osado pulverizar el edificio Mac Gregor, no será acaso también porque ese fue el emblema de los otroras banqueros ingleses; que aun perduran en la ciudad con sus privilegios desde la Academia de Historia del Estado Zulia, expandiendo toda su carga de racismo y desdén contra el mestizo, en la persona de Ernesto Mac Gregor.

Usted conoce señora dama bien la historia de la demolición, usted estaba en el poder y parece de hipócrita su exposición de beata cultural. Nada sale de su boca con respecto a la situación real del casco central de la ciudad; con ese articidio que es el monumento a la Chinita, el abandono del templo  San Felipe; demolidas en su casi totalidad las casas del viejo Saladillo; las que permanecen son habitadas por un lumpen en su mayoría de la mal llamada amigable vecina Colombia, donde se vende aguardiente al calor de vallenato, funcionan hoteles para las puticas del paseo ciencias y el callejón de los pobres; más a flote, si es la avenida Libertador es un secreto a voces como los paracos antioqueños han comprado gran parte de los locales; les siguen entendiéndose por la Redoma, el Centro Comercial la Chinita y las Playitas, los árabes; en una medida irrisoria cierta burguesía guajira; mientras el maracucho orillero les sirve de caletero junto a un lumpen colombiano, por lo general, negros y mulatos. En fin, sea más sincera y no trate de desconocer una realidad que usted en gran medida propicio con su maridaje con el poder copeyano, que dio inicio a la destrucción del saladillo.

 En si, su visión de la ciudad en lo sustantivo en nada se diferencia de los planteamientos en la literatura de personajes como Milton Queros y Norberto Olivar; el primero desde Corrector de Estilo, tratando de ironizar una ciudad, que quienes sabemos que la literatura es texto, autor y contexto, no es más que la lucha férrea del escritor por codearse con la burguesía de la Calle 72; pero al inmutarle el suscrito por qué no ficcionaba la urbe desde otras ópticas, para dejar al fin en el pasado a La Tierra del Sol Amada, de Pocaterra; me responde como mecanismo de defensa que él no es de aquí, que lo último que se había planteado fue escribir una novela sobre Maracaibo y en definitiva el medio lo consumió; si, lo consumió con sus delirios de gaseosas y buena copa en la referida calle 72, Bambi Café y el Supermercado Ris; y en el caso de Norberto Olivar, quien pretendiendo desacralizar todo, finaliza en su refugio clerical, es decir, en la Universidad Cecilio Acosta, moviendo el morbo de un pueblo santero y creyente con novelas no bien lograda como Un Vampiro en Maracaibo. Mundo de pequeños burgueses de supuesta izquierda, conservadores, mojigatos; quienes han creado sus búnkeres culturales y ante un pueblo que no lee, no tiene formación artística menos filosófica, científica y tecnológica, una supuesta intelectualidad les arropa a distancia con sus embarques creativos.

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