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¿Confinamiento o control social?

Pareciera que la vida se hubiese estacionado. Que el mundo estuviese suspendido. O que se viviese en una dimensión desconocida. Las anteriores suposiciones, podrían calzar con alguna conjetura que cualquier persona podría haberse planteado en el curso del confinamiento a que dio lugar la pandemia del COVID-19.

Nunca antes, la vida del ser humano se había topado con una situación de tan categóricas realidades. Cualquiera de las pandemias y epidemias que han azotado al mundo, se diferencian de esta en cuanto a su velocidad de propagación y por su incidencia médico-sanitaria. Más aún, en medio de realidades tecnológicas de vanguardia.

Lo que está viéndose, es la gran obstrucción del mundo. Indistintamente de si su causa obedeció a manipulaciones extrañas y perversas. O a reacciones naturales que fueron acumulándose hasta hacer crisis. Se tiene pues que el problema que se vive por la situación en cuestión, es bastante serio y complicado. 

Y como la incidencia de toda crisis aflora oportunidades que motivan la creatividad como condición necesaria para que algo nuevo surja, indiscutiblemente que muchos se valen de tan únicas condiciones para ganar espacios no conquistados. 

Y sin duda, entre las instancias o estamentos que recorren esos senderos, está la política. Naturalmente, con su carga de dificultades a cuesta. Pero ahí sabe la política que puede encontrar la oportunidad perseguida para dar con algún propósito extraviado. Por eso, algunas doctrinas políticas vieron en la pandemia la oportunidad para acentuar sus prácticas y acercarse a sus tentaciones. Y el confinamiento que resultó de la crisis aludida, fue el trazo de realidad que mejor podía ayudarle. Y que no debía desaprovechar.

De esa manera, la política consiguió dar con la jugada maestra que articularía y conjugaría elaboraciones teóricas de política maniquea, con realidades y pretensiones inducidas por la absurda utopía de un pensamiento obstinado, inercial, presuntuoso y arrogante. 

El caso Venezuela es un ejemplo patético de lo que caracteriza tan enmarañado problema. Porque lo que se pone de relieve, es la conculcación de libertades y derechos. Y que, de cara a los intereses de todo régimen autoritario, facilitan la intención de manipular la gestión pública según las pautas de un proyecto político-ideológico de oscura raigambre. En Venezuela, es el presunto “socialismo del siglo XXI”. Ésta, entendido desde la perspectiva politológica, no representa más que numerosos objetivos borrosos y engañosos. 

Objetivos que hablan de un Estado federal descentralizado, del ejercicio democrático de la voluntad popular, de la prosperidad y bienestar del pueblo, de la defensa y desarrollo de la persona y del respeto a su dignidad, tanto como de la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político. Todos, además, refrendados constitucionalmente. Aunque pocos o ninguno, han sido respetados. Esto, en tiempo pretérito y presente.

En fin, el confinamiento que no es más que una vulgar “encerrona”, Nada semejante al concepto de “cuarentena”. Asimismo, diferente de “aislamiento”. Incluso, de “distanciamiento social”. He ahí lo repelente, detestable y hasta desagradable de lo que ha implicado el “confinamiento” en Venezuela. ya de esto, hace más de un año. Y que no ha sido otra cosa, que un odioso plan de intervención e intromisión comunitaria dirigido a represar una población el mayor tiempo posible. Más aún, bajo criterios que rayan con represivos dictados policiales. 

La situación a la que ha llevado el odioso “confinamiento” en Venezuela, se conjuga con la crisis económica y financiera que ha generado el estado de hiperinflación que asfixia al país. Dicha apreciación no es difícil deducir. Porque lo que ha estado generándose, es el recrudecimiento de la “emergencia humanitaria” que oprime la movilidad nacional en todas sus formas posibles. Una deshumanización del país, en toda su expresión. 

El régimen con sus pésimas políticas públicas, está conduciendo la nación hacia insospechados estadios de miseria. De escasez. De estrechez. Todos, de terribles resultados en lo humano. De esa forma, pareciera que la situación en la que el régimen está apuntando sus baterías, configuran un exterminio asincrónico. Es decir, una aniquilación en complicidad con la coyuntura actual. Razón por la cual el régimen actúa tentado por el sesgo que marca la diatriba fraguada a costa de la violencia ejercida. El régimen podría estar trabajando la intención de reducir la población a instancia de lo que sus intereses y conveniencias determinen. 

Las variables que configuran la malévola estrategia del régimen, se hallan soportadas en la destrucción de condiciones que constituyen las realidades de un país que, en otrora, alcanzó los primeros lugares de transparencia y democratización. A nivel internacional.  Ellas son ámbitos de crisis que muestran el decadente sistema hospitalario, el desmantelamiento de las universidades autónomas, la decisión de imposibilitar la vacunación entendida como un plan nacional. 

También expresan la justificación de improvisaciones en materia de gestión pública, la destrucción de las empresas básicas, la merma de la economía nacional vinculada al desarrollo científica, tecnológico e industrial, el hecho de obviar las necesidades de adecuación de la infraestructura nacional, de reducir las libertades, de violentar derechos humanos y de actuar con la mayor arrogancia, insolencia e indolencia posible frente a las exigencias de la institucionalidad política venezolana.  

Es así como ciertamente, la necesidad de restringir el desplazamiento de individuos, obedece no tanto a evitar la propagación del COVID-19 dada su caracterización de  enfermedad ampliamente contagiosa. Como sí, de controlar la población para así tenerla a raya ante cualquier clamor dirigido a la protección de la Constitución, según lo traza la propia Carta Magna. en su artículo 333. 

O como lo dicta el precepto 350, cuando refiere que cualquier ciudadano consciente de extralimitaciones de poder ejercidas despóticamente, podrá ejercer el deber de desconocer “(…)  cualquier régimen, legislación o autoridad que contrarie los valores, principios y garantías democráticas o menoscabe los derechos humanos” 

Acaso, ¿no es ese el problema que está padeciéndose en Venezuela? De ahí que el régimen busca controlar la población para mantenerla maniatada y amordazada. Entonces, habrán razones para no dejar de dudar si de verdad la crisis sociopolítica venezolana se explica en una interrogación que se contesta por sí misma: ¿Confinamiento o control social?

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