Opinión Nacional

Cerca de la historia, está la Bodeguita del Medio

Caminé desde el vetusto Hotel de Inglaterra en el Paseo del Prado hasta la Calle Empedrado, todo en el espacio de lo que simbólicamente se llama la Habana vieja. Mientras lo hacía, intentaba dibujar con trazos de memoria, la figura, rostro, manos, gestos y maneras de hablar de Lilia Esteban de Carpentier. Habíamos fijado la reunión para las 9 am en su oficina en la Fundación Alejo Carpentier. Mientras avanzaba por calles que guardan para mí atávicos recuerdos y son celebradas a diario por miles y miles de personas que las ocupan en arrebatada procesión, iba descubriendo detalles de una arquitectura que delata uso, vida, sabor a gente de pueblo y sobre todo mucha energía y calor humano. Cada ventana dice, cada portón comunica, cada friso conmueve, cada techo promete, así, mirando y mirando llegue al encuentro.

Para ese momento tenia por lo menos siete años que no había vuelto a verla. Me observó con esa mirada de gente legendaria, entrecerró sus ojos para contrarrestar el contraluz que produjo el sol al abrirse la puerta de su oficina. Su edad, un dato innecesario, como siempre fue al verla o hablar con ella, pues sus indicios de vitalidad y actos corporales, contradecían y amenazaban la cronología por sus inmensas ganas de seguir estando en la vida. Conociendo su carácter era lógico esperar alguna recriminación, la hubo, había llegado con 8 minutos de atraso. Pero, ese avance logré contrarrestarlo, con una jugada adelantada, de forma inmediata puse sobre la mesa el homenaje que el Celarg rendía a Don Alejo al publicar una tetralogía integrada por Visión de América, Los pasos perdidos, El reino de este mundo y El siglo de las luces. Quedó sorprendida, por la calidad de las obras; el juego pareciera que momentáneamente se igualaba. Se ratificó mi presunción cuando, haciendo lugar a una tregua, me ofreció un café.

Entre la sorpresa por la belleza de la edición de los libros y el café, se dio un respiro, este se cubrió con la esperada pregunta, ¿cómo andan nuestros amigos de Caracas? Considerando que los últimos tiempos en Venezuela, las cuestiones en materia de relaciones humanas se han trenzado en forma impensable, y tensado de manera indeseable, tuve que pensar en como referirme a “nuestros amigos”. Superé la prueba relatando cuanto era sensato comentarle. Pasamos a recuerdos mas atemporales de nuestra ciudad, me interrogó sobre lo que había pasado con la casa de su amigo Arturo Uslar Pietri, -sabia que yo había tenido residencia en la Florida, vecindario del maestro- le informé, entendía que pasaría ser un centro cultural o fundación o algo así, y su biblioteca sería dotación de un centro de estudios en una Universidad privada. Todo bajo el feliz y responsable cuidado de Froilan Anzóla.

Infinitos sus afectos por Venezuela e incontables los amigos que había cultivado y mantenía como huellas de ternura proverbial por la ciudad de Caracas. En uno de esos momentos en que se termina una anécdota y estaba por aparecer otra, le recordé de una cena que se realizó en casa del maestro Uslar Pietri con ocasión de la visita de Fidel Castro a Caracas, en 1959. Ella recordó que efectivamente, ese día, fue con Don Alejo al mitin del Silencio, -me aclara algo que no sabía-, él no conocía a Fidel. Queda sorprendido con su discurso y esa noche fueron a la cena en la casa de Don Arturo en honor a Fidel. Le recuerdo que yo estaba presente en esa cena y que para sorpresa de muchos Betancourt hizo presencia (él estaba muy molesto con las palabras de Fidel en el Silencio y por presión de Gonzalo Barrios, aceptó, a disgusto presentarse a la celebración) muy corta y poco comprometida, por cierto, su presencia y sin cumplir protocolo, se marchó al rato.

