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La promesa rota

El rastro del primer caso de corrupción de nuestra historia conduce al Gobernador Alonso Bernáldez de Quirós, quien en 1565 negoció a espaldas de la corona española cientos de esclavos traídos desde Guinea a Borburata por el pirata inglés John Hawkins. Desde entonces hasta nuestros días, mucha agua sucia ha corrido bajo ese puente. Justamente: a cuenta del atávico apego a los manejos turbios por parte del poder, vale recordar cómo en 1998 el entonces candidato Hugo Chávez –aferrado a la alforja de unificación de demandas colectivas que hizo propia- dirigía sus fuegos contra AD y COPEI, endosándoles las vergüenzas del nepotismo, la cleptocracia, la corrupción que hundía al país en época confusa. Ondeando la bandera de la lucha contra la pobreza y el desfalco a la nación –muchos demandaban mano dura contra tales flagelos – obtuvo la victoria que lo hizo Presidente. El llamado a construir “una nueva Venezuela”, libre de la ineficiencia y el clientelismo que emanaba del antiguo bipartidismo, era promesa deslumbrante, ciertamente; pero vista a la luz de esta “corrupción intergaláctica” (ajustada valoración de Mires) que nace bajo la seña del chavismo, luce hoy como una grandiosa estafa: otra artificiosa carnada populista. Entre los muchos entuertos que nos hostigan, es esa corrupción lo que superó cualquier mañoso cálculo de nuestra imaginación, cualquier complaciente límite de nuestra tolerancia. ¿Expresión, quizás, de esa decadencia en la cultura a la que aludía Spengler, y que auguraba terminales crisis en la historia de las sociedades?

Lo cierto es que a contrapelo de cualquier pasmosa comparación previa, la de estos últimos 16 años sí parece ser la Venezuela del derroche (según el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional, el nuestro ocupa penosa posición entre los 14 países más corruptos del mundo). Una cultura rentista –profundizada a todo nivel- aunada a la larga bonanza petrolera, al manejo imprudente y voraz del ingreso, a la discrecionalidad del control cambiario, a la impunidad y al severo trastorno de los valores, terminó consagrando las aspiraciones del eterno pícaro criollo. Los corruptos y sus fortunas surgidas de la nada se han multiplicado, parasitando bajo la sombra cómplice del Estado, exhibiendo sin recato su sospechoso apogeo, conviviendo impávidos con el discurso de reivindicación de la pobreza y de desdén por la riqueza. Un jacarandoso show de la desfachatez, ni más ni menos, que se mueve en camionetas del año, mira a través de sus Gucci y usa relojes Cartier.

De tan vistosos, no se olvidarán casos como el de la maleta con $790.550,00 que Antonini Wilson llevó a Argentina en 2007; el hallazgo en 2009 de 123.725 toneladas de alimentos descompuestos que debían ser distribuidos a través de PDVAL; la “desaparición” en 2011 de más de $29 mil millones del FONDEN, o de los casi $500 millones del Fondo de Pensiones de PDVSA; el desfalco al Fondo Chino o la fuga de $25 millardos a través del SITME en 2013, según admitió el mismísimo ministro Giordani. A esas denuncias se suman otras recientes y no menos portentosas como las de depósitos millonarios en la filial suiza del HSBC o el blanqueo de cerca de $4,2 millardos en la Banca Privada d’Andorra por parte de funcionarios venezolanos.

Pero la historia no deja de urdir nuevos asombros. Hace unos días se supo que Hebert García Plaza, antiguo jefe del Organismo Superior para la Defensa Popular de la Economía (mismo que prometía depurar Cadivi y acabar con las empresas de maletín) fue imputado por delito de peculado doloso en la compra de tres ferrys. Una novedad que por cierto compite con las declaraciones de Tareck El Aissami sobre el también imputado ex Gobernador Rafael Isea, quien tras ser acusado por corrupción, se habría sumado al programa de testigos protegidos de EEUU: “Quería hacer una grave denuncia. En 2 años siempre me callé porque el comandante Chávez me dijo (…) “estoy sacando a un hijo mío por traidor, no me vayas a fallar tú que eres otro hijo”. Pago y vuelto que nos deja sin palabras: al parecer, la revolución tacha de traidor a quien por ventilar actos de corrupción, osa desnudar la doble moral de todo un sistema. Uno no puede menos que preguntarse cuánta censura a esa paradójica traición estará represando otras verdades. ¿Qué hay de la mayor traición, esa que cuaja en escasez, en inaudita penuria, en esta inmoral miseria de país rico?

He allí la faceta más aviesa de la corrupción: útil pervirtiendo todo lo que toca, impone una lógica de lo arbitrario, del sinsentido, que invierte las claves de la realidad. Así, la solidaridad troca en complicidad, el honesto termina siendo un “pendejo” –Uslar Pietri dixit– y el corrupto, un “avispado”. Urge por eso la reconquista de valores: poner las cosas en su sitio, fomentar la sanción y la transparencia. Deshacernos del peligroso fardo del pasado y sus vicios –asumiendo que el problema no es la gente, sino el sistema- es tarea para el país decente que está por venir.

@Mibelis

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