Opinión Internacional

Un fantoche a la busca de un personaje

(%=Image(2982685,»L»)%)Ciudad de México (AIPE)- El nuevo populismo hispanoamericano anda en busca de su epopeya literaria. Han encontrado el modelo en la anécdota superficial de “Los Miserables” de Víctor Hugo.

Hugo Chávez Frías, en Venezuela, dedicó varios minutos de una de sus interminables charlas-discursos-monólogos a glosar la anécdota inicial de “Los Miserables”, cuando el humilde obispo Myriel, o Monsieur Bienvenu, salva a Jean Valjean de la acusación, justa por cierto, de haber robado en la casa que le dio cobijo y, en el colmo de la efusión generosa, el obispo regala además un par de candelabros de plata al desdichado Valjean.

Tan emocionado estaba el ex coronel golpista con la anécdota que indicó encarecidamente a sus oyentes que leyesen “Los Miserables” para ser mejores revolucionarios bolivarianos.

En México, el 13 de abril, un destacado político de estirpe priísta y vertiente nacional-revolucionaria, hoy insigne perredista, publicó un artículo encomiando la obra de Víctor Hugo, trazando paralelismos entre acontecimientos recientes de la vida pública mexicana y los avatares de “Los Miserables”. En efecto, Ricardo Monreal redondeó este par de bonitas frases: «A nuestra convulsionada transición democrática le falta un Víctor Hugo. Le sobran, en cambio, los Javert», como se llamaba el inspector en la famosa novela.

Tal parece que el neopopulismo anda en busca de su epopeya literaria. Es lo bonito del romanticismo, aun de este romanticismo un tanto kitsch del que echan mano los políticos: De pronto se descubre que la literatura, el arte, puede transformar, así sea momentáneamente y en la imaginación de las masas, vulgares querellas judiciales o mezquinas escaramuzas políticas en epopeyas memorables.

Los fantoches andan a la busca de un personaje. Un fantoche es tanto una «persona grotesca y desdeñable» como «un muñeco grotesco frecuentemente movido por hilos». Un personaje, en cambio, además de ser una «persona de distinción, calidad y representación en la vida pública» puede ser «cada uno de los seres humanos, sobrenaturales, simbólicos y demás, que intervienen en una obra literaria, teatral o cinematográfica».

Gracias a la transposición romántica un fantoche puede llegar a ser un personaje del mismo modo que una calabaza se convierte en hermoso carruaje, sí, pero sólo en la imaginación enfebrecida, en el éxtasis del que habla Milan Kundera que se alcanza en ciertos conciertos de rock –por ejemplo- en los que el individuo se disuelve en un gran colectivo y se agita convulso al ritmo de una machacona repetición de sonidos. Extasis ensordecedor que nada tiene de místico, sino de escape del pasado y del futuro para adquirir ese sucedáneo de la eternidad que es el instante en que nos perdemos de vista a nosotros mismos.

Ilusión, pues.

Lo que no es ilusorio es que esta búsqueda de una epopeya para transfigurar las mezquinas escaramuzas políticas, esta búsqueda de un personaje que purifique al fantoche, es sólo un medio para otra búsqueda muy terrenal y pragmática: un político en busca de popularidad.

(*): Analista político mexicano.

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