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La Fe

Se entiende que hay dos formas de fe: la divina y la humana. Ambas son motivo de serias y sesudas controversias, pero pocos ponen en duda su existencia, pues aun cuando alguien no la reconozca en sí mismo, sin embargo puede entender y aceptar que otras personas la tienen, la practican y hasta viven para ella. En algunos casos extremos coinciden ambas en un solo destino, tal es el caso de algunos personajes como Jesucristo y por qué no, mujeres como la madre Teresa de Calcuta o Teresa de Ávila, entre otras, y hombres como Juan Pablo II y Martin Luther King Jr., personajes en los cuales no solo fijamos nuestra confianza como  seres humanos, también confiamos en ellos como guías intangibles de la más alta espiritualidad.

En el plano de lo humano, lo más cercano que tenemos es la fe en nuestros seres amados, a quienes somos capaces de seguir e imitar en el deseo de parecernos y ellos nos guían en la esperanza de hacernos mejores. Extrapolamos esa relación a las personas que dedican su vida a ayudar a otros, a guiar y orientar a la sociedad y a protegernos, cuidarnos y sanar nuestros defectos y enfermedades. Por eso llegamos a amar y confiar en políticos, pastores religiosos, médicos, abogados, maestros, empresarios, deportistas, militares, escritores, economistas, etc.

En el plano espiritual, en lo que llamamos fe divina, es en Dios en quien confiamos. Esa confianza, que suele ser íntima y muy personal, los humanos en ocasiones, ante las grandes necesidades de la sociedad, la han hecho y la hacen pública. En ese sentido y en ese nombre, la humanidad ha emprendido cruzadas de todo tipo, desde guerreras hasta misioneras, en procura de defender y extender la fe que nos embarga como grupo.

Finalmente, en los dos siglos anteriores a este, vimos como la necesidad de tener y propagar la fe llegó hasta el punto de encontrar en países como el nuestro, que el lema principal de la política fue “Dios y Federación”. En el caso de los EE.UU., colocaron en la moneda de cobre de un centavo el lema “In God We Trust” (En Dios confiamos) ­–por cierto, moneda que llegó a ser de curso legal en Venezuela. Posteriormente, en EE.UU., desde 1956, época del General Eisenhower –militar en quien fijaron su fe los aliados–, los billetes llevan la misma inscripción.  Por supuesto que cabe la pregunta de si ese Dios en que dicen confiar los billetes de los “US $” es espiritual y divino, o es el propio y muy poderoso dólar estadounidense, el moderno vellocino de oro que, Dios mediante, pues nos ha mermado el negocio del petróleo, regresará a nuestro país, dada la fe divina en la omnipotente capacidad de proveer de nuestro Dios espiritual, tal y como lo invocó el muy devaluado jefe del Estado venezolano, en quien parece que fe, lo que se llama fe, casi nadie le tiene.

Sugiero a mis compatriotas que tengan fe en sí mismos y en su capacidad para ser firmes, constantes y trabajar duro y parejo. Esa fe es lo que Dios nos proveerá, sin duda.

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