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El compromiso histórico de Guaidó

El propósito no es el de minimizar la magnitud del daño y menos la del sufrimiento que la avanzada castro-comunista le ha provocado al pueblo cubano, al venezolano y más recientemente al de los nicaragüenses. En absoluto. 

Sí, en cambio, el de sumarse al clamor que esgrimen los amantes de la libertad cuando, cada uno en su ambiente,  ha puesto sobre el análisis de los hechos alrededor de este trío de sufridas naciones, y en qué ha consistido su sometimiento a una realidad. Y se trata de que  nadie como ellos ha cargado en Latinoamérica con el sistemático accionar y las incidencias del engendro del cáncer  Castro-Comunista regional. Además, desde luego, que tampoco eso equivale a restarle importancia a lo que, a su manera, han vivido  Dominicana, Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador y Haití, entre otros.

En fin, no es posible tratar el caso de ese trío de países  hábilmente convertidos en plataforma de los fines del Foro de Sao Paulo. Y luego pasar políticamente de reojo y no prestarle atención al hecho de que, en conjunto, poco más o poco menos, son casi cien años en el medio del fuego, como del hambre, de la pobreza, y, lo peor, la negación a aunar las posibilidades de no continuar siendo la sombra de la verdad de hoy.

Es decir, la verdad de que, si algo propio y conjunto han sabido conducir y convertir en sus objetivos, es que dicho grupo político regional ha sabido -y podido- impedir la conquista de bienestar y de progreso regional de los millones de habitantes de la región, porque les ha resultado más funcional -e irónicamente positivo- convertir a los pobres en peores pobres, y al llamado liderazgo «revolucionario» en una fuerza dominante montada sobre delitos, sangre, corrupción y decepción.  

Desde Cuba,  se han proyectado 62 años de dedicación política para contaminar y corromper a todo el continente. Ese país, a sus comienzos,  fue sólo una fotografía de alerta, sobre todo  de cómo someter a un pueblo y destruir a un país. Posteriormente, Fidel Castro, después de apropiarse de Cuba, fijó sus ojos en la Venezuela petrolera; mejor dicho, en el país más rico de América del Sur. Si bien su alcance se extendía a una auténtica e innegable realidad: el botín o caja registradora ideal para financiar el gran objetivo del dominio continental. Y que no era otro que hacer del proyecto impulsado por la Unión Soviética, una presencia regional con inocultable careta de real comunismo. 

A partir de entonces, hoy, sorprendentemente, las nuevas generaciones cubanas impulsadas por lo que resta de sus viejos y de las generaciones de sobrevivientes y no migrantes, han comenzado a despertar. Está despertando del largo letargo y ya se comienza a escuchar el clamor del pueblo demandando libertad.

Aprovechando las inestables democracias de Centro y de Sur América, porque todas presentaban -y aún presentan- un caldo de cultivo favorable para su proyecto afianzado en un enorme porcentaje de analfabetas y de pobreza crítica de la población, el Castro Comunismo también logró hacer de su prédicas engañosas una manera de empoderar al pueblo. Partieron de variables integradas por comunismo, populismo, paternalismo  y falso rentismo, hasta hacer posible el sostenimiento de la participación social y colectiva entre hambre y miseria. 

Y es así, de hecho, como pobres y dominados con miseria y hambre, además de dependientes de la voluntad de falsos demócratas, pasan a ser la base  de la conversión de una negativa representación, a la vez de caricaturas sociales con las que se conciben, construyen e imponen sistemas electorales cautivos. Todo se convierte en el establecimiento continental de formatos comiciales, como de sistemas ideales para abrirle espacios a victorias electorales fraudulentas, y la exposición local, nacional e internacional para exhibir, como verdad, lo que no pasan de ser supuestas democracias.

Al final del camino político y de la falsa representatividad  que se ha ido imponiendo, además, se han  desconocido los derechos ciudadanos, el estado de derecho, la libertad de mercado, el derecho de propiedad y la libertad de elección. Si bien, desde luego, el otro gran logro pasa a ser el ocultamiento de la vigencia de innegables formas de proliferación de bien vestidas identidades dictatoriales. 

