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¿“Comunicadores” libertarios o mercenarios?

Cuando se dice que “lo único constante es el cambio” frase ésta acuñada al pensamiento de  Heráclito de Éfeso, filósofo griego, es porque se busca concienciar cuán mutable son las realidades.  Es decir, que nada ocurre dos veces. Y que “todo cambia y nada es” (Heráclito) 

Es el principio que fundamenta a una comunicación centrada en la ecuanimidad bajo la cual se suscitan las infalibles realidades. Por eso adquiere razón y sentido admitir que “si no esperas lo inesperado, no lo reconocerás cuando llegue”, adagio igualmente acuñado por Heráclito. Y la información, no escapa a ello. 

Cabe pues reconocer que sin comprender la vastedad sobre la que se supeditan los cambios, la comunicación social tiende a equivocarse en su percepción. Por tanto, ahoga su capacidad de explorar la dinámica que caracteriza la movilidad del mundo. Asimismo, de la vida. O sea, la velocidad a la que se construyen o se transmutan las realidades. Y ante esto, resulta imposible negar el carácter de volatilidad que caracterizan las realidades. No hay forma de sitiarlas o confinarlas de cara a las coyunturas que se suscitan en su entorno. 

De manera que no podría negarse que la comunicación social debe acatar el carácter inestable de los cambios que le dan esencia a las realidades. Y que finalmente, acusan el propósito que mueve al periodismo. Y que resuelve lo que cada palabra debe transmitir al lector cada vez que fila su atención ante lo impreso o expuesto por los mismos medios. 

Y aunque ahora los medios tienen presencia a través de nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, TIC, los comunicadores han comenzado a transitar nuevos caminos. Caminos que semejan una línea de rugosa definición. Y con tal grado de sensibilidad, que su manejo vulgariza la información. Hace que se desnaturalice la redacción de los hechos aludidos o exaltados. Las mismas redes lo toleran.

Esto condujo a la manipulación de la información. Y que sin duda, dicha situación cambió la direccionalidad de la comunicación social. Y que si bien se ha tendido a convertirse en cruda perpetración, incluso perjudicando el lenguaje culto y la condición de la información y las libertades de expresión, información, pensamiento, prensa y de comunicación, buena parte de sus consideraciones dejaron de ceñirse a valores que le habían impreso respeto, sintaxis, hermenéutica y arte a la comunicación social. 

Todo ello terminó supeditándose a lo que las circunstancias, a mediados de la década de los noventa del siglo XX, llamaron “redes sociales”. ¿Pero por qué así? El vocablo “redes” fue tomado del sentido que configura un tejido finamente trenzado. Y cuya elaboración exige no sólo coordinación. También sistematización para garantizar dispositivos capaces de aprehender el objetivo pretendido. Y cual más propósito que no sea el interés por entrelazar opiniones e informaciones preparadas por cuantas personas sean posibles agrupar bajo una “red social”.

Pero su utilización fue vulgarizándose a medida que esas redes fueron ampliándose como dispositivos genéricos de conexión por quienes se interesaban por informarse de sucesos y acontecimientos en tiempo real. O porque, como hechos noticiosos, igualmente podían insuflar presunciones y contemplaciones en torno a los cambios que las realidades permitían. 

Fue así como las redes sociales se prestaron para compartir contenidos cuyos manejos fueron adquiriendo la fuerza posible para conmover  situaciones. En consecuencia, la fragilidad bajo la cual se operan tales contenidos, posibilitó que surgieran intereses de toda intencionalidad. Sobre todo, en personas diestras en la operatividad de lenguajes informáticos conocidos como “hackers”. Pero igualmente, en personas que fungiendo de “comunicadores” o “reporteros”, se dieron a la tarea de subir lo que mejor consideran. Sin medir consecuencias algunas. Sólo por buscar seguidores que engrosen sus fuentes.

Por consiguiente, emergieron conductas capaces de manipular información con rebasada alevosía. Hábiles para inventar o adulterar información generando problemas de privacidad y seguridad. También emocionales y de socialización. Problemas capaces de inducir conflictos económicos, financieros, administrativos, organizacionales, gerenciales y empresariales. Pero particularmente, de naturaleza política. Hicieron de la comunicación un instrumento para mediatizar y tiranizar las realidades. Se les llamó “comunicadores mercenarios”.

Y en aquellos ámbitos donde el ejercicio de la política se mostraba delicado, el oficio de estos “mercenarios de la información”, apoyándose en las “redes sociales”, se ha prestado para encender serios conflictos. Muchos, relacionados con la usurpación de autoridad, fraudes electorales, tráfico de confidencias, negociaciones ilegales de cuantos procedimientos y decisiones ocupan contextos de gobierno. Y así ha continuado sucediendo. Problemas estos que han descalabrado cualquier cantidad de realidades.

Por ejemplo, el que ha caracterizado el escenario electoral en EE.UU. con la consumación del fraude comicial, en perjuicio de su institucionalidad democrática, es una grosera expresión de la fuerza mediática de comunicaciones detractoras de las realidades. Aunque cambiantes, son sensibles a la verdad. Es el hecho que marca la distancia que se da entre un manejo de información que presume del poder para inducir cualquier tipo de desgracia, y la verdad sustentada en libertades que construyen realidades (positivas). 

Quizás es el trecho que se abre cada vez que agentes del caos comunicacional insertan su mano donde la ecuanimidad debe imperar. O acaso, en medio de tan cambiantes realidades se suscita un grueso desorden político y social que crea una  fuerte confusión. Y de fácil cultivo en un terreno proclive para la reproducción de noticias falsas. Pues muchas veces pocos son quienes saben, si la información que traen las “redes sociales” proviene de fuentes producidas por ¿“Comunicadores” libertarios o mercenarios?

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