Opinión Internacional

Clones perfectos

Leo en una revista de divulgación científica que la clonación no implica duplicidad exacta. Entonces frunzo el ceño de inmediato, claro, porque lo contrario es lo que siempre he creído, es decir, alguien clonado es ni más ni menos que la gota de agua idéntica a una primera original. Pues no. Estaba muy equivocado.

Un ser humano creado de esta forma jamás será una copia al carbón, por la razón muy simple de que el medio ambiente, la socialización y todo lo que apunte hacia el ámbito educativo, hará lo suyo si de modelar conductas o perfilar fisonomías se trata. ¿Curioso, no?, quiere decir entonces que en cuanto a originalidad y demás asuntos parecidos, hasta lo que supusimos cierta vez como la máquina perfecta para calcar organismos tiene su cuota de diferenciación bien puesta. Imposible, notémoslo desde ya, la producción en serie.

Hay mucho de clonación en estos tiempos. Una atmósfera de laboratorio chimbón se repira con pesadez. La política venezolana sabe a experimento ultrasecreto, a mano peluda de lo más oculta. Tanto es así que hasta huele a medicamento enrarecido, se siente una pastosidad de boca enferma. Si nos ponemos a ver, los revolucionarios en la palestra viven con la nostalgia a flor de piel, o sea, entre el sueño oloroso a incienso de los sesenta y el todavía inaceptado hecho de que otros días llegaron. Ahí se los observa, rumiando como buenos mastodontes a la sombra del caudillo eterno. No hay ideas, ni imaginación, no existe brisa fresca que pueda oxigenar el hermetismo polvoriento de sus cajas craneanas. Por las barbas de Fidel hacen cualquier cosa. Castro es el gurú, símbolo viviente de la triste expectativa, de la esperanza relativa al “hombre nuevo” que tanto sirvió para que hicieran sus gárgaras una buena cuerda de revolucionarios redentores.

Y es que transcurren tiempos clonados, no me cabe duda. No se ha disipado, como se creyó, el humo rancio de la Cuba preñada de “sueños libertarios”, y toda la paja que hablaron al comienzo. La biología no cabe en este enquistamiento, el “proceso” sí que ha resultado de una nota clónica recalcitrante, al punto de que en nada se distancia de su empaque original, es decir, que viene a ser un triste duplicado del pasado. Y peligroso, no faltaba más.

Por experiencia histórica sabemos ya lo que algunas “revoluciones” guindan del pescuezo a los hombres, sobre todo esas engordadas en nuestro continente. Aunque los disparateros de aquí no lo hayan notado aún, una piedra tan pesada como los deseos truncados, como las esperanzas transformadas en añicos, fue lo que vendió a precio de dos por uno el amplio abanico de descocados metidos a estadistas. Valgan dos botones como ejemplo: 1) La Revolución Bolchevique, que en 1917, abanderada por un niño de pecho como Lenin, produjo un tierno parto: el primer Estado comunista donde la nacionalización de los medios de producción tronó como canto de gallo al amanecer mientras la propiedad privada fue pateada y las libertades políticas e individuales, conculcadas. Un puñado de derechos, claro, permanecía garantizado por la mano del régimen: educación, trabajo, salud. La felicidad estaba a la vuelta de la esquina, fíjese, aunque ya conoce usted cómo acabó ese cuentecito. 2) La Revolución Cubana, que tantos soponcios, babeos y encantamientos origina todavía en las hirvientes cabezas del Presidente y sus secuaces. Luego de cuarenta y tantos años de bandidaje, Castro ha sumido a su pobre país en la más grande locura: una orgía de poder, crímenes, horror, miseria y acabóse.

Después de la caída del Muro de Berlín, de la desintegración de la URSS, no se termina de aprender. Ciertos señorones de la izquierda venezolana son clones a la medida de un traje que ya acabó su vida útil (o inútil, en nuestro caso), con lo que a estas alturas sólo muestran, de lo más contentos ellos, cuales fósiles vivientes cómo piensa, actúa y se desempeña una mente anquilosada en la Guerra Fría o enmarcada por la dulce “cortina de hierro”. Nada, por supuesto, de una izquierda moderna, progresista, acorde con los días presentes.

Continúo leyendo mi revista. La naturaleza es sabia, me digo. Adaptación, evolución y transformación andan de la mano, abrazadas en la perspectiva biológica que desnuda el escrito, por mucho que de clonación se hable. Imagino nuevamente a los revolucionarios de estos lados. Estos sí que no han cambiado. Estos sí que son clones perfectos.

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