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El suicidio de la izquierda

A 15 años del predominio de los gobiernos progresistas en el sur de América, las conclusiones parecen evidentes. La izquierda aprovechó el momento de mayor bonanza que tuvo la región para marcar el terreno y mostrar sus resultados: líderes con ansia reeleccionista, actuaciones autoritarias, abundantes escándalos de corrupción, cercenamiento de la libertad de prensa y cierre de medios de comunicación, situaciones económicas complicadas cuando no caóticas como el caso de Venezuela, y un discurso deteriorado, empobrecido y sin expectativa de reorientarse en lo inmediato. Como marco a estos elementos cabe introducir una característica esencial de esta izquierda gobernante entre los años 2000 y 2015: la solidaridad automática dentro de sus filas y también con los gobiernos que estén en sintonía con sus postulados doctrinarios (o coqueteen con ellos). Solidaridad entre dirigentes, aun cuando estos estén acusados por la justicia o cuestionados de violaciones de derechos humanos entre otros principios refrendados ante organismos internacionales.

La izquierda ha trapeado tantas veces el piso con el estandarte de la ética y la moral progresista que esgrimieron con fuerza durante las últimas cuatro décadas del siglo anterior, que hoy esas banderas son solo tela sucia y remojada en el trasnocho de lecturas oxidadas que inspiran discursos febriles en el intento de tapar o maquillar alguno de los elementos anteriormente señalados.

“Si es de izquierda, no es corrupto. Y si es corrupto, no es de izquierda”, ha sido la frase-fuerza de Raúl Sendic, vicepresidente del Uruguay y miembro del Frente Amplio, la coalición progresista que gobierna el país desde 2005, para escudarse ante los señalamientos documentados de mal manejo de la única empresa petrolera sudamericana que acompañó a Petróleos de Venezuela en el reporte de déficit mientras el barril de crudo superaba los 100$.

¿Si es de izquierda no es corrupto? Esta interrogante quedó rezagada para la poesía progresista de antaño que vislumbraba un mundo mejor para cuando sus irreverentes líderes llegaran al poder derrochando bienestar, prosperidad y felicidad en todas las comunidades. Esa misma poesía, y los miles de libros escritos con la tinta del romanticismo guerrillero, quedaría pálida al mirar los carteles que recibieron en el casco histórico de La Habana al presidente de EEUU en su visita a Cuba: “Welcome Mr. Obama”.

Para ser corrupto no hay que estar afiliado a una corriente ideológica. Izquierdistas y derechistas han sido señalados por hechos de corrupción gravísimos que arrastraron a sus países a bárbaras crisis económicas.

Para vergüenza de quienes hicieron del ideal progresista un punto de referencia inmaculado, la izquierda, a 15 años de su influencia casi total en los gobiernos de la región, deja una triste postal: los malos manejos económicos, corrupción y nepotismo en Argentina; la pretensión felizmente paralizada de reelección indefinida en Bolivia; la lucha contra los medios de comunicación en Ecuador; la aguda corrupción en Brasil que vincula a su ex presidente progresista y a su sucesora; el aviso hecho por el actual gobierno de Uruguay de excluir a toda la oposición de las instituciones y dependencias del Estado; y el desmantelamiento de la democracia con una crisis humanitaria sin precedentes y un profundo abismo económico en Venezuela.

¿Qué mensaje envían los dirigentes de la izquierda latinoamericana a las nuevas generaciones? ¿Qué enseñanza dejan los 15 años de gobiernos progresistas en la región? Pareciera que luego de controlar el poder en lo que va de siglo XXI se confirma la regla puesta en marcha en Europa, Asia y Estados Unidos: es momento del pragmatismo, atrás quedó la definición ideológica. El futuro impone retos que no saben de banderas ni colores.

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