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La envidia como factor “movilizador” de la política

¿Qué no se ha dicho de la envidia? Desde la Biblia (en la Carta de Santiago, Proverbios, Salmos, Gálatas, Eclesiastés) hasta acuciosos textos de renombrados estudiosos, han dedicado numerosas palabras a refutar con argumentos la envidia. Particularmente, toda vez que es una de las siete pasiones del alma que la tradición eclesiástica ha denominado como “pecados capitales”.  O también, “vicios capitales”.

La envidia es una emoción negativa que sirve a muchos para arremeter contra otros. Especialmente, cuando el envidioso suele lamentarse sin causa justa y verdadera de lo que carece. Sin embargo, en política la envidia es la razón que justifica la desesperación. Peor aún, al verse acompañada de resentimientos, furia, indignación. Y hasta de violencia.

Referencias que hablan de la envidia

Tanta insidia induce la envidia, que el reflexivo poeta romano de la Antigüedad, Quinto Horacio Flaco, mejor conocido como Horacio, manifestaba que “todos los tiranos de Sicilia no han inventado nunca un tormento mayor que la envidia”. El filósofo griego Demócrito, se atrevió a atribuirle a la envidia, una interpretación política que exactamente vale en la actualidad. Decía que “la envidia dio principio al enfrentamiento político” (Stasis)

El griego Platón, maestro de Aristóteles, infirió que “el poder político desarrolla la envidia” (República, IX, 580 a.) lo cual bien sirve para inculpar las disputas y controversias políticas como los eventos que desmejoran el clima de paz que propugna la pluralidad humana. 

Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia, aludía al envidioso como quien “estima que el bien ajeno es mal propio en la medida que aminora la gloria o excelencia de uno mismo”. Condición ésta que calca el ímpetu desmedido de cualquier politiquero de oficio empeñado en validar el afán de verse superior o por encima de otro que no disfruta de las mieles del poder político.

Consecuencias en la política

Estas consideraciones arriba expuestas, dan cuenta del serio problema que provoca la envidia. Concretamente, toda vez que se suscita la inevitable comparación que hace de la situación que vive o evidencia la rivalidad que se plantea entre actores políticos contrapuestos. Dicha comparación lleva a relucir la irritación o ensañamiento que sufre uno de los actores al ver al otro (su contrincante político o adversario), mostrar lo que el envidioso no posee o no es capaz de superar por la debilidad que por la envidia padece.  

Según el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, este problema obedece a cuando la situación en cuestión deja al descubierto una oculta y maliciosa inferioridad la cual desata pasiones viscerales que sólo apuestan a enfrentamientos vehementes vacíos de razones y contenido.

Aunque para algunos, la envidia es una facultad humana por cuanto es una condición propia de su humanidad. De manera que, por culpa de la envidia, se desatan enfrentamientos políticos que avivan la animadversión entre dirigentes políticos, activistas y operadores político-partidistas. Estas situaciones dan lugar a problemas que muchas veces exacerban consideraciones u opiniones. Sobre todo, si el politiquero dominado por la envidia, carece de una debida cultura política. Es ahí cuando cunde el furor en ambientes políticos de campañas electorales. Más, cuando éstas se caracterizan por la incontinencia de valores morales y políticos, como el respeto, la tolerancia, responsabilidad, la solidaridad y el civismo. 

El problema del autoritarismo

Este problema expuesto y repetido por casos de países sometidos por sistemas políticos autoritarios, además colmados de la impunidad e impudor del cuadro gobernante, o de quienes forman parte del cenáculo político-partidista encumbrado en el poder, revela la magnitud de la devaluación ética que ha sufrido la política. Con daños inconmensurables para la democracia. 

Más aún, el daño en que incurre el politiquero envidioso que participa de un ejercicio de gobierno cuya gestión es alabada como referente político, recae exponencialmente sobre la causa política en curso. Generalmente, así ocurre sin que sea entendido y atendido el costo político que tan cuestionada acción puede repercutir en perjuicio del ejercicio de gobierno. 

Algunas conclusiones

Cualquier decisión descargada sobre la humanidad del adversario, por causa de la envidia provoca malestar en el envidioso. Particularmente, dado el éxito demostrado por el actor político contrario en su aproximación al objetivo rivalizado. Aunque todo lo arremetido desde la envidia, es una “soberana estupidez”. Así lo asiente la periodista Marianella Salazar. 

Al fin de cuenta, el cometido del envidioso resulta ser una pésima estrategia que termina perjudicando al enfermizo actor más de lo calculado. Aun cuando haya pretendido mostrarse cual buen demócrata, respetuoso y tolerante. Los elogios declarados públicamente resultan en cumplidos hipócritas. 

Lo descrito acá, intenta resumir el caso de cuando se tiene la envidia como factor “movilizador” de la política.

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