Opinión Nacional

El padre de la revolución bolivariana: Carlos Andrés Pérez

Hasta 1974 jamás ningún gobierno venezolano había decretado un aumento general de salarios. Hasta ese año las prestaciones sociales de los trabajadores nunca habían sido calculadas retroactivamente, ni había sido decretada la inamovilidad laboral, y sin embargo los venezolanos recibían para esa fecha los salarios más altos de América Latina y nuestro país ostentaba el récord de doce años consecutivos de aumento en el salario real de sus trabajadores. Al asumir la presidencia de la nación el 12 de marzo de ese año, Carlos Andrés Pérez comenzó a ejecutar un plan económico y social que ahora parecieran desear emular quienes dirigen la llamada ‘Quinta República’. Así vemos como el actual ministro del Trabajo apoya el regreso a la retroactividad de las prestaciones sociales, impuesta al país, originalmente, por José Vargas y Carlos Andrés Pérez. Igualmente ahora el presidente Chávez decreta la inamovilidad laboral, inicialmente planteada por Pérez en 1976, y ejecutada por Lusinchi y Caldera en años anteriores a la revolución bolivariana.

Pero los intentos de este gobierno por emular al de la ‘Gran Venezuela’ no se limitan a los aspectos laborales. Basta oír algunas cadenas presidenciales o los pronunciamientos públicos de muchos de los ministros, para entender cuáles serían las medidas que a este gobierno le gustaría tomar si sólo se contara con los recursos necesarios. Políticas como las implementadas por el primer gobierno de Pérez, de corte ‘nacionalista’ diseñadas para acabar con el ‘neoliberalismo’ imperante y reducir la influencia de ‘la oligarquía’. Siguiendo estos lineamientos, en aquel gobierno se estatizaron las industrias de petróleo, del hierro y del aluminio, al igual que la distribución de café y cacao, así como la mayor pasteurizadora de leche del país. También se eliminó la participación privada en Viasa y otras empresas ‘estratégicas’. Se obligó a las empresas extranjeras en el área de distribución de alimentos, medios de comunicación y otros sectores a aceptar capitales nacionales en proporción mayoritaria para convertirse en empresas ‘mixtas’, y se limitó el porcentaje de ganancias que podía ser remitido al exterior, a pesar de que nuestro país tenía para la fecha una de las monedas más fuertes del planeta. Finalmente, se declaró a la PYMI como fundamental para el desarrollo del país, y se creó Corpoindustria para otorgar miles de millones de dólares en créditos blandos a ese sector.

Lamentablemente para estos nuevos revolucionarios, el país no cuenta hoy con los mismos recursos que en 1974 y mucho de lo que ahora se planifica se queda en el tintero. Comparativamente hablando, esta es una revolución chucuta. Aquella, la del líder de hace un cuarto de siglo, logró convertir a una nación que tenía un ingreso per cápita mayor al de España y Portugal en uno más de los países pobres del tercer mundo. Un verdadero milagro. Los líderes de hoy sólo dan discursos contra el neoliberalismo; Pérez, en contraste, logró convertir a nuestra economía en una de las más reguladas del mundo, donde hasta los precios del whisky escocés, de los cines y los autolavados estaban controlados, y donde ninguna empresa podía iniciar operaciones sin obtener un documento con la firma personal del ministro de Fomento. Quienes lo sucedieron en el poder también dejan pálidos a los actuales revolucionarios. Basta recordar cómo el presidente Lusinchi no se conformó con decretar la inamovilidad, sino que en 1985 decretó un aumento compulsivo del diez por ciento en el número de trabajadores en nómina.

Según nuestros actuales gobernantes, en Venezuela imperó durante los últimos cuarenta años un ‘neoliberalismo salvaje’ que arruinó al país y empobreció a sus ciudadanos. Si esto es cierto, las medidas que esta semana se anunciaron y que se asemejan a las tomadas durante los gobiernos de Pérez, Herrera, Lusinchi y Caldera tendrían que ser condenadas por los militantes del movimiento chavista. Quizás para no ser tildado de ‘neoliberal’ el gobierno de la Quinta República tendría que comenzar a ejecutar acciones verdaderamente revolucionarias, distintas a las aplicadas en el pasado, como la privatización de empresas, la liberalización del comercio y la negociación bilateral entre trabajadores y empleadores de las políticas salariales.

De no hacerlo, el presidente Chávez se arriesga a que el país identifique a Carlos Andrés Pérez como el padre de la revolución bolivariana.

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