¿Desarrollados? Nooo…
Santiago de Chile (AIPE). El gobierno chileno de la llamada Concertación no me gusta porque está significando una pérdida de libertad de los individuos y un entrabamiento creciente a su posibilidad de interactuar. Esto desnaturaliza la democracia y se traduce en menos desarrollo.
Los mayores impuestos son una pérdida de libertad y el Estado más grande significa funcionarios, inspectores y políticos que van configurando un grupo privilegiado, con altos salarios garantizados, inamovilidad y otras ventajas no disponibles a los ciudadanos; las crecientes regulaciones –mil leyes desde 1990– aumentan su poder y reprimen a la gente.
Nuestros gobernantes y políticos no son ciudadanos de paso por el poder, sino una clase social que se reproduce, incluso ínter-generacionalmente, ayudada por un sistema electoral y de partidos no abierto, como deben serlo los mercados para entregar un producto de calidad. Hay reelecciones y los distritos no son «chicos», es decir, cercanos a la gente. La gente no participa, no tiene iniciativa legal y ve lejano el mundo político y de las decisiones. No le es rentable votar porque el costo de hacerlo supera el beneficio. ¿Solución de la clase política?: obligación de votar, multas y otras violaciones de la libertad, como las que se legislan a diario para meterse en nuestras decisiones, emprendimientos y casas. Ya vendrán los inspectores socialistas de cama, para ver si usted da un buen servicio a su pareja, con la multa correspondiente.
El Poder Judicial no tiene venda sobre sus ojos y mira al Ejecutivo, que lo concentra todo. El Congreso vale poco y los poderes contralores persiguen a los ciudadanos, en nombre del Estado-Dios. Y variados pensadores, economistas incluidos, nos quieren convencer de que el Estado debe seguir aumentando de tamaño, para un gasto «social» como el visto en educación y salud, de mala calidad, y para más represión de los ciudadanos, que ven subir sus tributos, que todos pagan -menos los narcos, los clandestinos sobres brujos para ministros y los «grandes», que evitan los impuestos y, ¡ojo!, «capturan» a reguladores, ministros e inspectores, cuyas buenas intenciones suelen terminar en privilegios para algunos y francas prohibiciones o costos para el emprendimiento popular, el empleo o el comprar un auto usado.
Tenemos una dictadura educacional, con textos y programas «obligatorios», manuales para centros de alumnos, acreditaciones y pruebas oficiales, simples pretensiones intelectuales anti-progreso, que, otra vez, son pegas y dinero para los amigos de la nueva clase.
¡Qué exagerado! ¡Cuando Chile está creciendo de nuevo y a la cabeza de Latinoamérica! ¡Claro! Y también mejor que Africa. El verdadero tema es que sólo seremos desarrollados con un salto libertario integral. En lo económico, dimos un brinco costoso, impopular e incomprendido por nuestra cultura de Estado nodriza y mercantilista. Pero está incompleto, aunque menos que en lo «social», donde el avance fue tibio, destacando la «apertura» en la educación superior y la previsión. En lo político estamos liquidados, porque no se entiende que el Estado es para proteger los derechos de los ciudadanos y no al revés, como ocurre al limitarles su libertad y propiedad; su papel debe ser subsidiario y no de favor de grupos de intereses, ni de promoción de leyes que generan desempleo, inseguridad, mala educación y obstáculos para surgir.
¿Conoce algún caso de desarrollo democrático con Estado grande, más regulaciones y menos libertad?
(*): Profesor de economía, Universidad Finis Terrae, fue presidente del Banco Central de Chile.