Alejo Carpentier no había hablado antes con Fidel, esa noche se conocieron. El breve encuentro entre ambos marco el rumbo de su vida, y de allí, en conexión directa, hasta el día de su muerte.

Doña Lilia, estaba hablando con unos amigos, cuando de pronto se le acercó Alejo y le dijo: ¡! Lilia nos vamos ¡!. Ella, respondió: esta bien, total, mañana tenemos cosas que hacer. Suponía que la invitaba a que se retiraran del agasajo; él acota, ¡no … no … no es de la fiesta que nos vamos … es de Venezuela. ¿ Como es eso ¿. ¡! Si … nos vamos para Cuba ¡!.

Comenzó un diluvio de quejas y dudas sobre la decisión, sus amigos: Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Fernán Frías, Inocente Palacios, Pedro Juliac, no entendían, ni querían entender. ¿ Que vas a hacer allí¿. ¡! Eso no tiene nada que ver contigo ¡! Y miles de otras sermones más, pero así se selló el pacto, no había vuelta atrás.

Lilia me reconoció que ella tuvo dudas, en primer lugar muchos miembros de su familia se estaban proscribiendo de Cuba. Las propiedades de sus ascendientes, estaban en el limbo. Puras indefiniciones. Pero al final pudo más la determinación de Alejo que otra consideración.

Volví verlos muchas veces en su viajes a Caracas y luego en el tiempo en que trabajaba en la embajada de Cuba en París y los sábados íbamos a su casa a almorzar con los Carpentier junto al gran amigo Carlos Enrique Nones o este hacia fiestas en su casa y los invitaba. En ese tiempo, como la última vez que la vi en la Habana, sus cuitas siempre terminaban en un cuestionario en el que me preguntaba incesante y abundantemente sobre sus amigos de Caracas, tema que era siempre una amorosa constante.

Ella mantenía con Venezuela una especia de acuerdo o alianza sin documentos; conservaba un aliento muy triste y emocionada con todo cuanto se relacionaba con nuestro país. Su serenidad se solía quebrar al celebrar los cuentos de las gentes que quería y, a quienes citaba en oportunidades como si tratara de seres de leyendas antiguas o de mitos que su afectos fabricaban.

Se que personas como ella no mueren sino cuando lo deciden, fracturan el destino lo burlan, pues saben mucho de cosas importantes, o de historias que están bordeando o dándole filo a la historia. Viven dentro del todo de esta historia contemporánea de América Latina y se separan de la nada que algunos utilizan por puro interés, para asustar la memoria real, birlarla, trucarla. Pero, lo que funciona con esta clase de seres de tradición, como verdaderos creadores de identidad, no tiene nada que ver con el tiempo. Destierran ese viejo tramposo cronos que nos ausculta de cerca, a quien se supone capaz de arreglar todo. Falacia.

Así terminó su vida, era lógico, queda su ejemplo y dedicación al cuidado de la malla que diseño para cubrir, proteger hasta su última ley, la mitología de ese otro extraordinario personaje que fue Alejo.

Por el camino que llevas ahora, seguro que te debes topar con otras amigas, María Matilde Urrutia, Josefina Juliac, y otras de la misma, con quienes muchas veces te vi compartir.

Un saludo y un hasta luego.

La Fundación, tu fundación, tu ensueño en la Calle Empedrado, quedará alumbrando para siempre, pero, cerca de un lugar a donde Alejo solía ir a darse su mojito y del cual, otro amigo, Nicolás Guillen dijo: la Habana de ella con razón blasona/ Hártase bien allí quien bien abona
/ Plata, guano, parné, pastora, guita,/ 
Mas si no tiene un kilo y de hambre grita / 
No faltara cuidado a su persona. (Nicolás Guillen hacía un “son entero” por la Bodeguita del Medio).

* Guitarra, Poema de Nicolás Guillen. 1947

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