Opinión Nacional

Elogio del fracaso

La cultura del éxito como paradigma supremo lleva sin remedio a la guerra.

Para que unos tengan éxito es preciso que otros pierdan, porque el éxito es un valor relativo: no importa con qué escala lo midamos, siempre tenemos que medirlo en relación a otra cosa, es decir, contra otra cosa.

La sociedad dividida entre “ganadores” y “perdedores” implica necesariamente que casi todos pertenezcan a la última categoría para que unos pocos ( y en su pequeño número radica su relativa “grandeza”) puedan ostentar el título-fetcihe que los convierte en admirables a los ojos de los demás.

Que la mayoría de quienes consideramos despreciables porque no han llegado a la cima ficticia en que estamos nosotros nos admire es, desde luego, una despreciable victoria, pero esa paradoja se disimula de muchas maneras para que el logro se considere valioso por si mismo.

De ese modo se desencadena lo que se entroniza como principal motor de la sociedad: la competencia.

Y como de “competidor” a “adversario” no hay más que un paso, la dinámica lleva indefectiblemente a que el “adversario” se convierta en “enemigo” al que hay que destruir.

Para compensar la fórmula surge de manera espontánea la tentación inversa, que es la apología del fracaso. No es difícil descubrir en la moda de los pantalones vaqueros con desgarramientos prefabricados (para citar sólo una) la intención de atribuir valor a aquello que no entra dentro de la estrecha definición de “éxitoso”.

Pero los dados están cargados y al final la casa vuelve a ganar y como un “porfiado” el valor-fetiche se impone, porque los tales vaqueros pre-gastados y pre-rotos tienen que ser de tal o cual marca para que sean “de verdad”. No hace falta decir que eso mismo hará que sean más caros que los normales.

Con lo que nuevamente se crea una falsa élite de quienes se distinguen de la élite. El proceso puede reproducirse al infinito.

Siempre estaremos como al comienzo: unos pocos ganan y todos los demás pierden.

Y para que su condición de “perdedores” se manifieste claramente ( sin ello los “triunfadores” no podrían ostentar el título-fetiche) es preciso combatirlos.

Puede comenzar con el simple desprecio, pero tarde o temprano la aviesa mecánica del juego llevará a la agresión. Son los “extraños”, «raros» ,»diferentes»,“extranjeros” , “metecos”, “forasteros”, “infieles”… la Historia ha producido una enorme cantidad de sinónimos para calificar (o mejor) des-calificar a aquellos contra cuya miseria puede erigirse como verdadera una determinada escala de ficticia riqueza.

Costumbres tribales imperantes cada vez más en nuestra «aldea globlal » que es cada día más aldeana.

¿Qué decisión tomar?

Pienso que tomar conciencia y compartir lo que se toma con cualquier otro (a) “diferente” a uno (a) es ya una decisión saludable.

No curaremos en un día de una enfermedad tan antigua como la especie.

Pero son bienvenidas las sugerencias.

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