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Azul Oceánico, de Guimet a Yves klein

Nunca he podido olvidar la escultura de Shiva desde que la vi la primera vez en el Museo Guimet de París, tenía unos años de haber llegado la colección de Lyon, donde el Museo de Historia de las Religiones tuvo que cerrar debido a las supersticiones de la gente, y en lugar de entrar a visitarlo rehuían de él e inventaban fantásticos relatos, alimentados por la terrible nevada que acompañó su apertura. Había sido un fracaso y por eso se trasladado a París. Desde que abrió sus salas en 1888 fue un éxito total, entre los sucesos misteriosos que habían provocado su apertura estaban los desastres en Lyon y las visitas de grupos esotéricos que se reunían en sus salas a difundir las enseñanzas de Madame Blavatsky, poco a poco  despertó la curiosidad de los parisinos. Por todo lo que estuviera vinculado a los misterios de la India, y en qué mejor lugar estaba representaba estas creencias que en el museo Guimet, ahí se encontraban esculturas, pinturas, mandalas sobre deidades y objetos rituales.  

Debía cruzar el Sena, cuando iba con Bertha mi abuela al museo y  pasábamos por el majestuoso mausoleo de Napoleón Bonaparte. No podíamos sobreponernos a la curiosidad de ver una y otra vez esa marmórea tumba en forma de sillón etrusco, que guarda los restos de quien acabo con el terror de la revolución francesa, que devoro a sus hijos. Cuando fuimos por primera vez nos acompañó Marie Cassat, otra pintora que había conocido la abuela en el taller de Eduardo Manet, se habían convertido en admiradoras de la familia fundadora del museo desde que supieron que el azul ultramarino o azul Guimet que tanto gustaban usar en los océanos de sus cuadros, lo había inventado Jean Bautista Guimet, padre de Emile Guimet fundador de la colección del museo.

Ese era uno de los colores predilectos en los cuadros de Bertha y Marie, les gustaba pintar la misma escena interpretada según sus estilos y temáticas. Las versiones de Marie de sus marinas se hicieron famosas al ser expuestas en el Salón de París. La de Bertha mostraba siempre el océano surcado por un frágil velero, con un timonel que llevaba tensa la vela, mientras que en la proa estaba su esposa abrazando plácidamente un niño. Era una situación absurda. El velerista tenía que estar   aferrando el timón y la madre   inquieta, ante tales ráfagas de viento. Estos absurdos eran pintados adrede, decían que a la gente les gustaban estos cuadros por la impresión de los colores, el tipo de pincelada, la inmediatez y no miraban sus contenidos; mientras hacían estos comentarios se reían entre sí por sus triquiñuelas.

Tuvieron que terminar estudiando en talleres de otros pintores, intentaron varias veces entrar a estudiar en el Círculo de Bellas Artes de París, pero eran rechazadas cada vez que lo intentaban, para ese entonces la pintura no era un oficio bien visto para mujeres, por eso se vieron obligadas a estudiar en talleres como los de Camille Pisarro, Eduardo Manet y Chaplin. De manera paradójica esto fue una suerte para ellas, al verse libres del peso de la tradición, asumieron el impresionismo como algo natural. Fue Bertha junto a Marie quienes motivaron a Camille Pisarro a pintar al aire libre en la búsqueda de plasmar las impresiones de la luz.

La amistad con Pisarro llegó a su fin por el escándalo que armó el abuelo, al ver por casualidad en el taller del pintor un desnudo, en homenaje a la Maja Desnuda de Goya, y la modelo había sido su esposa. Al ver el cuadro gritó iracundo:

¡Cómo era posible que el maestro conociera mejor el cuerpo de su esposa que él!

A lo que Camille tuvo la ocurrencia de responderle: “Es solo lo que imagino que hay detrás de los pliegues de la tela de los vestidos de su mujer”.

– Peor aún, usted es un puñetero. Mejor no siga explicando. Vaya con esas nueces a otro. Ese cuadro no le pertenece a usted, él único que puede llegar a ver a Bertha desnuda soy yo. Y sin más lo descolgó de la pared y se lo llevo, para colgarlo en su biblioteca, donde nadie osaba entrar. Desde ese momento formó parte del patrimonio familiar.

En honor a su padre Jean Bautista Guimet, Emile Guimet, su hijo varón, pintó varias columnas de la entrada del museo de azul. En las salas de la entrada había varios bustos del Buda sonrientes de Camboya, su sonrisa expresa la certeza de que lograría el nirvana, qué diferente es su sonrisa de la de Shiva, que emanaba una alegría punzante, una quietud inquietante.

Tuve pesadillas durante muchas noches con la deidad danzante que creaba, preservaba y destruía todo lo conocido, mis padres para borrar esa angustia, convirtieron en costumbre llevarme a ese museo para familiarizarme con las esculturas de Shiva de Narajata, y ver que solo era una obra de arte. Así llegó a formar parte de mi vida.

Emile Guimet, aventurero y creador de esa colección, fue adquiriendo las piezas en sus innumerables aventuras por Egipto, Irak, la India y Camboya, donde vivió durante años. Ver tanta belleza inspirada en la búsqueda de Dios me hizo temblar el alma, y despertó mi vocación; aún hoy siento aquella sensación de quietud y gracia que me invadía, cuando entré a aquel lugar que encaminó mi vida, y por eso estoy aquí en este convento de agustinos, en la Grita.

Fray Pablo por lo visto conoce más de Shiva que yo, porque tanta piquiña por una escultura del Sur de la India, no lo entiendo. Justamente por esa razón me preocupo, pues cerca de ella tienes las imágenes de la cueva de Elefanta del Shiva Trimurti esculpida en roca cerca Mumbay. Si no te conociera como te conozco, podría pensar que prácticas el tantrismo. Ante tal ocurrencia, Bernardo solo pudo reírse y entre carcajadas, y palabras entrecortadas logró decir:

-Si imagínese a mí con una Sakti del Páramo, danzando entre saltos y cojera, y en una mano sosteniendo el bastón para no caerme.

 Hay que ver que además de ser el Prior, tiene una gran imaginación, no se me hubiera ocurrido tal jalada. 

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