Opinión Internacional

Colombia y el interés nacional

Históricamente, en Venezuela y en Colombia es moneda de uso corriente por parte de los gobiernos de aquí y de allá el aprovechamiento de las dificultades en las relaciones con el vecino como mecanismo aglutinante en determinadas coyunturas internas. Y así ha ocurrido en las administraciones de Hugo Chávez y Álvaro Uribe, con el agravante de que la dinámica de la polarización hace casi obligatorio que el antichavismo sea prácticamente lo mismo que el uribismo y viceversa, o que la crítica al uribismo implique hacerse de la vista gorda frente a las atrocidades de la guerrilla. En medio de este simplismo, no hay que ser chavista para tener claro que el gobierno de Álvaro Uribe ha apostado por un esquema de solución al conflicto interno colombiano basado en privilegiar el escenario militar frente a la salida política, sin detenerse en formalismos a la hora de ejecutar acciones bélicas como la ocurrida en territorio ecuatoriano, y sin medir que un eventual exterminio militar de la guerrilla generaría complicaciones severas a los vecinos y convertiría el territorio de países limítrofes en escenarios de una guerra que tiene más de sesenta años, como de hecho ya viene ocurriendo. Entonces es lamentable que la política exterior de la oposición tradicional, o de las voces predominantes en ella, esté impregnada de un antichavismo crónico, que la lleva a olvidar o minimizar el hecho de que tenemos intereses como país y que Colombia tiene los suyos. Ser caja de resonancia de un gobierno como el de Uribe, seriamente cuestionado por sus nexos con el paramilitarismo, y de un Estado cuyos poderes están minados por el narcotráfico, por citar apenas dos ejemplos bien conocidos, no parece ser la política más digna ni la más adecuada. También es lamentable que desde el gobierno se maneje erráticamente las relaciones con Colombia. Hemos pasado del coqueteo con “mi hermano el presidente Uribe” a la postura efectista de mover tropas a la frontera y de colocar en punto muerto el comercio binacional, hasta llegar a este momento, cuando las relaciones han sido rotas con una administración que está de salida. Un gobierno sectario, que demoniza la disidencia, que ve en todo el que no lo respalde incondicionalmente a un apátrida, no podrá sumar apoyos a su política exterior más allá de los militantes del PSUV o de sus simpatizantes. Y una oposición incapaz de saber diferenciar entre el interés nacional y su postura antichavista puede terminar quedando muy bien en Bogotá pero muy mal aquí. Una amplia mayoría no quiere bases militares en territorio latinoamericano ni apoya la actuación o la presencia en Venezuela de grupos armados que han asumido como política el secuestro, la extorsión y otras aberraciones reñidas con el sentimiento que debe animar a quienes dicen luchar por la justicia social. Esa mayoría también repudia la idea de que ejércitos de otros países traspasen nuestras fronteras y realicen ataques armados como ocurrió en Ecuador. Una política exterior frente a Colombia debe ser lo suficientemente distante del uribismo y del militarismo, así como de las acciones y políticas de una guerrilla que genera repudio y miedo en lugar de simpatía. Uribismo y guerrilla le cierran hoy el camino a la paz en el vecino país. No han podido ni querido abrir las vías a una solución política, que ponga final a un conflicto que difícilmente se resuelva por la vía militar. No es comprometiéndonos con alguno de los polos extremistas que existen en Colombia como lograremos estructurar una política adecuada frente a este complicado vecino. Y eso vale para gobierno y oposición. Tomemos prudencial distancia y podremos captar con mayor claridad la mejor manera de preservar nuestros intereses como nación.

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