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Benjamín, el candidato espontáneo

El espontáneo es un personaje popular, muy aficionado a la Fiesta Brava, que ha pasado la vida soñando vestir el traje de luces y estar en medio del ruedo, lidiando ejemplares de las ganaderías más reputadas en el mundo taurino; faenándolos con destreza y galanura, para concluir con una estocada completa en el hoyo de las agujas. Se lanza a la arena en cuanta corrida asiste y despierta cuando sale en hombros de los “peones”.

Igual que en la Fiesta Brava, en la actividad política proliferan los espontáneos. Se trata de ciudadanos, de cualquier nivel sociocultural, negados a regirse por los estatutos, las bases programáticas y definición ideológica de partido político alguno, ni por los cánones disciplinarios a los que conlleva el activismo militante; están al día del acontecer nacional, denuncian los acuciantes problemas sociales y proponen soluciones, unas buenas otras no tanto por inviables puesto que carecen, en su elaboración, de fundamento doctrinario, programático-científico y del contacto con la realidad económica y social, de las penurias o satisfacciones diarias quienes habitan en la pobreza donde mora el compañero militante de base; exponen formulaciones programáticas imposibles que entusiasman importantes sectores del electorado y, en ocasiones, triunfan asiéndose con las riendas del gobierno, aspirando tener en sus manos las del poder.

En Venezuela, parte integral del terráqueo mundo que habitamos, igual que en países de las distintas latitudes, hemos tenido, tenemos y, seguramente, tendremos espontáneos lanzados al ruedo político-electoral, proponiéndose como candidatos a la presidencia de la República. Por los años 60 del Siglo XX se presentaron algunos como Renny Ottolina, el más destacado, alguno que se dio a conocer como el hombre del tabaco y otro que utilizó una escoba a modo de “marca de fábrica” y el único que se mantuvo, hasta el final, en la competencia   

Nadie, fuera del selecto grupo que rodea al espontáneo, sabe si lo hace por su voluntad y con financiamiento propio o respondiendo a intereses de grupos empresariales, a los que pertenezca o sirva, con solvencia financiera para cubrir los ingentes desembolsos requeridos para competir en un evento de esa naturaleza. Pero compite ejerciendo su derecho constitucional.

Las dictaduras, por convicción, razón de ser y su proyecto de permanencia, están obligadas a descoyuntar los partidos políticos y cualquiera otra organización civil orientada a la defensa del bien común, porque son columnas sobre las cuales descansa el sistema democrático. Y cuando son derrotadas, por acción cívica o por un golpe militar-civil, emergen liderazgos largo tiempo silenciados por la represión. Unos con raigambre popular, ganada en la lucha por restablecimiento de la libertad y otros, verbigracia los actores y comediantes de innegable carisma, que la colectividad hace suyos. Unos ganados por su profesionalismo en la interpretación de personajes históricos o de novelas y otros por su desempeño en libretos que dan espacio a la guasa, muchas veces desvirtuada con el uso excesivo de vocabulario tan procaz, como el de los porteros de burdel.

Bueno, aquí llegamos al llegadero. Porque las palabras pronunciadas por un Jefe de Estado son asimiladas por la Nación. Tenemos el ejemplo de las pronunciadas por los presidentes López Contreras y Rómulo Betancourt. “Calma y cordura”, recomendada por el primero cuando, en 1936, los ánimos se encrespaban demandando celeridad en el “entierro” del gomecismo y “multisápida”, calificativo que dio a el segundo a la criollísima hallaca, en el mensaje navideño de 1960, luego del atentado dinamitero de que fuera víctima en junio de ese mismo año. Ambas expresiones el venezolano las incorporó a su léxico.

Por eso no alcanzo a imaginar la paciencia que necesitarían los padres y los maestros, para que sus hijos y alumnos aprendan la diferencia que habría entre el Conde del Guácharo y Benjamín el Presidente, si éste fuere electo. También imagino el esfuerzo mental y valoro el riesgo de sufrir un ACV al que se expondría Benjamín, porque no dejaría de ser tarea titánica eso de reprimir el procaz vocabulario de portero de burdel, forma diaria y normal de hablar el Conde del Guácharo, cuando le toque dirigirse a la Nación, a los parlamentarios o al Cuerpo Diplomático.  

Si el lenguaje lleva 24 años consecutivos siendo aporreado por los gobernantes y los voceros del Socialcomunismo del Siglo XXI, no es arriesgado imaginar que, en el futuro que nos esperaría, llegaríamos a comunicarnos mediante sonidos guturales o con los chirridos del guácharo, ave homónima de El Conde.

Sería la desaparición del trino de las aves, derrotado por el habla procaz de un comediante-presidente.

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