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Las caras de presentación de la inflación en Venezuela

En Venezuela, ha tomado mucha fuerza un posible anuncio de una nueva reconversión monetaria como producto de la inmensa devaluación del bolívar que viene afectando de manera significativa la economía de la población, quienes sienten en “carne propia” lo que es la inflación, la que se puede percibir de diferentes maneras, y que acá identificamos como la formal, la psicológica, la cultural, y la educativa.

El profesor José Toro Hardy señala que la inflación, en términos económicos, “implica un aumento continuo y generalizado en el nivel de los precios y servicios que se producen y se prestan en una economía”; añade que esta es moderada cuando las tasas anuales de inflación son inferiores a un dígito, pero si alcanza niveles de dos dígitos se cataloga como galopante, mientras que si alcanza cifras de cuatro o cinco dígitos, y se produce una subida de precios de manera descontrolada se suele hablar de hiperinflación, lo cual conlleva a la pérdida del “valor real” de los precios y al descontrol de la economía.

Hasta el mes de mayo de 2021, la inflación acumulada en Venezuela fue de 264,8 %, calculada a partir del Índice de Precios al Consumidor publicado por el Banco Central de Venezuela, de lo que se infiere que si la economía prosigue al mismo ritmo, este año finalizaremos nuevamente en hiperinflación.

Por otra parte, cuando tratamos de conocer cómo se percibe la inflación en Venezuela, apreciamos que esta se muestra como una especie de poliedro, en la que cada cara se corresponde con una forma de evidenciarla.

La primera cara es la formal, acá debemos ubicarnos en el aspecto que refieren las ciencias económicas, al cumplimiento de sus leyes, y a las acciones que deben acometer los gobiernos como responsable de producir y aplicar políticas públicas para tratar en la praxis este tema.

Los economistas recomiendan un conjunto de acciones para mantener a raya la inflación, sin embargo, el Poder Ejecutivo muchas veces genera acciones que empeoran la situación, que van desde la emisión de deuda sin un adecuado respaldo, la emisión de dinero inorgánico, o la generación de medidas populistas que agravan la situación y apuntalan el fenómeno inflacionario.

Una segunda cara es la psicológica, que se presenta cuando las personas, por una angustia inusitada, deciden no tener ahorros bancarios, y centran su acción en invertir todo su dinero en adquirir productos ante la expectativa que estamos frente a un proceso indetenible porque el incremento de los precios es constante, ocasionando, en muchos casos, la escasez de los productos generándose una especie de inflación por demanda. Por otra parte, ante la variación constante del precio del dólar, y el aumento generalizado del precio de los insumos, los empresarios y comerciantes (formal e informal) para mantenerse produciendo, como medida de protección aplican incrementos permanentes (en “moneda dura”) al precio de los bienes que ofrecen, para garantizar la reposición de sus productos, de modo que enfrentamos una especie de inflación inercial que contribuye sustancialmente a la espiral inflacionaria que, en todo caso, agrava la situación

Una tercera cara es la cultural, por una parte, dada la fortaleza que presentaba la economía del país, particularmente en las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, donde el salario mínimo alcanzaba para vivir sin necesidad de dádivas por parte del Estado, todo nos resultaba tan económico que surgió la frase “ta`barato dame dos”, quedando en nuestra mente este referente del gran poder adquisitivo que tenía nuestra moneda; sin embargo, en estos últimos años (aproximadamente a partir del año 2017), hemos visto que la moneda nacional cedió espacio a la circulación de otras divisas –particularmente al peso colombiano y al dólar estadounidense-, al punto que actualmente todos los presupuestos se fijan en divisas, y su determinación en bolívares está en correspondencia con el valor que se fije en el mercado cambiario, que resulta ser el marcador de precios. Esta situación del “manejo” de diferentes divisas, fue abrupta para la mayoría de los venezolanos, que no estaban acostumbrados ni educados a hacer recurrentes reconversiones cambiarias.

Los elementos señalados, el “ta’barato” y el permanente ajuste cambiario, ha inducido a muchos a pensar que si, por ejemplo, 10 Bs. es poco entonces 10 $ también lo es, olvidando que cada vez que un producto o un servicio se incrementa 1$, al bolsillo se le está castigando con más de 4.000.000 Bs. de manera que este modo de proceder también apuntala al fenómeno inflacionario.

La cuarta cara de la inflación es la educativa, es la más llamativa y alarmante, porque de alguna manera refleja el fracaso de nuestro sistema educativo, particularmente en el área de matemáticas, y que podemos resumir por esa especie de desconocimiento de la adecuada lectura del sistema de numeración decimal; es decir, vemos con preocupación cómo muchas personas leen el orden de los miles como si fueran del orden de las unidades, y el orden de los millones lo leen como si correspondieran al orden de los miles; es decir, si un producto cuesta 4.500.000 Bs. posiblemente el vendedor nos indica que su precio es de cuatro mil quinientos bolívares, o si el precio de un pasaje que es de 150.000 Bs. el conductor señala que el pasaje es de ciento cincuenta bolívares. Lo llamativo es que pocas personas corrigen a quien comete este grave error, y hasta parece que nos estamos acostumbrando a vivir con esta tara.

¿Dónde ha quedado la enseñanza de la escuela en cuanto al aprendizaje del sistema de numeración decimal? ¿por qué este error es tan repetitivo, y las instancias educativas no realizan una campaña para aclarar esta situación? ¿Será que no nos hemos dado cuenta que el precio del dólar superó los 4.000.000 de bolívares y estamos convencidos que es de cuatro mil bolívares?

Finalmente, el fenómeno de la inflación, más que ser vivido debe ser comprendido, y desde este referente concienciarnos para conocer las posibilidades que tenemos para que nos afecte lo menos posible; en todo caso, nos corresponde asumir una actitud que no contribuya a profundizarlo para evitar que se convierta en una especie de bumerang que se devuelve para alimentarse de nuestros ingresos económicos para seguir manteniéndose.

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