Opinión Nacional

Discurso político entre lo inocuo y lo inicuo

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Para el estudio cualitativo de la política, en su hacerse cotidianidad, su objeto esencial es su discurso. Métodos diversos existen según las disciplinas que intervengan, siempre en relación directa a la formación del analista y desde luego, al conjunto de intereses que lo animan. En ese universo, bien caben la hermenéutica, las diversas semiologías, los estudios lingüísticos, la gramática, igualmente muy variados. Pero lo trascendente es el descifrar lo que de manera sencilla, pudiésemos llamar, la gramática, la coherencia lógica del discurso, e inferir la cualidad misma del mensaje y la correlación o identidad posible que guardan sus enunciados con los hechos. Tal vez en ello haya diversidad de caminos, que impongan finalmente determinar la propia cualidad del político. Quiero decir, sus valores morales, su sentido ético, su formación científica. Esto último no es inherente al discurso en sí mismos, cuyos valores de verdad, o falsedad son inferibles, determinables, en el texto mismo, con prescindencia de su autor, o emisor. La verdad del discurso está en sí mismo, por encima de quien lo produjo. Pero, como los efectos del discurso políticos tienen tan marcados fines y, sin ser el único, el esencial es la toma, o mantenimiento del poder, el autor del discurso, vale decir el político que lo construye o emite, dramatiza con muy marcado empeño para que se crea en él mucho más que en su palabra. En cierto grado él quiere ser la palabra, la verdad, la vida, porque él se erige como el camino para alcanzar la felicidad del otro, su receptor. No es esto casual. Todo político tiene de sí mismo el convencimiento de que es libertador, que es justo, que es el líder, y mas aún, en una palabra, que es Mesías.

Pues bien, veamos algunas aproximaciones valorativas por parte del ser común. El denominador semántico común, tal vez sea más recurrido a niveles morales, es el de señalar que el político, como los enamorados, es por definición de su oficio, la política, un embustero. Y ello, como se ve parte de otra premisa, la política es una porquería. Empero, este mismo juicio se contrapone al hecho de creer en los políticos, y también, a escala, hacer política. Creer en el líder. Tal que entonces, para ilustrar, se invierte la sentencia que tanto fuerza tuvo en el medioevo, haced lo que yo digo no cuanto hago, por esta otra, creed lo que yo digo y no cuanto yo hago, salvando los abismos, la intención era y es la misma, mantener viva la esperanza, la fe. El cura medieval se asumía como farsante y pecador, pero reafirmaba la pureza de su doctrina, nuestros políticos se asumen como salvadores por sí mismos, con prescindencia de su débil palabra que, en la inmensa mayoría de los casos y situaciones carece de principios, de teoría y de doctrina política. Para la reafirmación de este mesianismo y esta egolatría, la única forma de dotarlo de existencia, recurre a la descalificación del otro, de su contrario, quien igualmente carece de doctrina, y entonces el juego se reduce a saber quien es quien, no por cuanto en sí mismo es sino por cuanto él atribuye de su opuesto. Es decir, su cualidad radica en no ser como es el otro.

Veamos algunos detalles. Si X afirma que Z es un ladrón, un corrupto, un rufián, el centro del asunto, su núcleo, es lograr que el receptor crea que mediante la descalificación, calumnia o difamación pueden emplearse, cuanto diga del otro es lo que él no es, y, en consecuencia, la importancia no está en probar que el otro es ladrón, pillo, delincuente, estafador, por tanto su denuncia habría de hacerse ante tribunales a fin de que el acusado sea juzgado, encarcelado, pero el objetivo no es moral, ni ético, ni de justicia sino es lograr que el receptor crea que él no es así. Aquí el discurso teórico, el de principios carece de valor, no existe. No les es necesario. .Este mecanismo es peor que la Realpolitik, que siempre está por encima de la ética, pero que al menos tiene una alta dosis de practicidad que puede convertirse en hechos. Carreteras, negocios, etc.

