Opinión Nacional

El peligro de acabar con la contrarrevolución

Una noticia de prensa reciente resulta una excelente excusa para reflexionar sobre revoluciones y contrarrevoluciones. Resulta que un médico cubano, el Dr. Alcides Lorenzo Rodríguez, acaba de desertar de su país, de su patria y de su revolución. El Dr. Rodríguez, después de trabajar por 19 años en el sistema de salud cubano, donde había llegado a ser el jefe del Grupo Nacional de Medicina Familiar, se encontraba asignado en una misión, como otras que conocemos, en Perú. Estaba dando clases de postgrado en una universidad peruana y asesorando a la Organización Panamericana de salud (OPS).

Resulta que su esposa, que también es médico, fue invitada por Perú para dictar un curso de verano y, cuando ya tenía todo listo para salir, las autoridades cubanas le prohibieron el viaje y adicionalmente le enviaron una carta al Dr. Rodríguez anunciándole su sustitución y ordenándole regresar a Cuba. “Al parecer circuló información de que iba a quedarse y le dijeron que no podía viajar a Perú, y poco después me llaman para decirme que había sido sustituido y debía regresar a Cuba….regresar era un suicidio”, dice Rodríguez. Pues bien, aprovechando que el avión en que regresaba hacía escala en Cancún el doctor se asiló y está esperando que las autoridades mexicanas ratifiquen su condición de refugiado político.

Hasta aquí la historia de la deserción, pero hay otros elementos. Según Rodríguez, su carrera en el Sistema de Salud Cubano trascurría felizmente hasta que, entre 2002 y 2003, realizó una investigación en su país en la que se evidenciaban serios problemas en el Sistema de Salud Cubano, pero los resultados de la investigación no se publicaron ni se le permitió defenderlos. “Fueron engavetados y silenciados, porque todo se supedita a la competencia política por demostrar que tenemos el mejor sistema de salud del mundo”, afirma Rodríguez.

Sea verdadera o falsa la historia de Rodríguez el tema viene a cuento porque ya en Venezuela estamos viviendo situaciones similares. Ocurre cuando se censura la autocrítica al considerar que le proporciona armas a la contrarrevolución para oponerse al proceso y derrotarlo. Si bien el motivo es comprensible y la revolución se tiene que defender, la consecuencia inmediata es que se asesina la autocrítica y sin autocrítica no puede haber revolución. Siempre y cuando uno entienda por revolución un proceso dirigido a crear una sociedad más digna y más humanitaria.

Y en consecuencia, y está es la reflexión que prometí al inicio, las revoluciones del siglo XX, y las del siglo XXI van por el mismo camino, en su afán de defenderse se suicidan. Resulta paradójico, pero es así, desde el momento en que un censor decide qué se puede decir y qué no, qué se puede criticar y qué debe callarse, la capacidad creativa de la revolución se muere y aquella sociedad soñada de hombres solidarios se convierte en otra de zombies obedientes y arteros. Personas que desde su más tierna edad aprenden qué se puede decir y qué no. Personas que en vez de ser solidarias con el vecino aprenden a desconfiar de él.

De esta forma un régimen puede durar 47 años, como la revolución cubana, pero no avanza un ápice en el verdadero proceso revolucionario. No se puede entender que el Dr. Rodríguez, que consagró su vida profesional al Sistema de Salud Cubano, ahora resulte un cachorro del imperialismo sólo porque consideraba que había cosas que no se estaban haciendo bien. Lo único que se les puede decir a nuestros queridos patriotas es mírense en ese espejo.

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