Opinión Internacional

¿Venezuela es Bielorrusia?

El nombre de Aleksandr Milinkevich muy poco, o mejor dicho, nada, dirá a los venezolanos. Es el candidato presidencial de la oposición unida en un país muy lejano del nuestro (Bielorrusia), pero sorprendentemente muy cercano en cuanto a rasgos y circunstancias políticas.

El señor Milinkevich está en campaña electoral y enfrenta a uno de esos gobernantes que llaman “autócratas populares” (Fareed Zakaria), porque ha sido electo en comicios libres pero ha instaurado un régimen contrario a las libertades y el Estado de Derecho democrático, tal y como ocurre en Venezuela.

Bielorrusia está considerada hoy como una “democracia autoritaria”, es decir, un sistema político en el que a pesar de la realización de elecciones, la separación o autonomía de los poderes públicos está quebrantada, la libertad de prensa es relativa, los opositores al régimen son perseguidos y juzgados selectivamente de acuerdo con los dictados del autócrata, y se ha creado un entorno que tiene atemorizada a la población. No hay, obviamente, contrapoderes frente al Presidente Lukashenko. Parlamento y jueces están a sus órdenes y sirven a sus intereses personalistas.

Recientemente, derogó una norma legal que permitía a las fuerzas policiales desobedecer órdenes que fueran ilegales. Asimismo, hizo aprobar una ley que penaliza (5 años de prisión) las protestas públicas o las declaraciones que desacrediten el gobierno. Un diplomático europeo, según reportaje de Steven L. MYERS de Times, que nos sirvió de fuente para estas líneas, ha señalado que no tiene la menor duda de que si la oposición sale a protestar un resultado electoral, con seguridad, amañado, Lukashenko no vacilará en reprimirlo con la fuerza. Éste ha declarado incluso por TV que “cualquier intento de desestabilización el país será contrarrestado con drásticas acciones. Les torceremos el cuello a aquellos que lo hagan y a sus instigadores. Las embajadas deberían estar claras en esto. Deberían saber que sabemos en que andan. Ellas serían expulsadas de aquí en 24 horas.”
Este presidente fue electo, gracias a su discurso anticorrupción, en 1994. Insistentemente dice que el mundo conspira en su contra para derrocarlo. En la última Asamblea General de ONU, arremetió contra “el mundo unipolar dominado por EEUU” y defendió a los genocidas S. Milosevic y Sadam Hussein. En la televisora estatal, saturada de ideología, hay una permanente propaganda antiamericana y antieuropea.

Sin embargo, la oposición puede aún expresarse, precariamente, de forma libre y actuar en política. Milinkevich es presentado ante un pueblo “bombardeado” a diario por la propaganda oficial, como “el líder oscuro financiado por los grandes poderes extranjeros y comprometido con el derrocamiento del gobierno”.

Cualquier coincidencia con el régimen que padecemos los venezolanos no es una pura casualidad. Las dictaduras son iguales, aquí y en Pekín.

No obstante, Milinkevich ha declarado: “Nosotros vamos a elecciones, no porque creamos en su limpieza, sino porque es una oportunidad de llegar al pueblo.” Y agrega: “Si nuestra campaña es exitosa, conseguiremos que la gente salga a las calles.”
Como se sabe, allá, la tradición autoritaria, que la URSS comunista llevó a extremos de horror, sigue presente, al igual que en las profundidades del alma latinoamericana el caudillismo y el militarismo. Yelsin y Putin en Rusia, y L. Kuchma en Ucrania, son ejemplos de la persistencia de estas conductas políticas. En nuestro patio, el tirano Castro, los Evos, Humalas y Chávez, nos confirman también tal tradición.

Cuando observamos la realidad de Bielorrusia, la primera conclusión que se impone es que los que luchan por preservar la libertad y la democracia en el mundo, deben afinar sus análisis frente a fenómenos políticos “nuevos”, que gracias al derrumbe de las fronteras que ha producido la globalización, se ven obligados a disfrazarse con ropajes aceptables para la comunidad internacional, pero que bien auscultados esconden dictaduras o tiranías quizás más perversas que las tradicionalmente conocidas. Y otra conclusión no menos importante: las elecciones, mecanismos democráticos por excelencia que no definen ellas solas a un sistema de libertades, sin embargo, son ocasión ideal y propicia, independientemente de las restricciones, para movilizar a los ciudadanos y construir una fuerza política alternativa que enfrente a los regímenes autoritarios. Las experiencias peruana, chilena y ucraniana nos señalan que las vías de participación electoral, cuando aún existan, pueden servir al objetivo de activar las fuerzas democráticas y eventualmente lograr la expulsión del poder de los dictadores de vieja o nueva generación. Las otras opciones son: o la inmovilización ineficaz y suicida, o el camino de la violencia armada.

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