Bolivia y la democracia
En la grave crisis por la que atraviesa Bolivia, todos sus protagonistas y aquellos que quieren serlo a como dé lugar –Hugo Chávez, Daniel Ortega, etc.– argumentan que hay que defender la democracia. El problema es cómo definen a este sistema las diferentes partes del conflicto.
Para el gobierno de Evo Morales, la democracia a defender es la de aceptar la autoridad del jefe de Estado, que no solo ganó elecciones transparentes, sino que hace poco fue ratificado tras un referéndum revocatorio. Por lo tanto, su argumento se basa en que no se pueden poner en duda sus decisiones sobre el presupuesto y sobre convocar a un plebiscito para una nueva Constitución, cuando la mayoría de los bolivianos lo respaldan en el cargo. Según esto, los gobernadores de las provincias con aspiraciones autonómicas –quienes también fueron ratificados– no deben promover, entonces, un conflicto que ponga a todo el país al borde del precipicio.
Para los gobiernos provinciales de la ‘media luna’ boliviana, si bien Morales fue electo y ratificado democráticamente, eso no le permite pisotear el principio de institucionalidad del país. Desde ese punto de vista, el presidente es el responsable de la actual crisis por insistir en un plebiscito sobre una Constitución que nació inconstitucionalmente, producto de una reunión, en horas de madrugada, del grupo oficialista de la Asamblea Constituyente, en una sede militar, sin convocar a los miembros de la oposición, para así promulgarla sin los dos tercios requeridos, según lo establecido por esa misma institución.
Evo Morales fue líder de dos protestas que expectoraron a dos presidentes elegidos de acuerdo con las reglas institucionales de la democracia boliviana y, por lo tanto, que él sustente que la democracia está en peligro si lo sacan del poder no es un argumento convincente, a menos que respete el imperio de la ley que, junto con la libertad y las elecciones, forma el triángulo básico de ese sistema.
