Opinión Nacional

El Papa y la política en Venezuela

Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones”, nos dice Benedicto XVI- citando a San Agustín- en su reciente encíclica “Dios es amor”. O la política se dedica al “orden justo de la sociedad y del Estado” o se convierte en opresión y abuso del poder.

La reciente encíclica del Papa tiene dos partes, la primera vivencial, teológica y profunda, sobre lo que Dios significa para nosotros. Espero escribir sobre ella. La segunda aplicada al aporte cristiano a la justicia social, por medio de la política y de las obras de caridad.

Ahora me limitaré a presentar algunos de sus párrafos sobre Iglesia y Política, iluminadores para el momento actual de Venezuela.

La política no es simple técnica, “su origen y su meta están precisamente en la justicia,y ésta es de naturaleza ética”. Corresponde a la razón práctica discernir qué es justicia aquí y ahora. Pero la razón no es infalible, ni incondicional servidora de la justicia. La razón y la técnica más avanzadas han producido las mayores catástrofes que hayamos conocido hasta ahora, como fueron las dos guerras mundiales. Para cumplir con su función de justicia “la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente”. La ciencia no lleva incluida la ética. La técnica construye barcos de desarrollo material, pero no los timones de humanidad, ni brújulas, que son especialidad de la conciencia. La fe, en comunicación con Dios, nos abre horizontes humanos y posibilidades de conducta, más allá de los límites de la razón. Cuando ésta se considera ilimitada y absoluta hace estragos de inhumanidad. Hacemos el mal que parecemos repudiar y, con frecuencia, bloqueamos el bien que queremos. La razón, sin conciencia, puede ser y es una poderosa máquina de destrucción y de muerte en esta cultura de racionalidad instrumental que se va imponiendo y encandilando por sus éxitos económicos y tecnológicos. La perspectiva de Dios “libera a la razón de su ceguera y la ayuda así a ser mejor ella misma”. También tenemos que decir que la razón ayuda a purificar y criticar la fe y los crímenes que se cometen en nombre de la religión. Basta mirar la historia.

La doctrina social católica “no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado” ni imponer sus perspectivas a los que no comparten la fe. Aclaratoria importante del Papa, pues no siempre se actuó así y los fundamentalismos actuales (incluso católicos) defienden lo contrario. “Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica”.

La doctrina social de la Iglesia argumenta desde la razón y “a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano”. Desde ahí “quiere servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia, y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella”.

Mostrar los límites de la razón y del Estado y su potencial destructivo cuando se absolutizan, y contribuir a defender a la humanidad de la dictadura de ellos, es también tarea de la fe y de la Iglesia, junto con otras inspiraciones y movimientos. “El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido- cualquier ser humano- necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiariedad [ que no se absorbe en instancias superiores lo que pueden hacer las inferiores y más directas], las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio”. La Iglesia es sólo una de esas fuerzas vivas y “en ella late el dinamismo del amor suscitado por el Espíritu de Cristo”.

Ya se ha dicho que el establecimiento de estructuras justas es ”tarea de la razón autorresponsable”. El aporte de la Iglesia, como tal, no es inmediato, pero “le corresponde contribuir a la purificación de la razón y reavivar las fuerzas morales”, imprescindibles para defender a la humanidad de los atropellos de la razón y del Estado cuando se sienten omnipotentes.

La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien”.

Todos los ciudadanos, en cuanto tales, somos laicos (no clérigos) y los fieles laicos “como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública”.

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