Opinión Nacional

Agua es femenino

Una atenta lectora pregunta por qué agua en singular es masculino, el agua, y en plural, las aguas, es femenino. El problema está mal planteado. El sustantivo agua, en singular y en plural, es femenino, y nunca masculino.

Ocurre que, cuando agua, en singular, va precedido de una palabra que comienza por “a”, como el artículo “la”, se altera la concordancia, empleando una silepsis, para evitar que la concurrencia de dos “aes” choque al oído: la agua. Eso no significa que agua allí sea masculino, como lo prueba que si le ponemos un adjetivo, este tiene que ir en femenino: el agua mansa, el agua fría… En cambio, cuando agua está en plural y lleva el artículo “las”, la “s” de este impide la unión de las dos “aes” y evita el sonido cacofónico, las aguas. Igual si entre el artículo y el sustantivo va otra palabra, que evita la concurrencia de “aes”: “la hirviente agua de la olla…”. Lo que no ocurre si al sustantivo posponemos el adjetivo: “El agua hirviente de la olla…”.

Curiosamente, una palabra compuesta a partir del sustantivo agua, como aguardiente, es de género masculino, mientras que otra, como aguamarina, es femenina.

Esto no se da sólo con el sustantivo agua, sino con muchos otros que comienzan por “a” tónica o acentuada: el arma, las armas, el ánfora, las ánforas; el águila, las águilas; el alma, las almas; el arpa, las arpas… También con sustantivos que comienzan por “h” muda seguida de “a” tónica: el hacha, las hachas; el habla, las hablas; el hada, las hadas; el hambre, las hambres; el hampa, las hampas…

No es así con los sustantivos que empiezan por “a” átona o no acentuada: la avaricia, la academia, la acequia, la aventura, la aspereza…. Igual los que empiezan por “h” muda seguida de “a” átona: la hallaca; la hamaca; la habitación, la harina… En estos casos el carácter átono de la vocal “a” del sustantivo permite que en la pronunciación las dos “aes” se fundan en un solo sonido, como si fuese una “a” larga, y se evita el choque disonante de las dos vocales.

El sustantivo azúcar es un caso especial. Azúcar comienza por una “a” átona, por lo que no debería aplicarse la silepsis. Pero decimos el azúcar, aunque no es inusual que digamos la azúcar, sin que sea chocante. En una receta de cocina se lee: “se agrega luego la azúcar…”. Incluso no es extraño que, en plural, digamos los azúcares, en masculino. Ha habido, pues, una vacilación en este caso. Tal vacilación se refleja en el DRAE. En su primera versión, el Diccionario de Autoridades (1726), se le calificó de masculino En la edición de 1817 se le definió como femenino, calificación que duró solo cinco años. A partir de la edición siguiente, de 1822, se le pasó a género común, hasta la de 1869, en que se comenzó a dar como ambiguo, hasta hoy. El Diccionario panhispánico de dudas (DPD) dice que “Este sustantivo tiene (,,,) la particularidad de admitir su uso con la forma el del artículo y un adjetivo en forma femenina, a pesar de no comenzar por /a/ tónica: ‘Se ponen en una ensaladera las yemas y el azúcar molida’ (…). Se trata de un resto del antiguo uso de la forma el del artículo ante sustantivos femeninos que comenzaban por vocal, tanto átona como tónica, algo que era normal en el español medieval”. La explicación es razonable. Sin embargo, creo que en este empleo peculiar también ha influido el uso del sustantivo agua y algunos otros.

El DRAE también atribuye género ambiguo al sustantivo arte, cuyo comportamiento es del mismo tipo: el arte cinético, las artes plásticas. En este caso hay igualmente vacilación en el uso. El Diccionario de autoridades lo daba como femenino, tal como su raíz latina, ars, artis. Luego, en varias ediciones del DRAE se señala como masculino y femenino, hasta que, a partir de 1884, se marca como ambiguo.

Una vez más estamos ante unos casos que ilustran muy bien el extraordinario dinamismo de nuestro idioma.

(*): Oiga de lunes a viernes, a las 11,30 a.m., el micro CON LA LENGUA EN ONDA, por RADIO ONDA 107.9 FM, la superestación, en el programa de Mari Montes.

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