Leer no es únicamente no estar solo. Además es estar acompañado, pero por un ausente que hace acto de presencia a través de la palabra escrita. Pensar es un diálogo de dos en uno. En la célebre fórmula de Hannah Arendt,
pensar es el momento en que el dos en uno alcanza plena realización pues,
como ya se dijo, cuando pienso no estoy solo: estoy conmigo.
Leer, significa pensar con otro, es decir, formar un triálogo que rompe el
círculo vicioso que se forma, en algunos momentos, en un diálogo. Un autor
es siempre un tercero en acción. Se puede leer y entender. Se puede leer y
además pensar. Los mejores libros no son aquellos que mejor entiendo, sino
los que hacen pensar. Son aquellos que es imposible leer sin pausa. Son
los que obligan de nuevo a leer una frase, a poner el libro sobre las rodillas,
mirar con los ojos hacia adentro, establecer una asociación con algo o con
alguien, y después de subrayar el párrafo -maldita costumbre que nunca me
he podido quitar- volver a encontrarse con el autor, a través de sí mismo, y
con uno mismo a través del autor. Leer significa estar en acuerdo o en
desacuerdo con alguien que ha escrito algo, y en el desacuerdo manifestar
el desacuerdo vital que mantengo conmigo, del mismo modo que mediante
el acuerdo logro ese ansiado momento de la reconciliación con el otro, a
través de mí, y viceversa.
Leer es un acto de libertad. Puedo, hastiado, volver a poner el libro en un
estante o saltarme un capítulo; puedo incluso poner en orden las ideas del
autor y leer el libro de atrás para adelante. Uno siempre lee lo que quiere leer; interesante experiencia. Porque si se lee un mismo texto dos veces en
un determinado tiempo, siempre se ha de leerlo de modo diferente, no
porque el autor diga algo distinto, sino porque la comunicación conmigo es
diferente cada vez. Hay libros que en un momento no me dijeron mucho,
pero al paso de los años, y vueltos a leer, han sido verdaderas
revelaciones. A la inversa también: hay los que me marcaron a fuego cuando los leí, y vueltos a leer después de mucho tiempo me han parecido hasta insulsos. Cada tiempo elige a sus libros en uno. Una editora
me decía una vez: “más bien son los libros los que buscan a sus lectores. Una
no tiene que hacer más que facilitarles un poco el camino”.
Incluso hay veces en que los libros imperfectos resultan siendo más buenos
que los mejores. Criterio muy subjetivo, por lo demás. Inevitablemente
egoísta, el lector tiende a encontrar «bueno» un libro cuando éste le confirma
lo que él ya ha pensado, o cuando dice lo mismo que él hubiera dicho si lo
hubiera escrito, o cuando uno exclama: “esto, esto es justamente lo que yo
Cuando hablamos de libros y autores, hablamos de nosotros
mismos. El libro y su autor son un medio para ese proceso sin fin que es el
autorreconocimiento. Recuerdo en este punto una de esas «pannes»
que ocurren en los seminarios, cuando una vez di a leer un texto, y nadie
quería discutir acerca de su contenido. “La razón es simple”, adujo alguien,
“el texto es muy bueno. Estamos todos de acuerdo con lo que ahí se dice; no
hay nada que discutir”. Efectivamente, en algunas ocasiones un texto
defectuoso puede ser más apto para una discusión que uno demasiado
excelente. También ocurre así en las relaciones personales. Una persona que
parece que lo sabe todo, no deja posibilidad de réplica. Así sucede, igualmente,
en las relaciones psicoanalíticas. El analista no siempre debe ser
demasiado “eficiente”, ya que así no deja espacio para la controversia entre
dos, que es, por lo demás, la base donde se estructura el sujeto. “Hay que
dejarse engañar”, escribió una vez Jaques Lacan. “Hay que dejarse agredir”,
es la variante de Gaetano Benedetti. En materia de textos, un autor debería
decir: “hay que dejarse discutir”. El lector, en la medida en que dialoga con
el autor a través de sí mismo, entra frecuentemente en conflicto consigo a
Leer es pensar más allá de sí mismo, incorporando al pensamiento la otra
importante facultad de la razón, que es la de entender. Porque no se puede
leer sin entender. A través de la lectura de un texto, el pensar y el entender,
que en la práctica cotidiana se encuentran disociados, logran cierta reconciliación.
Pero, entender de verdad lo que se lee significa encontrar respuestas
a las preguntas que guardamos bajo llaves. Pues cuando un libro no
se entiende, no siempre es porque sea difícil, sino porque las respuestas que
contiene no corresponden a nuestras preguntas. Entender significa, en
primer término, tener una pregunta para una respuesta. Sin preguntas no
A diferencia de los diálogos cotidianos, cuando rara vez tratamos de
entender la posición de la otra persona, al leer no tenemos otra alternativa,
ya que recién cuando entiendo un texto, puedo pensar acerca de su contenido.La gran ventaja del autor es que estando presente está ausente, ausente en sentido radical, pues ya ha muerto hace siglos. Y, sin embargo,
al leerlo resucita; aparece frente a mi vista, junto con otros autores, los vivos
y los muertos. Mientras uno lee y piensa, está rodeado de fantasmas.
Experiencia espiritual de enorme trascendencia. A través de un libro, las
voces de los filósofos muertos traen mensajes de otros mundos, y recorriendo páginas, me pongo nada menos que en comunicación con la eternidad.
Cada libro, incluso el peor de todos, es un testimonio y un testamento
a la vez. En cada libro que leemos está el deseo del autor de perpetuarse en
el tiempo. En cada lectura está nuestro deseo de penetrar a través del
tiempo. Es por eso que hay libros que esperan mucho antes de ser leídos y
entendidos. Leer es quizás la quinta más bella experiencia de la razón.
La primera es oír. La segunda es hablar. La tercera es pensar. La cuarta es amar. La sexta es escribir.