Opinión Internacional

Otra vez las relaciones con Colombia

Cuando todo parecía indicar que las relaciones entre Colombia y Venezuela ingresarían a una fase de relativa normalidad, adquiriendo un carácter fundamentalmente económico, el Ministro de Defensa neogranadino, Juan Manuel Santos, sorprendió a la opinión pública internacional con dos declaraciones cuyo impacto, debe sopesarse en función de las coyunturas interna de su país y de la que atraviesan los vínculos con Ecuador y con Venezuela que mas allá de constituir parte de amplia frontera en Suramérica, son destino de buena parte de sus exportaciones y, en especial, de manufacturas. De igual manera, esos pronunciamientos tampoco pueden analizarse aislados de algunos acontecimientos originados en los Estados Unidos vinculados con la proyección de su relacionamiento con la región latinoamericana y caribeña.

El inefable Ministro -que antes de Defensa pareciera de Guerra-, primero indicó que los territorios ecuatoriano y venezolano eran refugio de guerrilleros pertenecientes a las FARC e, inmediatamente, destacó la legitimidad de la llamada “persecución en caliente”, es decir, que actuando en su legítima defensa, Colombia podría actuar en territorio extranjero para dar captura a los presuntos guerrilleros. En otras palabras, de la misma forma como lo hicieron hace un año atrás, las fuerzas militares colombianas podrían operar en suelo ecuatoriano y venezolano violando todas las normas de derecho internacional sobre la inviolabilidad de la soberanía apartándose, en consecuencia, de lo convenido sobre el particular en la Reunión del Grupo de Río celebrada en República Dominicana en abril del año pasado.

Como se ha hecho costumbre, cada vez que el Ministro Santos apela a la diplomacia de micrófono contribuye a enturbiar, aún más, las relaciones con los países vecinos y, en esta ocasión, desautorizó las acciones desplegadas tanto por el Presidente Uribe como por el Canciller Bermúdez en procura de retomar la normalidad de las mismas, sobre todo, con Ecuador, donde han contado con el apoyo de la OEA. No obstante los desmentidos que surgieron y la pública llamada de atención que le hiciera el primer mandatario, quedó en el ambiente la sensación del espíritu hostil que siempre ha mostrado Santos hacia los pueblos y gobiernos de los países colindantes lo cual, a su vez, ha puesto de relieve dos aspectos. Por un lado, su legítima aspiración a la candidatura presidencial que se juega en su país en la actualidad; y, por la otra, la poca voluntad que lo anima de mantener un relacionamiento creciente con las naciones limítrofes.

Esta última conclusión cobra mayor validez cuando se recuerdan, en primer lugar, los resultados de la visita que realizaran el Vicepresidente colombiano, Francisco Santos, el Canciller Jaime Bermúdez y el referido Ministro de Defensa a las nuevas autoridades estadounidenses con miras a ratificar el mantenimiento del denominado –y fracasado- Plan Colombia para el control del narcotráfico y despejar el camino para alcanzar la probación del TLC por parte del legislativo norteamericano. Es evidente que ante los pobres rendimientos del Plan al verificarse no solo que en Colombia se incrementó en un 27% la superficie cultivada de coca el año pasado, sino que se convirtió en el mayor productor mundial de drogas ilícitas, combinados con la extremadamente delicada coyuntura que atraviesa la economía de los EE. UU., las conclusiones de la visita no fueron precisamente auspiciosas.

En segundo término, debe tenerse presente que las declaraciones del Ministro se encadenan con la presentación de los informes del Departamento de Estado norteamericano sobre el narcotráfico y los derechos humanos, y de la CIA sobre las convulsiones sociales que podría acarrear la crisis económica internacional sobre algunos países de América Latina y el Caribe. En los tres informes, Ecuador y Venezuela juegan un papel estelar. Independientemente de la validez de esos informes que por lógica cronológica, fueron elaborados bajo la égida de la administración Bush, pero suscritos plenamente por la de Obama, no deja de llamar la atención que se hagan públicos simultáneamente con los pronunciamientos de Santos. En general, en el discurrir de la vida, las casualidades son parte de la invención humana; en política internacional, en particular, simplemente no existen. Por tanto, no es difícil inferir la concatenación entre ambos hechos.

En ese contexto, no pareciera viable que las relaciones de Colombia puedan, por un lado, restablecerse con Ecuador y, por la otra, normalizarse con Venezuela por mas aclaratorias que presente Álvaro Uribe para disipar cualquier duda que pudiera emerger. En el caso venezolano, el Gobierno del Presidente Chávez inspirado en el principio de la solidaridad antes que en los fríos resultados de una balanza comercial desfavorable, le ha tendido una mano para contribuir con el de Uribe a atenuar los efectos de la crisis internacional sobre la economía de su país. Sin embargo, las respuestas que recibe no estimulan, precisamente, la ejecución de las acciones pautadas al más alto nivel político con la celeridad requerida y comprometida hacia el objetivo perseguido.

Conviene insistir que en la relación comercial colombo-venezolana, el país que precisa mantenerla y profundizarla es el exportador y no como erróneamente vienen sosteniendo diversos analistas de los dos países quienes, en forma recurrente, subrayan la significación que tiene para Venezuela mantener a Colombia como proveedor, cuando la realidad ha puesto en evidencia que quienes enfrentan dificultades para sustituir al mercado venezolano como destino son los exportadores colombianos. Este enfoque, poco explorado y difundido hasta ahora, de conjugarse con las continuas agresiones desafiantes e infundadas divulgadas por funcionarios colombianos de nivel ministerial, podría traducirse en retrasos indeseables para la normalización del relacionamiento bilateral en detrimento de las partes involucradas y, por supuesto, para la estabilidad de la región considerada en su conjunto.

Mientras las autoridades colombianas persistan en dirimir sus controversias políticas internas utilizando las relaciones bilaterales con sus vecinos, no será posible avanzar hacia su normalización y, posterior, profundización y consolidación. El Gobierno de Colombia no puede aferrarse en forma permanente a comunicados aclaratorios y desmentidos para afianzar sus vínculos bilaterales con Ecuador y Venezuela, sino demostrar con hechos tangibles su disposición al diálogo para construir una relación fructífera con ambos países como punto de partida de una efectiva integración regional. Hasta ahora, los acontecimientos evidencian todo lo contrario, esperemos que cambien de signo en el futuro inmediato para el bien de los pueblos de la otrora Gran Colombia. Acá en nuestro país, ello es un anhelo que, seguramente, también es compartido por Ecuador.

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