Opinión Internacional

La palabra de Fidel

Como si se hubiesen puesto previamente de acuerdo, el Cardenal Jorge Urosa Sabino y el “procónsul” cubano, Fidel Castro Ruz, definen como “comunismo” lo que los adelantados líderes de la revolución bolivariana, en Venezuela, llaman “socialismo”. El religioso lo hizo a raíz de una interpelación parlamentaria, promovida por los sectores gobernantes del país, dueños absolutos del congreso. Fidel, por su parte, respondiendo a una pregunta de una ya célebre periodista roja, precisamente al tratar de esclarecer lo que ella estimaba como “diferencia” entre socialismo y  comunismo. En el caso del Cardenal, el acto parlamentario se produjo por  unas declaraciones suyas, cuando acusó de “comunista” al “socialismo chavista”, palabras que se interpretaron como una aproximación al terreno de la difamación, la injuria, el vilipendio. Lo cierto es que, muy a pesar de su ingenioso cinismo, los diputados y la periodista del PSUV, quedaron muy al margen de la idoneidad doctrinaria, al desconocer la certeza de la palabra de Fidel: “el socialismo es el comunismo”.

           Y parece como que más bien estuviésemos ante una enorme contradicción del “tiempo histórico”, cuando en América, en el nuevo continente, en pleno siglo 21,  nos detuviésemos a especular entre lo que significa y lo que distingue uno de otro concepto, en el campo filosófico y en el de las ideologías. Socialismo y Comunismo tienen su importancia, en el léxico político, desde el momento mismo cuando las dos palabras fueron expuestas por dos teóricos alemanes, pertenecientes a la aristocracia y a la burguesía de su tiempo cronológico, Friederich Engels y Karl Marx, dentro de una propuesta titulada como el “Manifiesto Comunista”, en 1848. Tratábase entonces de “corregir” las desviaciones del capitalismo, fenómeno surgido y consecuencial de la Revolución Industrial, por lo que, en cierto modo, estimaba la posibilidad de “humanizar”, socializándolo, al “capitalismo”, para evitar su consagración como régimen esclavista. Allí se apelaba a la “Teoría del Valor” –el trabajo, el esfuerzo obrero en la fábrica, es el más rico y valioso de los insumos del producto— y se anunciaba la inminencia de la toma del poder en el mundo, “humanizado”, mediante la “dictadura del proletariado”.

           ¡Cuánta agua ha pasado, desde entonces, bajo los puentes de París, de Londres, de Berlín, de Moscú! ¡Cuánta historia turbulenta nos ha copado la memoria, atribuyendo a la justicia de una “sociedad injusta” la responsabilidad de millones de millones de muertos, sacrificados, olvidados, desaparecidos, como para que hoy, a diez años justo del inicio del nuevo milenio, volvamos otra vez a devanarnos los sesos con los modelos de organización social, política y económica, que el hombre ha probado y cada vez superado, sin detenernos a pensar que la historia es un proceso constructivo, donde su sujeto principal, el ser humano, colectivamente considerado, jamás se ha equivocado! ¿Es que vamos también a repetir las guerras mundiales, los “apartheids”, las discriminaciones raciales, todos los acontecimientos que nos dividieron y amenazaron nuestra existencia, sin darnos cuentan de que ya somos cerca de seis mil millones los que habitamos este mundo?

           Los “propietarios” del poder en Venezuela, si es que se sienten realmente “con vida”, deberían tener una visión más próxima al estilo democrático, a la actitud moderna, al comportamiento lógico hacia el futuro y esperar las señales del nuevo pensamiento de la humanidad, en formación. Deberían entender lo que quiso decir Fidel, con sus barbas desordenadas, con sus rictus labiales, con su imagen de “último inning”, cuando concluye, como defraudado, reconociendo que el “socialismo” no es otra cosa que el “comunismo” propuesto por Marx en el Siglo 19. Y comprender, tanto ellos, como nosotros, como todos, que el hombre, desde que salió de las cavernas y se separó de las demás especies del reino animal, lo que ha hecho es triunfar sobre la adversidad, aguzando el ingenio, probando, experimentando, innovando siempre acerca de lo que más lo satisface y lo justifica como muestra privilegiada de la naturaleza. No es fácil aceptarlo. Pero los que hoy vivimos, ya casi somos el pasado, en comparación con la importancia de nuestro legado hacia el futuro.

           En cierto modo, la “democracia”, ahora entre comillas, no es otra cosa que la calidad conviviente del hombre; la que lo hace una “unidad” sólida ante el mundo y la que debería ya considerarse con una mayor dosis de ecología y menos énfasis doctrinario. Recordemos dos frases inolvidables de Don Rómulo Gallegos, a propósito, como para concluir estas reflexiones a las cuales nos llevó la palabra de Fidel, en consonancia con las expresiones del Cardenal Urosa. “No estoy de acuerdo con tu opinión; pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”. Eso es “democracia”. Convivencia; no exclusión; no sectarismo. Y la última: “Tanto más se pertenece uno a si mismo, en cuánto tenga su voluntad, su vida toda, puesta al servicio de un ideal colectivo”. ¿Vale la pena llamarse comunista, o socialista, o de derecha, o de izquierda, en un mundo que marcha hacia su plena realización histórica, mucho más allá de nuestro pálpito vital?

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