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El capitalismo inmoral

Me dirán, con toda la razón, que la moralidad y el capitalismo han tenido problemas de compatibilidad casi desde el vamos, aunque algo se enderezó el asunto en las últimas décadas. Pues bien, si uno creía que la trayectoria vergonzosa de compañías por el estilo de la Philip Morris o la American Tobacco durante los tiempos de control y etiquetado de la venta de cigarrillos era algo así como la aberración final de los empresarios que hacen lo que sea por ganar dinero, andaba muy despistado. Poco después de estas campañas que buscaban aumentar el consumo de cigarrillos a como diera lugar, así mataran a millones de personas de cáncer, surgieron otras tropelías semejantes. Durante años, las grandes farmacéuticas se hicieron las de la vista gorda cuando en pequeños pueblos de Estados Unidos se surtían millones de fórmulas espurias e innecesarias de opioides, otra vez causando la muerte de miles de adictos parecidos a los del tabaco. Cuando se intentó por fin controlar el despelote, la gente se pasó a la heroína, de consumo ilegal, empeorando el asunto.

Vamos al presente. Cualquier médico sabe que la obesidad es una enfermedad. Así como suena. Pues bien, se topa uno en las redes sociales y en otras partes con movimientos que dicen que no hay tal. ¿Usted pesa 120 kilos o más? Usted no es una persona gorda; son prejuicios de quienes lo ven así. No se avergüence, que… ¿A ver? Insistamos en que cualquier obeso mórbido está enfermo. Lo que pasa es que hay compañías que se lucran con su deformidad y fomentan estas campañas basadas en la confusión. Suelen ser productores de alimentos altamente procesados, llenos azúcar, diga usted General Mills o Kellogg’s, para solo mencionar a estas dos. A cualquiera le basta con darse un paseo por un mall americano para ver auténticos tanques de guerra ambulantes por todas partes. ¿La epidemia de obesidad que causan estos empresarios les parece pescao? Además, otra vez estas compañías con una moralidad de cloaca han dado en contratar “científicos” que les lavan la cara, tal como lo hacían las tabacaleras hasta hace treinta o cuarenta años.

Se dice que existe una industria de promoción de dietas no siempre adecuadas, lo que es cierto. Debe quedar claro que la mayoría de ellas son un fracaso relativo, entre otras razones porque lo esencial son los hábitos de las personas. La gente ha ido adquiriendo una tradición sedentaria y poltrona que la aleja cada vez más de la tradición biológica de nuestra especie, que implicaba actividad física diaria y alto consumo de calorías para poder sobrevivir, pero quien se queda sentando todo el día no consume casi calorías. Cierto, la comida no es la única culpable de las enfermedades asociadas con la obesidad, pero de forma muy obvia agrava cualquier tendencia y puede incluso desatar problemas que estaban dormidos en el cuerpo. Y vaya que la industria opuesta a la de las dietas, la que vende donuts, galletas, rosquillas, chicharrones y tal, es poderosa y rica.

Resulta muy irónico –al menos para mí– que muchos “expertos”, que promueven eso de que se puede ser saludable a cualquier peso o con cualquier talla, son personas delgadas y esbeltas. Por ejemplo, Christy Harrison o Azahara Nieto. ¿No siguen sus propios consejos? Obviamente que no. En fin, otra vez a la moralidad empresarial se la llevó Cabicas o, para darle un nombre menos folclórico, el lucro.

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