El reto de los demócratas
La dinámica de los acontecimientos suscitados en nuestro país en los últimos días, esencialmente en plano político, concita no pocas reflexiones en torno a la posición asumida por los mayoritarios sectores que responsablemente luchan a favor de una salida pacífica a la crisis que nos agobia en todos los ordenes. Este planteamiento adquiere visos especiales, habida cuenta la violencia desatada por el oficialismo en respuesta a la vehemente demanda que con justeza expresa la oposición democrática mediante su exigencia de una consulta popular, prevista en la Constitución, como vía idónea para reconstruir el país.
De ahí el rechazo y condena que ha merecido la ola de desmanes, atropellos y la evidente secuela de violación sistemática de los Derechos Humanos en que desesperadamente ha incurrido el gobierno, actitud que se ha observado con mayor ímpetu en las horas recientes, sobre todo con la aviesa utilización de la Guardia Nacional contra las manifestaciones populares de protesta y en defensa de sus derechos cívicos. El oficialismo se aferra al poder, legítimo de origen pero devenido en ilegítimo por su desempeño contrario a las expectativas el pueblo; y vista su actitud de evidente violación a la Constitución y las leyes. Tal situación, de suyo preocupante, pone en peligro la democracia venezolana.
En ese empeño, ante la gravedad de los hechos y frente al desafío que se impone con urgencia a los demócratas, no caben vacilaciones o errores de ninguna naturaleza. El esquema para dominar y sojuzgar el país, asomado por el grupo ideológico que pretende conculcar el poder político para su exclusivo beneficio, colisiona con el mantenimiento y perfectibilidad de pluralismo como esencia de la democracia, no sólo como sistema de gobierno sino como forma de vida integral. El plan autocrático y totalitario no puede coexistir con la genuina condición democrática de nuestro pueblo.
Dos circunstancias de especial significado sirven de base para preparar la conciencia de los demócratas, a la hora de la toma de decisiones que implican su acción para frenar el ímpetu autocrático: por una parte, la evidente manipulación de las instituciones del Poder Público en claro uso, abuso y usufructo por parte del grupo gobernante, lo cual ha implicado la confiscación del Estado de Derecho; y, por la otra (como inmediata expresión y consecuencia), la ausencia de confiabilidad en el árbitro electoral.
La naturaleza de las circunstancias de la hora presente reclama acciones firmes, decididas y valientes, enmarcadas en el contexto de la Constitución y la Ley en su más amplia acepción; desde las elementales expresiones de la protesta cívica, pasando por la no violencia, hasta la asunción de posiciones de desobediencia civil ante la presencia de autoridades ilegítimas y -como dijera Paulo VI- “..cuando las condiciones ineluctables motivadas por la arbitrariedad y la injusticia así lo exijan…”, todo ello en ejercicio del Derecho y con el solo propósito de hacer prevalecer la Justicia y la fuerza de la razón sobre la razón de la fuerza.
El reto que se nos plantea a los demócratas radica precisamente en la defensa de la democracia y todo lo que ella, en esencia, significa. Para ello, es menester asumir con firmeza los riesgos que la hora asigna. La actitud política consubstancial con esa acción cívica y patriótica exige cohesión entre todos los factores que componen la natural y disímil estructura de la oposición al régimen. Por tanto, se debe enfatizar en la coherencia entre el pensamiento y la acción. Hacerse eco de posiciones divisionistas o que obedezcan a sectores personalistas o individuales, no sólo haría flaco servicio a la causa democrática sino que contribuiría al apuntalamiento del andamio que en estos momentos -con manifiesta debilidad- aún sustenta al autócrata.
Al mismo tiempo, el desafío que se extiende en la escena política, en este instante, exige serenidad: no se debe emular la actitud desesperada que revela el sector oficial al verse desguarnecido del apoyo popular, ante la evidencia de su actuación caracterizada por el engaño, el fraude y la abierta violación de la Ley. El pueblo no ha hecho otra cosa sino exigir la activación de una modalidad de la participación política, prevista en la Constitución; y el gobierno, ante el inminente pronunciamiento popular que le será adverso, no obra de modo razonable sino que desata una brutal represión y ejerce acoso, violencia, terror e intimidación de mil formas contra el pueblo. Esa serenidad no implica debilidad o sumisión, por el contrario, una actitud templada produce efectos positivos de gran proyección; la firmeza y la valentía no son excluyentes en la actitud política que exige claridad de metas y planteo de estrategias orientadas al logro de nobles causas. Recordemos: la actitud violenta evidenciada en las acciones del sector oficial no es precisamente reflejo de una actitud serena; las armas las esgrime y usa el gobierno contra el sentimiento nacional que revela una firme lucha a favor de la democracia y la libertad.
La protesta cívica in crescendo, es fiel reflejo de una actitud firme en defensa del derecho a disentir y a favor del fortalecimiento de la democracia. En esas patrióticas jornadas se observa la vigorosa presencia de los sectores más representativos de la vida nacional (partidos políticos, sindicatos, gremios profesionales, comerciantes, intelectuales, jóvenes, universidades, industriales, campesinos, ambientalistas, ONG defensoras de los Derechos Humanos, etc.), tanto en la organización y desarrollo de las acciones cívicas en salvaguardia de las firmas que piden el Referéndum Revocatorio presidencial, como en la justa solicitud de la solidaridad internacional ante el evidente empeño de un régimen despótico para conculcar el querer y sentir soberano de un pueblo que se niega a convertirse en un corral de borregos situados cotidianamente –en fila o en marcha por escuadras- al sonido de un silbato que simboliza el yugo en un modelo de sociedad hace tiempo sepultado entre los escombros del muro de Berlín y que sólo tiene cobijo en las mentes más anacrónicas, reaccionarias y trasnochadas de nuestro tiempo.
Los demócratas debemos hacer frente al reto que nos plantea el despotismo. A la par, el esfuerzo cívico no termina con el abandono del poder detentado ilegítimamente; requiere renovados bríos en pro de un programa de acción gubernativa y social que real y efectivamente -esto es, sin demagogia- siente las bases para proscribir el atraso, el desempleo, la inseguridad, la miseria, la incultura y la corrupción; así como acabar con la improvisación y la ineptitud en el manejo de la administración pública; incentivar el aparato productivo, sanear la economía; castigar el saqueo de riquezas nacionales en detrimento de las grandes mayorías; poner fin al clima de odios y confrontación aupado con propósitos inconfesables y desterrar la impunidad que ampara los atentados contra los Derechos Humanos.
El reto de los demócratas de esta hora exige renovar la defensa de la libertad en toda su expresión. El sacrificio de los caídos en la lucha y el sufrimiento de los compatriotas perseguidos, heridos, vejados y presos políticos así lo claman. Venezuela en el pasado dio notables ejemplos a favor de la democracia y la libertad. Esta hora no es excepción. Nuestra patria no existe para los déspotas y los autócratas. Somos un pueblo que nació para ser libre..!