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Para Sofía Imber en sus 89 años*

Al lado de servicios de tras- porte aéreo internacional como la línea bandera, VIASA, (quebrada en mala hora por IBERIA) o terrestre como el Metro de Caracas, motivos de orgullo de los años democráticos para cualquier venezolano, el Museo de Arte Contemporáneo se lleva las palmas en la exhibición y promoción de las artes plásticas desde su apertura en 1974. La idea original vino de Gustavo Rodríguez Amengual, pero era sólo un espacio reducido como para instalar una galería de arte, no mayor de seiscientos metros cuadrados, dentro del complejo residencial y comercial Parque Central, que contemplaba ocho edificios y dos torres de oficinas construidos bajo la dirección del Centro Simón Bolívar, del cual era el presidente. Se contacta a Sofía Imber, periodista de larga trayectoria y conocedora del mundo del arte contemporáneo. Pero es Alfredo Boulton quien sugiere que en vez de una galería se haga el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas.

Si la Galería de Arte Nacional nació quitándole parte de su colección al Museo de Bellas Artes, que tanto le costó reunir, y ocupando «provisionalmente» su sede original hasta 2006; el Museo de Arte contemporáneo de Caracas contó en sus inicios con un pequeño patrimonio de obras, para nada representativas a juicio de Sofía Imber. Así que su primera condición para aceptar el cargo era si podía desprenderse de esas obras y compras otras. Así nació su búsqueda por adquirir a buenos precios, producto de su buena mano para la negociación, obras de artistas de importancia mundial que han sido luego solicitadas por otros museos para completar exposiciones temporales. Eso fue uno de sus timbres de gloria. El otro, el garantizar la venida al país de exposiciones, fuesen itinerantes o concebidas por el propio museo, que nos pusieran al mismo nivel de las grandes capitales, tanto por las cuidadas museografías como por el estricto tratamiento de registro y conservación dado a las obras en préstamo, más el complemento necesario de un bien diseñado y escrito catálogo con ilustraciones a todo color.

No solo crecía la colección con piezas memorables, codiciadas por cualquier museo europeo o norteamericano, sino el espacio mismo expositivo, tanto que de aquellos primitivos seiscientos metros cuadrados se llegó a cubrir en cinco pisos, un área de veintiún mil metros cuadrados, que incluían recepción, trece salas de exposición, talleres, biblioteca, bodega, cafetín, espacio verde y, por supuesto, oficinas.

Su fastuosa tienda de arte fue muy solicitada por la exquisitez de los objetos que se ofrecían, desde música, libros, hasta adornos artísticos o joyas artesanales. Junto a esto, que no ocurría con ningún otro museo, habría que señalar lo que significó formar un personal en especializaciones que no existían en el país, estimular la competencia profesional, el cumplimiento del deber y la búsqueda de la excelencia en todos los quehaceres, por muy modestos y humildes que fueran, desde el que limpiaba los pisos hasta quien escribía los textos para el catálogo, sin excluir a quien atendía al publico en las salas.

En cuanto a la biblioteca, fue una preocupación muy personal la suya tanto de enriquecerla con las últimas publicaciones, muchas de ellas traídas de sus viajes al exterior, como de acondicionarla y ampliarla para el uso de estudiantes de arte.

Como profesor que fui de la Escuela de Artes (U.C.V.), me consta cuán asidua era la visita de nuestros estudiantes, especialmente, para la preparación de sus tesis de grado. Eso sí, les recomendábamos, por propia experiencia, ir bien abrigados como para atravesar el páramo, por la temperatura polar de los aires acondicionados. Ofrecía, además, un servicio gratuito de video de arte en una salita contigua.

Fue tal su interés en desarrollar este espacio para el público especializado y escolar que, al culminarse su ampliación, resultó espontáneo bautizarlo como Biblioteca de Arte «Sofía Imber».

Otra innovación fueron las visitas guiadas para invidentes, propuestas por un joven con visualidad disminuida que venía de la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela. La biblioteca misma del museo se las ingenió para buscar libros escritos en Braille y el museo traducir en relieve algunas piezas clásicas de la pintura moderna. Fueron seleccionadas piezas escultóricas para que los invidentes pudiesen apreciar las distintas texturas, las formas volumétricas (llenos y vacíos) y hasta la calidad del material por su temperatura, resistencia o sonido (bronce, madera, mármol, hierro, etc.).

Ha recibido Sofía todas las condecoraciones que otorga el gobierno venezolano a sus ciudadanos de mérito, y otras cuantas de gobiernos extranjeros, pero quizá su mayor vanidad estriba en el que el 27 de junio de 1990, la Gobernación del Distrito Federal decretó la nueva denominación del museo por ella creado y llevado a su máximo nivel de reconocimiento internacional: Museo de Arte Contemporáneo de Caracas «Sofía Imber». Aunque tres lustros más tarde, en 2006, el presidente Chávez de mala manera le quitara el nombre, no contento con haberla botado de la forma más patanesca, en una cadena radiotelevisada en el año 2001. Otros museos han recibido los nombres de artistas que nada hicieron por ellos, como el «Alejandro Otero» (La Rinconada) o el «Jacobo Borges» (Catia), éste, por cierto, a propuesta de Manuel Espinoza no fuera que terminaran llamándolo el Museo de Adriana. No es el caso de otros como el «Soto» de Ciudad Bolívar o el «Cruz-Diez» en Caracas. Sin dármelas de pitoniso, el MACC volverá ser el MACCSI.

Para el héroe por excelencia de este régimen militarista, Simón Bolívar, la mayor distinción que recibiera, luego del título de Libertador, fue el medallón de Washington, padre del «Imperio del Mal». Para Sofía Imber, creadora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y ejemplo de las mejores tradiciones civilistas y democráticas, la mayor distinción recibida ha sido la medalla «Picasso» otorgada por la UNESCO. Vaya, pues, a ella, el aplauso unánime de quienes sabemos apreciar la excelencia y la integridad.

* Extracto de ponencia en el Foro en homenaje a Sofía Imber, en el Club Hebraica, el pasado 29 de mayo de 2013, junto a Patricia Guzmán, Alberto Asprino y Federica Palomero, con la moderación de Guillermo Barrios.

fuente:talcualdigital.com

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