Opinión Nacional

El discurso del Monseñor

«Un responsable político sólo goza de autoridad y de auténtico poder, en la medida misma en que los ciudadanos confían en él. Cuando pierde la confianza de los ciudadanos, pierde al mismo tiempo la autoridad, y no le queda sino el dominio y, a veces, sólo la fuerza de la violencia”.

Pronunciadas estas palabras, Monseñor André Dupuy, Nuncio Apostólico de Su Santidad Juan Pablo II, nos da una lección de moralidad política y de conocimiento profundo de nuestro acontecer nacional, que le elevan en la alta jerarquía que detenta como Embajador de la Santa Sede en nuestro país, y nos brinda un espacio para la meditación en el convulsionado medio en que nos encontramos.

Autoridad no es autoritarismo. Autoridad es fe, respeto, consideración. La autoridad basada en la confianza debe ir acompañada de la reciprocidad en su ejercicio. La autoridad es la condición a que se hace acreedora una persona, conferida por mérito, y por la confianza y el respaldo que quienes le eligen le brinden, bajo la óptica de la libertad, y con la seguridad que personifica la voluntad de la mayoría para ser hacedor de proyectos en bien de una comunidad determinada.

Igualmente, los subordinados ejercen autoridad sobre quien los representa, porque en su elección determinan la representación de sus intereses y metas. Dado el caso que quien ejerza la autoridad se desvincule del colectivo y no muestre una gestión acorde para lo cual fue votado, pierde la autoridad de que goza por alterar su función y desvirtuar el cargo para el que haya sido electo.

La pérdida de la autoridad del presidente ha sido expuesta de forma contundente mediante las demostraciones masivas de rechazo hacia su gestión a lo largo de estos últimos años. En respuesta, los venezolanos hemos recibido la imposición del autoritarismo por la fuerza de la violencia. Muestra fehaciente de que el presidente tiene el poder de las armas, pero no la autoridad moral sobre el pueblo venezolano que lo desconoce. Repetición de la tiranía que afrenta, ultraja y mancilla al contrario en épocas de José Tadeo Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez.

Pero la sociedad venezolana del siglo XXI es otra. La sociedad venezolana no es más aquella masa famélica y pasiva del siglo XIX que se estrenaba en el autogobierno independiente de la metrópolis española. La sociedad venezolana actual, no pertenece a principios del siglo pasado cuando estuvo dispuesta a dejarse gobernar por cualquiera a fin de llevarse un pan a la boca todos los días. Ni tampoco se mantiene silente por temor a un uniforme militar. La sociedad venezolana del siglo XXI es distinta. Hoy por hoy, está muy consciente del rol que le corresponde asumir en el camino hacia la modernización y el desarrollo del sistema democrático que quiere y exige, donde el silencio, la sumisión y el miedo no tienen cabida. Ni con la fuerza de la violencia para dominar totalitariamente.

«Los mesianismos políticos, dice el Papa, desembocan, muy a menudo, en las peores tiranías. Esta advertencia nos obliga a discernir y rechazar, enérgicamente, en nombre de la dignidad de la persona y del bien común, toda ideología que absolutice un proyecto histórico que haga de la fuerza la fuente del derecho, y de la degradación del adversario el principio de la acción política». Sin lugar a dudas, estas palabras pronunciadas por Monseñor Dupuy en el acto de instalación de la octogésima primera Asamblea Plenaria Ordinaria de la Conferencia Episcopal Venezolana, nos dan una visión de moralidad política que son reflejo ineludible de nuestra realidad nacional. Para no olvidar el discurso del Monseñor.

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