El caso venezolano, más allá de la actitud negativa del hecho que se insiste en convertir en mentira absoluta, entre errores y desaciertos, también se ha escrito como una compleja verdad de 22 años de resistencia. Venezuela ha resultado un hueso duro de roer. Y durante ese período  sus ciudadanos han presentado una dispareja, pero dura batalla. Ha significado un motivo para que haya habido muchas pérdidas de vida, además de ruina. Pero ha sido lo suficientemente consistente como para no permitir el fácil  apoderamiento del país.

Pudieran decir y hacer creer que no. Pero lo cierto es que hoy el régimen, como consecuencia de esta dura batalla, luce políticamente debilitado, además de  afectado. Figura políticamente mal calificado en todas las encuestas nacionales, además de desprestigiado dentro y fuera del territorio de la República. Las acusaciones de graves delitos comprometedores y que han sido tema de opiniones en la Corte Penal Internacional, sin duda alguna, no son cualquier cosa, como tampoco lo son las explicaciones descritas por medios de comunicación internacionales, según los cuales hay otros acusadores y acusaciones que involucran y comprometen a supuestos testaferros presos y relacionados con el régimen.

Tales detenciones, desde luego, están relacionados con otros y más complejos delitos. Y es la mención de presuntos tales delincuentes develando toda clase de fechorías, lo que hace posible que se afiance una enorme cantidad de países democráticos del mundo occidental que acusan, desconocen y, desde luego, comprometen a los mencionados. A ellos, les desconocen como autoridad, los declaran ilegítimos, a la vez que reafirman su reconocimiento  al Ingeniero Juan Guaidó como Presidente Interino en Venezuela . 

En la 0rganización de Estados Americanos, se producen hechos adicionales de alcances políticos indiscutiblemente importantes. Se trata del caso del reconocimiento como Embajador representante de Venezuela del doctor Gustavo Tarre Briceño, a la vez que se desconoce al régimen como gobierno legítimo. Y todo eso, desde luego, suma y pone  en posición muy comprometida ante el organismo internacional al régimen venezolano actual. 

Ahora bien, la dispersa oposición política, por su parte, y que incluye a los partidos agrupados bajo distintas denominaciones entre los que ¿por último? contempla a los llamados «4-G», no han logrado el objetivo de comprometer, aún más, al régimen en sus posiciones de desempeño administrativo. La causa sería la de que, entre tales grupos, siguen prevaleciendo intereses particulares sobre los del país. Y el resultado no podía ser otro: desafortunadamente, ya no cuentan, al igual que el régimen. 

Basta con describir la verdad predominante, según la cual más del 80% de la sociedad civil venezolana se manifiesta muy desilusionada, ante el  desprestigio que producen las luchas intestinas entre ellos por el poder, en lugar de mantenerse unidos en un frente y propósitos comunes en beneficio del país.

En cuanto al desempeño del calificado Presidente Interino, Juan Guaidó, mientras se ocupa de evitar verse afectado por este avance incontenible de las contradicciones, la población de a pie opta por expresar sus nuevas inquietudes. Y estas no son otras que las de evitar no sacrificar respaldos, apoyos, coincidencias y hasta convergencias. Hay temores por equívocos, como por la eventualidad de incurrir en pasos en falso por una mala interpretación de lo que traduce el hecho del compromiso histórico. 

Y todo parte del evento de que, siendo él un representante y responsable de lo que traduce el ser de la sociedad civil, y no de organizaciones partidistas, inquieta la proyección donde sobresalen divisiones, abundantes intereses particulares, además de «neoarribismos» dirigidos a oxigenar a un régimen que está dando los pasos necesarios para capitalizar cercanías y fracturas. 

El compromiso histórico que el dirigente político ha entendido y ha asumido como una responsabilidad, sin duda alguna, es un reto que lo lleva a «salvar su puesto; su seguro puesto de oro en la historia de Venezuela».  Pero lo que eso traduce, de acuerdo a las opiniones mayoritarias, es la de comprender, además, cuál es el rol de la sociedad civil en cualquier proceso de avanzada, y que no es otro que el se sumar experiencia, conocimientos, honorabilidad. 

De igual manera, entender qué representa una sumatoria de deseos de recuperar y de refundar el país, por lo que no hay que incurrir en riesgos que impliquen y se traduzcan en la negación de restarle  a Venezuela la posibilidad de  recuperar puestos de honor y de gloria en América Latina.

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