Opinión Internacional

Disolver, РАСТВОРЯТЬ

La imagen visual del colapso del comunismo en la Unión Soviética es la de Boris Yeltsin de pie, encima de un tanque, un día de agosto de 1991, cuando un grupo del Partido Comunista intentó derrocar al presidente Gorbachov, anunciando el fin de las reformas liberales de su gobierno (Perestroika), para restaurar el régimen totalitario y jerárquico que para ellos, era la única garantía de la supervivencia del imperio.

Fue un momento histórico que irónicamente catapultó a Yeltsin – entonces presidente del Parlamento de Rusia y el mayor rival político de Gorbachov – como el salvador de las reformas del mandatario soviético. Yeltsin denunció el golpe de Estado frente a su “Casa Blanca”, y llamando al pueblo a resistir, apeló al ejército a desobedecer las órdenes de los insubordinados logrando el regreso de Gorbachov a Moscú, desde la casa de veraneo de Crimea en donde se encontraba en cautiverio.

Con la derrota del intento de golpe, Yeltsin aprovechó su popularidad y, poco tiempo después, dejó a Gorbachov sin poder real hasta el punto que a su espalda, declaró ilegal al Partido Comunista, negoció con Ucrania y Bielorrusia – los países más grandes de la unión junto a Rusia – la autonomía de cada uno y el establecimiento de una Comunidad de Estados Independientes en reemplazo de la URSS. Yeltsin asumió entonces la presidencia de Rusia obligando a Gorbachov a renunciar, conduciendo al desmembramiento inmediato y caótico de la superpotencia.

Yeltsin inauguró así una nueva forma de gobernar a través de decretos y de edictos presidenciales unilateralesque, lejos de convertir a Rusia y a las demás ex republicas soviéticas en sistemas democráticos, los transformo en regímenes personalistas y autocráticos. No conforme con disolver a la URSS, hizo lo mismo en 1993 con el parlamento que quedo del imperio y envió tropas a someter a los diputados rebeldes. Un año antes, Alberto Fujimori había hecho lo mismo en Perú en un contexto muy diferente y hoy lo intentan, con argumentos legales pero métodos autoritarios, presidentes como Victor Yúshenko en Ucrania y Rafael Correa en Ecuador.

El establecimiento de Asambleas Constituyentes para formular constituciones comenzó con aquella que instauraron los revolucionarios franceses en 1789, y la disolución de parlamentos y formulación de nuevas constituciones por parte de mandatarios electos que luego se convirtieron en dictadores – como Napoleón y Hitler – fue común en la historia moderna. Sin embargo, una nueva modalidad de sistema político que no es exactamente democracia ni tampoco dictadura, nació con el anuncio de Fujimori en abril de 1991 de “disolver, disolver” el congreso peruano, y dos años después con la misma acción de Yeltsin, cuando dio la misma orden en ruso, ““РАСТВОРЯТЬ”, liquidando así la última institución soviética en suelo ruso.

El hombre que hoy espera en Chile la decisión de sus tribunales de extraditarlo o no al Perú, y aquel otro que pasó a la historia el día que subió a un tanque y que recientemente pasó a mejor vida por los efectos de tanques etílicos prolongados, son ambos precursores contemporáneos de lo que muchos politólogos denominan hoy “democracias no liberales”, sistemas políticos híbridos reconocidos como democráticos a pesar de la falta de autonomía de poderes y los privilegios de los poderosos ante la ley que ellos mismos promulgan.

Desde ese entonces, se pasó del estilo obvio de disolver parlamentos por medio de la tinta y de las armas, a modalidades sofisticadas que hoy se valen de Asambleas Constituyentes elegidas por votación popular como en los casos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nepal, Irak y otras repúblicas de África y Asia.

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