Mientras en el Olimpo….
…los dioses se manifestaron a través de las grandes hazañas que el ser humano es capaz de demostrar con su cuerpo. Gracias a su gracia –la divina y la propia–, en lo más terrenal de nuestro mundo, los hombres continuaron ‘perfeccionando’ extensiones de su anatomía –aparatos, armamentos, tecnología de guerra y de terrorismo–, exhibiendo cómo se facilita la capacidad de destrucción de otros a quienes se les considera, en el mejor caso, enemigos, y en el peor, “indeseables”.
Es un mito aquello de la ‘tregua sagrada’ de los griegos durante las antiguas Olimpiadas, pues solo se cumplía para los viajeros atletas que asistían al monte Olimpo, mientras que, entre guerreros, las lucha continuaban. Es más mítico pensar que, en nuestros tiempos, los múltiples conflictos de carácter étnico, religioso, nacional, económico, corporativo e ideológico, se detendrían a causa de juegos deportivos mundiales. ¡Todo lo contrario! Nada más propicio que la gran distracción de las Olimpiadas para intentar hacer ‘avances’ para el ‘retroceso’ de la humanidad.
Por eso arreciaron conflictos latentes, como los que durante años enfrentan a Georgia y Rusia; grupos radicales que tienen viejas cuentas con China cometieron atentados terroristas (como los ocurridos en la provincia de mayoría musulmana de Xinjiang, en donde, con justicia, la población uigur reclama el maltrato militar y la asfixia de libertad del régimen de Beijing); dictadores y autócratas decretaron órdenes para vengarse de sus oponentes e, incluso, de sus pueblos, como en Venezuela, con leyes rechazadas en el referéndum constitucional del pasado año, y en Myanmar, cuya Junta Militar extendió la condena de prisión domiciliaria a la líder demócrata Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz de 1991. Y ahora que los atletas regresan del Olimpo, quedarán los escándalos de farándula para así, con distracciones, aplacar la furia de millones de personas sumidas en complejas circunstancias de conflictos y carencias.
