Opinión Nacional

Cuando los hombres lloran

¡Los hombres no lloran! A pesar de los avances en la psiquiatría y
disciplinas conexas, todavía es frecuente oír a un papá, mamá o adulto
cualquiera tratando de reprimir así el llanto de un niño. Pero resulta que
los hombres tienen todo el derecho de llorar y no solo el derecho sino la
necesidad -por motivos de salud física y mental- de descargar así el peso de
sus emociones. Sin embargo, qué difícil es que un hombre hecho y derecho se
atreva a llorar en público; lo que debería ser motivo de compasión,
comprensión o cuando menos simpatía, se transforma en causa de burlas sobre
la hombría del lloroso. Recuerdo que mi papá que era de cultura árabe,
lloraba con frecuencia y sin inhibiciones la muerte de un amigo, la
enfermedad de un hijo, algún problema para cumplir a tiempo sus compromisos
comerciales, una catástrofe natural con resultado de muertos y heridos. A
todos en la familia nos parecía de lo más normal y por lo general sumábamos
nuestras lágrimas a las suyas; pero claro mi papá no era ningún personaje
público que debiera cuidar o maquillar su imagen ni contener sus impulsos
naturales.

La prensa informa que Luís Ignacio (Lula) Da Silva lloró al entrevistarse
con el diputado Roberto Jefferson quien destapó la olla podrida de la
corrupción en su gobierno y en su partido. En una entrevista publicada en La
Nación de Buenos Aires se leen estas palabras de Jefferson: “El Presidente
supo en enero todos los detalles, cuando yo se los conté. Se sorprendió y
comenzó a llorar. Se sintió traicionado. Me dijo: «Roberto, cuéntame los
detalles». Fue como si le hubiera dado una puñalada en el pecho. Su reacción
fue la de alguien absolutamente sorprendido, conmocionado…”. Sin embargo
pasaron seis meses hasta que José Dirceu, el hombre fuerte del gobierno
socialista de Lula y su mano derecha, fuera obligado a renunciar. Pareciera
que en la corrupción como en el sexo ya nada puede ser inventado: Dirceu
practicaba más o menos los mismos métodos de Vladimiro Montesinos, el hombre
fuerte y mano derecha de Fujimori: sobornos, videos comprometedores y hasta
montajes fílmicos como el que hizo con Jefferson para mostrarlo recibiendo
dinero de unos empresarios. Esto fue lo que causó la indignación del
parlamentario quien pudo reventar el tumor sin temores y con estas palabras:
“¿Sabe por qué nadie enfrenta mis denuncias? Porque yo circulo en el
intestino del poder, yo los conozco, conozco el poder por dentro”.

Lula lloró, nadie lo vio hacerlo salvo Jefferson, pero no hay por qué dudar
de esas lágrimas. Si fueron o no sinceras es harina de otro costal. Lo
cierto es que continúan las renuncias de personajes de su entorno
gubernamental y partidista y hay suficientes elementos para no sorprenderse
si él mismo es arrastrado por este maremoto político. Como para llorar de
verdad: tanto nadar para permanecer en la orilla. Un hombre que pasó años
luchando para llegar a la presidencia de su país, un líder que supo
evolucionar desde su condición de obrero y del radicalismo más extremo hasta
la cualidad de hombre de Estado, un mandatario que se ganó el respeto de los
dirigentes de EEUU y de la Unión Europea; podría ser ahogado por la tormenta
y perder el cargo.

Eso le está pasando al camarada de Chávez o al que Chávez ha creído su amigo
incondicional. Si uno pudiera leer los pensamientos del teniente coronel es
casi seguro que se encontraría con su estupor ante el drama del vecino: ¡Eso
le pasa a Lula por no hacer una revolución democrática y participativa con
una Constitución como la mía! Dígame y que un diputado armando todo ese
zaperoco, eso no pasaría nunca en mi Asamblea Nacional kino mediante. Y
hasta ha perdido elecciones municipales, lo que nunca le habría sucedido con
un Consejo Electoral como el mío. Y si lo llegan a enjuiciar es porque su
Fiscal General y su Tribunal Supremo tampoco son de él como los de aquí que
son míos. Y tan bolsa que no mandó a sus misionarios para que quemaran los
canales de televisión donde dan esas noticias o para que le reventaran el
coco a mandarriazos al tal Jefferson, que hasta gringo debe ser. Es que
nunca se le ocurrió dictar una ley mordaza como la mía. Y le pasa también
por estar entrevistándose con Bush, con el Rumsfeld y con la aristóbula
analfabeta esa de la Condoleezza, en vez de amenazarlos con la guerra
asimétrica; por eso tengo al Imperio temblando como majarete. Pero lo peor
de lo peor es no haberse dejado aconsejar por Fidel, como hago yo cada vez
que tengo un rollo, porque ése si sabe. ¡Es que esos brasileros se creen
todos una gran vainota!
¿Lloraría Chávez? Parece ser que hasta sollozó y moqueó aquel 11 y 12 de
abril de 2002, cuando sus colegas militares le dieron vacaciones forzadas
por 36 horas. No era para menos, perder la chamba y con ella todos los
sueños que dejan el Delirio sobre el Chimborazo al nivel de una siestica del
otro Libertador, es decir, Bolívar. La pregunta es si lloraría cuando
aparezca alguien que circule en el intestino del poder –como Jefferson en
Brasil- y le cuente cómo interpretan sus adictos cívico-militares el
socialismo del siglo XXI: Fincas, haciendas, quintas en La Lagunita y en el
Country Club, penthouses, carros de lujo, yates, avionetas y aviones, viajes
en primera clase con muchos dólares o euros, casas en Miami, mucho güiski de
18 años, etcétera, etcétera. Y todo eso gracias a comisiones, extorsión,
expropiaciones y aplicación de la ley del más fuerte en el país sin ley.

Casi llora en la dramatización de cuatro minutos que hizo el domingo pasado
(durante su “Aló Presidente” de cinco horas y media) al referirse a los
estudiantes asesinados por militares y policías en el Barrio Kennedy. Ese
día descubrió el agua tibia de los abusos policiales, de los crímenes
impunes y de la violencia desatada en las zonas donde viven sus amados
pobres y de la que éstos son las víctimas. Y uno pudo creer que de verdad
estaba conmovido, hasta que pasó a otra cosa y dijo que ni el Imperio ni
nadie podrán ganarle la guerra a este pueblo armado hasta los dientes.

Entonces lloramos nosotros.

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