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Lo que dice la bola de cristal

George Friedman es uno de los más reconocidos gurús de la economía planetaria, dedicado en alma vida y corazón a analizar el futuro, a escarbar dentro de sus implicaciones y en presentar sus vaticinios en los más selectos foros económicos y financieros. Cuando Friedman habla de China todos se callan y el estratega claramente ha hecho saber los nubarrones que se ciernen sobre el cielo de la nación más populosa del planeta.

Friedman lleva ya unas cuantas lunas poniendo el dedo sobre la llaga. El Director de Geopolitical Futures y quien fue, por al menos dos décadas la cabeza de Stratford,  una de las firmas de asesoramiento en pensamiento más reputadas en los círculos empresariales, viene sosteniendo que el crecimiento acelerado de China desde 1980 ha estado provocando presiones y desigualdades que el gigante no está atendiendo adecuadamente.

Su criterio es que el coloso terminará pagando caro. Una de dos, ha dicho el experto: o bien China se fragmenta política y culturalmente, o desde la capital se da un giro muy importante en la manera de abordar los problemas nacionales y, entre ellos, el relativo a la desigualdad social y económica que su crecimiento debocado ha generado entre el interior del país y la próspera región costera.

Al lado de ellos, otro fenómeno en ocurrencia es el cuestionamiento creciente y cada vez más generalizado de parte de la ciudadanía hacia los postulados del Partido Comunista, aunque no se manifieste de manera abierta como ocurre, por ejemplo, en Hongkong. Por una lado las élites chinas que creyeron en las promesas de prosperidad que traería el crecimiento económico ahora deben contentarse con no perder la bonanza que han acumulado o que, al menos, esta bonanza sea protegida.

Por el otro, la población de a pie a lo que aspira apenas, es a una mejor calidad de vida para si y para sus hijos. No es extraño pues que  la legitimidad de sus gobernantes de estos últimos años y del propio Partido, ya no venga determinada por la ideología igualitaria que pregonan ni por el sentimiento de honor nacional que cacarean, sino por su capacidad de agregarle bienestar y prosperidad a sus vidas.

Valores subjetivos  que históricamente fueron explotados desde la capital para mantener el sentimiento de orgullo patrio ya no provocan el mismo efecto. ¿De qué le sirve al ciudadano común que su país disponga del mejor ejercito del planeta, ni que sea el héroe financiero como prestamista, de una gran cantidad de países lejanos? O incluso, ¿cómo es que la educación, el trabajo o las oportunidades del hombre chino del interior mejoran como consecuencia de los éxitos de la Ruta de la Seda en Europa?

La realidad es que el país asiático se encuentra en una difícil encrucijada en lo interno, aun antes  de considerar las turbulencias de los escenarios internacionales y lo que  otros países resuelvan hacer con sus propias circunstancias, particularmente Estados Unidos y una Europa debilitada por el Brexit.  Los escenarios futuros muestran que una desaceleración mundial está a la vuelta de la esquina y aunque no adquiera las características de una crisis global, China, como gran exportador, acusará un severo golpe. 

Si el escenario internacional sigue reclamando la atención que hoy amerita de parte de la administración estatal china, al interior del país será imprescindible manejarse de nuevo con una mano de hierro, y se hará patente la necesidad de limitar o eliminar los espacios para la disidencia de manera de que Hong Kong no se convierta en un modelo o en una metástasis al interior de la geografía china.

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