La otra acusación de lo que hemos llamado, común denominado semántico, es establecer que las instituciones políticas, los partidos, son un nido de serpientes. Que están por encima de la sociedad, que destruyen al individuo, que la disidencia no tiene en ellos existencia, que la “cogollocracia”, primero, el supremo líder, finalmente, sustituyen por sus hegemonía, primero, el autoritarismo, luego, la democracia, hasta negarla absolutamente. Que sus líderes, convertidos en mercaderes, viven de la complicidad y muy lejos están de la transparencia. Que unen más por clientelismo que por principio. Que, en definitiva, los militantes, son piezas, soldados y no seres humanos críticos, ciudadanos. El caso venezolano tales hechos generaron la casi desaparición de los partidos de las hegemonías de ayer y el entierro de casi todos sus dirigentes. El surgimiento de la heteromorfa sociedad civil y el propio movimiento estudiantil de estos recientes días son reacciones contra ese estilo trágico de la democracia, sustentado en parte por el discurso de los medios, de periodistas con la verdad en sus manos y de los “analistas políticos” de oficio, para quienes la verdad son ellos y, por tanto, se debe actuar según disponen ellos. Enanos las mas veces, encaramados en lo absoluto siempre.

Ah!, pero las formas tienen grados inexorables de venganza. Las formas organizativas vuelven con su fuerza. Los movimientos abiertos por necesidad, surgida de sus intereses, por sus visiones, por el “mercado”, por sus ofertas y demandas, se van convirtiendo en formas de partido, prescindiendo del nombre al cual recurran para definirse o para esconderse. Ante este hecho hoy estamos (caso Venezuela) ante alterantitas. Una de ellas, repetir los viejos modos organizativos, el adeco, el copeyano, etc., cuya fuente el modelo organizativo del partido comunista leninista-staliniano, que, a su vez, en lo esencial, repite los modelos organizativos eclesiales, especialmente el católico romano. Pero, a pesar de todo, el modelo leninista tenia un corpus doctrinario que de una u otra forma legitimaba su modus operandi, su modo de hacerse y ser, en cambo el modelo venezolano desde hace tiempo estaba ayuno de ese ligamento y por ello fue muy fácil destruirlo o reducirlo a maquinarias elementales de poder. En esta misma línea se desarrolla el PSUV. Pero, a diferencia del comité central y de su secretario general, su presidente concentra el poder absoluto, su palabra es la palabra y en el mejor de los casos, sus seguidores son sus altavoces.

La otra tendencia se objetiva en dos interesantes expresiones. Primero Justicia y un Nuevo Tiempo. Indicadores hay de que se repite en ellos el viejo modelo de partido, pero también hay indicadores de importantísimas contradicciones, llamamos, dialécticas que combaten por zafarse de tan trágico modelo. El problema está en cómo resolver la contradicción entre el individuo y su partido, entre éste, al sociedad y el ciudadano. Nada sencillo francamente. No pretendo estar entre quienes dan consejos ni menos entre quienes se hacen dueños de la verdad. Creo que el líder es necesario. Salvo que en un nuevo esquema el líder es en primer lugar un ciudadano y éste es, en primer término, ser consciente de sus deberes, derechos, obligaciones, y, reconocer el valor del otro, también en la plenitud del ejercicio de su ciudadanía, que va mucho más allá del votar. Es el ejercicio de su capacidad crítica, de su presencia en la toma y control de decisiones. En segundo término, más que la tolerancia a la disidencia interna y externa, es la capacidad que reclama escuchar y asumir cuando trascendente tenga el otro, la capacidad que se da de participación al otro, sea este otro intelectuales, instituciones, etc., en una palabra, asumir el valor de la crítica como componente orgánico que contribuye e ilumine la toma de decisiones.

En tal sentido, es tarea prioritaria de estas nuevas organizaciones partidistas, superar la paradoja de que a la democracia la sustentan las dictaduras de los partidos. Que su dogma no puede ser el alimento de la libertad que nutre la vida democrática. Complejo y nada sencillo, pero es posible. Uno de esos caminos puede ser el asumir el arte, la ciencia, la ética, la vida humana y de la naturaleza, no solo como centro de su reflexión, sino mucho mas que ello como fuente de su propia existencia. Y en ese sentido, la primera decisión ética ha de ser la superación del discurso inocuo, el que anda suelto creyendo decir todo y nada dice y el discurso inicuo que hace de la democracia un valor absoluto, sin contenido, solo mera retórica.

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