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La importancia de la lectura

Aunque sea repetitivo recalcar la importancia que siempre ha tenido la lectura sobre el progreso personal y la comprensión del mundo, vale la pena insistir sobre ello por cuanto la sociedad tecnológica de hoy está leyendo cada vez menos, quizás porque malgasta mucho tiempo en el internet a través de computadoras y celulares. En efecto, aunque el individuo de hoy pueda leer o escribir más que antes en dichos medios –especialmente en el correo personal y en redes sociales- se trata realmente de un intercambio de frases triviales que roban tiempo a la lectura seria y meditativa, una actividad necesaria para adquirir conocimientos y reflexionar sobre temas importantes.

Para el joven estudiante, que raramente lee ahora novelas ejemplares o libros valiosos -excepto los que le exige su trabajo escolar- la lectura voluntaria no sólo es indispensable para desarrollar su vocabulario y expresarse mejor, sino para mejorar su rendimiento académico y facilitar la necesaria interacción humana en la escuela y otros ámbitos sociales. Sus padres, que generalmente no tienen tiempo para leer por su trajín diario, a menudo no pueden darle el ejemplo como buenos lectores u orientarlo en este aspecto, limitándose a ayudarlo en alguna tarea escolar o regalándole algún libro de vez en cuando, sin la seguridad de que sea leído. Mientras tanto, los nuevos medios digitales sólo exponen al individuo a una avalancha de noticias y mensajes triviales o comerciales, causando una invasión abusiva del tiempo que no aporta mucho al desarrollo de la personalidad,  creatividad y formación ética del joven, ni a la apreciación de buena literatura.

Por otra parte, el estudiante debería leer más sobre la historia de su país y de otros con que se relaciona, precisamente para subsanar las lagunas que le deja una enseñanza defectuosa de esa materia, sea por tener educadores poco preparados o motivados, sea por omitirse temas debido a los siempre recortados calendarios escolares. Lo lamentable es que, al llegar a la adultez,  la falta de lectura durante sus años formativos le impide tomar decisiones apropiadas  a los retos que confrontará, especialmente ante la rapidez con que hoy día suceden acontecimientos nacionales y mundiales, algunos de los cuales pueden definir su calidad de vida en el futuro previsible.  No es exagerado afirmar que muchos de los problemas que confrontan las sociedades de hoy se deben en el fondo a la escasa cultura general que le imprime la educación formal, donde la literatura y la historia se consideran como materias poco relevantes.

Habiendo establecido la importancia de la lectura durante la adolescencia y el período académico, falta precisar la forma en que esa actividad puede motivarse, en beneficio del individuo y de la sociedad. Una de las maneras de incentivar la lectura es mediante la exposición del joven a buenas novelas, las cuales inducen a la reflexión mientras relatan las vivencias de los personajes. Así, leer novelas no es una simple actividad ociosa para entretenerse, sino que implica un empleo del tiempo mucho más provechoso y formativo que pasar varias horas frente a la pantalla de un televisor o de una computadora. Pero habría que orientar al joven acerca de cuáles novelas leer, ya que abundan las meramente narrativas sobre  crímenes horrendos, aventuras fantasiosas o enredos amorosos,  publicadas  mayormente con fines comerciales.

En este sentido una buena guía lo ofrecen libros como el editado recientemente por la Universidad Central de Venezuela, titulado “Razón y pasión por la novela”, escrito por el notable divulgador cultural que es Jon Aizpúrua,  profesor de la UCV y quien tiene dos programas de notable sintonía en la radio los fines de semana, titulados “Valores del espíritu” y “Grandes biografías”, espacios en el mismo estilo de las admirables charlas sobre “Valores humanos” con que nos enriquecía el recordado Arturo Uslar Pietri en otras épocas. En dicho libro, Aizpúrua hace un recuento de la evolución de la novela en diferentes países desde la antigüedad hasta nuestros días, haciendo énfasis en el siglo XIX, cuando mejor se explotó ese género al publicarse clásicos ejemplares sobre la condición humana.  Luego hace un recuento del génesis y la trama de una docena de novelas editadas en ese siglo,  consideradas clásicos del género por los expertos literarios.  Así, se reseña brevemente el génesis y la trama de novelas claves como “La piel de zapa” de Balzac, “Rojo y Negro” de Stendhal, “Cumbres borrascosas” de Bronte, “La dama de las camelias” de Dumas, “Moby Dick” de Melville, “Madame Bovary” de Flaubert, “La guerra y la paz” de Tolstoy, “Crimen y castigo” de Dostoievsky, “María” de Isaacs, “Nana” de Zola, “Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de Stevenson y “Fortunata y Jacinta” de Pérez Galdós. Pero se aclara que esa lista corta de las novelas más significativas de ese período es puramente personal y no pretende menospreciar otras obras valiosas de la literatura universal, muchas de esos mismos autores, sino sólo recomendar una muestra representativa de novelas imprescindibles y de buena factura que el neófito en literatura debería leer para enriquecer su bagaje cultural. Por fortuna, un medio tan poderoso como el internet pone a la disposición del lector interesado los textos de una serie de libros digitalizados, a menudo en forma gratuita, siendo muchos de ellos novelas clásicas como las mencionadas, en que ya han expirado los derechos de autor.

Precisamente, el libro de Aizpúrua es ideal para conocer los títulos de otras obras fundamentales, ya que –además de describir la evolución de la novelística en diferentes países,  tiene una larga sección dedicada  a una recopilación, por país y autor, de las novelas más notables del siglo XX y de la primera década del XXI, algo realmente útil para cualquier estudioso de la literatura moderna, de donde podrá seleccionar apropiadamente sus futuras lecturas después de que ha digerido y apreciado las doce obras literarias que se reseñan sucintamente en el libro. En fin, si los padres han sido convencidos por estas líneas de la importancia de la lectura, harían bien –si realmente quieren estimular a sus hijos- en procurar de que lean “Razón y pasión de la novela” con la seguridad de que harán un aporte muy significativo al bagaje cultural del joven. Por último, un adulto que se ha concentrado en libros utilitarios, y que no todavía no ha apreciado adecuadamente el género novelesco,  se beneficiaría igualmente del libro de Aizpúrua, que ojalá lo estimule a llenar un vacío lamentable en materia literaria durante su educación formal.

Como lo expresa en forma elocuente y con cierta vehemencia el mismo Aizpúrua al final del primer capítulo de su libro, para calificar el valor intrínseco de la novela: “En miles y miles de páginas, la novela revive épocas, seres, aventuras extrañas o amenas, íntimos conflictos, zonas del alma hipócritamente veladas en general. Avasalla prejuicios, se apropia de lo fabuloso y de lo inmediato, de la pausada vida provinciana o del trepidante bullir de la ciudad, de tonos, actitudes y concepciones del mundo. Hay en ella un vasto archivo de costumbres, oposiciones, sensaciones e imágenes que sorprenden la gestación de la vida espiritual de los humanos. De ese legado complejo y rico, de esa materia prima, sometida a las pruebas y experiencias de tantos creadores, seguirá brotando, en perenne trasfiguración el arte novelesco del futuro. El hombre no ha dicho ni dirá jamás su última palabra.”

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